Jesucristo
Capitulo 2: Preexistencia y Preordinacion del Cristo


Capitulo 2

Preexistencia y Preordinacion del Cristo

AFIRMAMOS, basados en la autoridad de las Santas Escrituras, que antes de nacer en la carne, existía con el Padre el Ser conocido entre los hombres como Jesús de Nazaret, y como Jesús el Cristo entre todos los que reconocen su divinidad; y que en el estado preexistente fue escogido y ordenado para ser el único Salvador y Redentor de la raza humana. La preexistencia, como elemento esencial de la preordinación, queda indicada y comprendida en ésta; de modo que las Escrituras que tratan un asunto guardan afinidad con el otro. Por consiguiente, en esta presentación no se intentará segregar la evidencia, en lo que respecta a su aplicación particular, ya sea a la preexistencia de Cristo o a su preordinación.

Juan el Teólogo vio en visión algunas de las escenas que se desarrollaron en el mundo de los espíritus mucho antes del principio de la historia humana. Presenció la lucha y contienda entre la lealtad y la rebelión, las huestes que defendían la rectitud dirigidas por Miguel el arcángel, y las fuerzas rebeldes acaudilladas por Satanás, también llamado el diablo, la serpiente y el dragón. Leemos: “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaba el dragón y sus ángeles.”a

En esta lucha entre las huestes incorpóreas, los partidos no estaban divididos en bandos iguales; Satanás reunió en torno de su estandarte solamente a la tercera parte de los hijos de Dios, simbolizados por las “estrellas del cielo”.b La mayoría luchó al lado de Miguel, o por lo menos se abstuvo de oponerse activamente, y de este modo realizaron el propósito de su “primer estado”; mientras que los ángeles que se aliaron con Satanás “no guardaron su dignidad”,c y por tanto, se privaron a sí mismos del derecho de las gloriosas posibilidades de una condición avanzada o sea el “segundo estado”.d La victoria fue de Miguel y sus ángeles; y Satanás o Lucifer, que hasta entonces había sido un “hijo de la mañana”, fue expulsado del cielo; sí, “fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”.e El profeta Isaías, a quien se habían revelado estos sucesos trascendentales cerca de ocho siglos antes de la época en que Juan los escribió, lamenta con sentimiento inspirado la caída de un personaje tan importante, y cita como causa, su ambición egoísta: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.”f

En la causa de la gran contienda, es decir, las condiciones que condujeron a este conflicto en los cielos, se hallará justificación para citar estos pasajes de las Escrituras en relación con el asunto que estamos considerando. Es evidente, según las palabras de Isaías, que Lucifer ocupaba ya una posición exaltada, y que intentó engrandecerse a sí mismo sin tomar en consideración los derechos o albedrío de otros. El asunto, expresado en palabras que no admiten equivocación, se halla en una revelación dada a Moisés, y repetida por conducto del primer profeta de la dispensación actual: “Y yo, Dios el Señor le hablé a Moisés diciendo: Ese Satanás, a quien tú has mandado en el nombre de mi Unigénito, es el mismo que existió desde el principio; y vino ante mí, diciendo: Heme aquí, envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra. Mas he aquí, mi Hijo Amado, aquel que fue mi Amado y mi Electo desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre. Pues por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder, hice que fuera echado por el poder de mi Unigénito; y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos según la voluntad de él.”g

De este modo nos es mostrado que antes de ser puesto el hombre sobre la tierra, no sabemos cuánto tiempo antes, Cristo y Satanás, junto con las huestes de los hijos espirituales de Dios, existían como individuos inteligentes,h facultados con el poder y la oportunidad para escoger el camino que quisieran seguir y obedecer.i En ese gran concurso de inteligencias espirituales, se presentó e indudablemente se discutió el plan del Padre por medio del cual sus hijos avanzarían a su segundo estado. Fue tan inmensamente gloriosa esta oportunidad, puesta al alcance de los espíritus que habrían de tener el privilegio de tomar cuerpos en la tierra, que las multitudes celestiales prorrumpieron en cantos y se regocijaron.j

Fue rechazado el plan compulsivo de Satanás, mediante el cual todos serían conducidos sin daño durante el curso de su vida terrenal, privados de la libertad de obrar y de la facultad para escoger, restringidos a tal grado que se verían obligados a hacer lo bueno, a fin de que no se perdiera una sola alma; y se aceptó la humilde oferta de Jesús el Primogénito, de encarnar y vivir entre los hombres como su Ejemplo y Maestro, observando la santidad del albedrío del hombre, pero al mismo tiempo enseñándole a emplear debidamente esa herencia divina. Esta decisión causó la guerra que resultó en la derrota de Satanás y sus ángeles, los cuales fueron echados fuera y privados de los infinitos privilegios consiguientes al segundo estado, o sea el terrenal.

En ese augusto concilio de los ángeles y los Dioses, tomó parte prominente el Ser que más tarde nació en la carne como Jesús, hijo de María, y allí fue ordenado por el Padre para ser el Salvador del género humano. En cuanto a tiempo, empleando este término con referencia a toda la existencia pasada, esto es lo primero que sabemos acerca del Primogénito entre los hijos de Dios; y para nosotros los que leemos, señala el principio de la historia escrita de Jesús el Cristo.k

Aun cuando los escritos del Antiguo Testamento abundan en promesas referentes a la realidad del advenimiento del Cristo en la carne, son menos explícitos en cuanto a su existencia antes de tomar cuerpo. Mientras los hijos de Israel vivían debajo de la ley, sin la preparación necesaria para recibir el evangelio, el Mesías era para ellos uno que habría de nacer del linaje de Abraham y de David, facultado para librarlos de sus cargas personales y nacionales, así como para vencer a sus enemigos. El pueblo en general, si acaso era capaz de formarse un concepto, apenas percibía vagamente la realidad de la posición del Mesías como el Hijo elegido de Dios, un Ser de poder y gloria preexistentes que fue con el Padre desde el principio; y aunque se concedió una revelaciónl de la gran verdad a los profetas especialmente comisionados con las autoridades y privilegios del Santo Sacerdocio, éstos lo transmitieron al pueblo en términos de imágenes y parábolas, más bien que en palabras claras y directas. Sin embargo, el testimonio de los evangelistas y apóstoles, el testimonio del propio Cristo mientras estuvo en la carne y las revelaciones dadas en la dispensación actual suplen esta escasez de evidencias en las Escrituras.

En las primeras líneas del Evangelio escrito por Juan el Teólogo, leemos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho … Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”m

El pasaje es sencillo, preciso y sin ambigüedad. Podemos razonablemente aplicar a la frase “En el principio” el mismo significado comprendido en las primeras palabras del libro del Génesis; y este significado debe indicar un tiempo anterior al estado más remoto de la existencia humana sobre la tierra. Definitivamente se afirma que el Verbo es Jesucristo, el cual estuvo con el Padre en ese principio, y que El mismo se hallaba investido con los poderes y categoría de Dios, y que vino al mundo y habitó entre los hombres. Hallamos corroboradas estas declaraciones mediante la revelación concedida a Moisés, en la cual le fue permitido ver muchas de las creaciones de Dios y escuchar la voz del Padre hablar de las cosas que habían sido hechas: “Y las he creado por la palabra de mi poder, que es mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad.”n

Juan el Teólogo afirma repetidas veces la preexistencia del Cristo y el hecho de su autoridad y poder en el estado anterior al terrenal.o Igual cosa afirman los testimonios de los apóstoles Pablop y Pedro. Instruyendo a los santos acerca de la base de su fe, este último apóstol puso de relieve el hecho de que no podían obtener su redención por medio de cosas corruptibles ni por la observancia exterior de requisitos tradicionales, sino más bien “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros.”q

Aún más impresionantes y a la vez más verdaderamente concluyentes son los testimonios personales del Salvador respecto de su propia vida preexistente y de la misión entre los hombres para la cual El había sido designado. Nadie que acepte a Jesús como el Mesías puede rechazar lógicamente estas evidencias de su naturaleza eterna. En una ocasión en que los judíos disputaban en la sinagoga entre sí y murmuraban porque no podían entender correctamente la doctrina concerniente al propio Jesús, particularmente en lo que tocaba a su relación con el Padre, El les dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” Entonces, continuando la lección basada en el contraste del maná, con el cual sus padres fueron alimentados en el desierto, y el pan de vida que El ofrecía, añadió: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo”; y declaró además: “Me envió el Padre viviente”. Muchos de los discípulos fueron incapaces de entender sus enseñanzas; y al quejarse ellos, les preguntó: “¿Esto os ofende? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?”r

A ciertos judíos inicuos que, envueltos en el manto del orgullo racial, se jactaban de haber descendido del linaje de Abraham y querían excusar sus pecados empleando sin derecho el nombre del gran patriarca, nuestro Señor les proclamó su propia preeminencia en estos términos: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.”s

Más adelante se explicará el significado completo de esta aseveración; basta por lo pronto considerar este pasaje como una afirmación clara de que nuestro Señor sobrepujaba a Abraham en antigüedad y supremacía. Pero en vista de que el nacimiento de éste había antecedido al de Cristo por más de diecinueve siglos, esta antigüedad debió referirse a una existencia anterior a la terrenal.

Al aproximarse la hora de su traición, en la última entrevista que tuvo con los apóstoles antes de su experiencia angustiosa en el Getsemaní, Jesús los consoló, diciendo: “Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.”t Además, en el curso de su efusiva oración por aquellos que habían sido fieles a su testimonio de su Mesiazgo, dirigió al Padre esta solemne invocación: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, gloríficame tú para contigo con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”u

El Libro de Mormón asimismo presenta evidencia explícita de la preexistencia de Cristo y su misión preordinada. No podemos citar sino una de las muchas evidencias que en ese tomo se hallan. Un profeta antiguo, llamado en la historia el hermano de Jared,v recurrió al Señor en una ocasión con una súplica especial: “Y le dijo el Señor: ¿Creerás las palabras que te voy a declarar? Y él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres Dios de verdad, y no puedes mentir. Y cuando hubo pronunciado estas palabras, he aquí el Señor se le mostró y dijo: Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por tanto, eres traído de nuevo a mi presencia, y por esta razón me manifiesto a ti. He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí tendrá luz eternamente todo el género humano, sí, cuantos creyeren en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas. Y nunca me he mostrado a los hombres que he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre, como tú lo has hecho. ¿Ves cómo has sido creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen. He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi Espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi Espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne.”x

Los hechos principales que guardan relación directa con el tema en consideración, y de los cuales testifican los pasajes citados, son: Que el Cristo se manifestó a sí mismo mientras se hallaba todavía en su estado preexistente; y que declaró haber sido escogido desde la fundación del mundo para ser el Redentor.

Las revelaciones dadas por conducto de los profetas de Dios en la dispensación actual contienen abundante evidencia del nombramiento y ordenación de Cristo en el mundo primordial; y puede ofrecerse como testimonio el texto completo de las Escrituras contenidas en Doctrina y Convenios. Los siguientes ejemplos vienen particularmente al caso. En una comunicación dada a José Smith el profeta, en mayo de 1833, el Señor se proclamó a sí mismo como el que había venido previamente del Padre al mundo, y de quien Juan había dado testimonio como el Verbo; y se reitera la verdad solemne de que El, Jesucristo, “era en el principio, antes que el mundo fuese”; y además, que era el Redentor “que vino al mundo, porque el mundo fue hecho por él, y en él estaba la vida y la luz del hombre”. Por otra parte, se hace referencia a El como el “Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, aun el Espíritu de verdad, que vino y moró en la carne”. En esta misma revelación, el Señor dijo: “Y ahora, de cierto, de cierto os digo, yo estuve en el principio con el Padre, y soy el Primogénito.”y En una ocasión anterior, como lo testifica el profeta moderno, él y uno de sus compañeros en el sacerdocio fueron iluminados por el Espíritu, de modo que pudieron ver y entender las cosas de Dios, “aquellas cosas que existieron desde el principio, antes que el mundo fuese. Cosas que el Padre decretó por medio de su Unigénito Hijo, quien fué en el seno del Padre, aun desde el principio; de quien damos testimonio; y el testimonio que damos es la plenitud del evangelio de Jesucristo, el cual es el Hijo, a quien vimos y con quien conversamos en la visión celestial.”z

El testimonio de las Escrituras grabadas en ambos hemisferios, el de las historias antiguas así como modernas, las declaraciones inspiradas de profetas y apóstoles, y las palabras del Señor mismo proclaman al unísono la preexistencia de Cristo y su ordenación como el Salvador y el Redentor del género humano desde el principio: sí, aun antes de la fundación del mundo.

Notas al capitulo 2

  1. Inteligencias graduadas en el estado preexistente.—Muéstrase con toda claridad, mediante una revelación divina dada a Abraham, que los espíritus de los hombres existieron como inteligencias individuales con distintos grados de habilidad y poder, antes de la inauguración del estado terrenal sobre esta tierra y aun antes de la creación del mundo como morada adecuada para los seres humanos: “Y el Señor me había mostrado a mí, Abrahán, las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas éstas había muchas de las nobles y grandes; y Dios vio estas almas, y eran buenas, y estaba en medio de ellas, y dijo: A éstos haré mis gobernantes—pues estaba entre aquellos que eran espíritus, y vio que eran buenos—y él me dijo: Abrahán, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer.” (P. de G. P., Abrahán 3:22-23)

    Siguen inmediatamente a las partes de la revelación citada otros versículos en los que se manifiesta que Cristo así como Satanás se hallaban entre aquellas inteligencias exaltadas, y que Aquél fue elegido y éste rechazado como el futuro Salvador del género humano: “Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra en donde éstos puedan morar; y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare. Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado, no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás. Y el Señor dijo: ¿A quién enviaré? Y respondió uno semejante al Hijo del Hombre: Heme aquí; envíame. Y otro contestó, y dijo: Heme aquí; envíame a mí. Y el Señor dijo: Enviaré al primero. Y el segundo se enojó, y no guardó su primer estado; y muchos lo siguieron ese día.” (Ibid., vers. 24-28)

  2. El concilio primordial en los cielos.—“Se afirma definitivamente en el libro de Génesis que el Señor dijo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’; y además, después que Adán hubo participado del fruto prohibido, el Señor declaró: ‘He aquí el hombre es como uno de nosotros’; y claramente se deduce que en todo lo relacionado con la obra de la creación del mundo, hubo una consulta; y aunque Dios habló como está escrito en la Biblia, es evidente, sin embargo, que consultó con otros. Las Escrituras nos dicen que ‘hay muchos dioses y muchos señores, para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre’. (1 Cor. 8:5) Es por esta razón, aunque otros participaron en la creación de los mundos, que la Biblia lo expresa en la forma en que lo tenemos; porque la plenitud de estas verdades se revela únicamente a personas altamente favorecidas, por razones que sólo Dios sabe; y como nos es dicho en las Escrituras: ‘La comunión íntima de Jehová es con los que le temen; y a ellos hará conocer su pacto.’ (Salmo 25:14)

    “Es congruente creer que en este Concilio Celestial se examinó detenidamente el plan que había de adoptarse con relación a los hijos de Dios, que en esa época eran espíritus y no habían obtenido cuerpos todavía. Porque al considerar la creación del mundo y la colocación de los hombres sobre él—permitiéndoles de esta manera obtener tabernáculos o cuerpos, y con ellos obedecer las leyes de la vida y nuevamente ser exaltados entre los Dioses—nos es dicho que ‘alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios’. El siguiente asunto por resolver fue cómo y de acuerdo con cuál principio se habría de llevar a cabo la salvación, exaltación y gloria eterna de los hijos de Dios. Es evidente que se propusieron y discutieron ciertos planes en ese Concilio, y que después de un examen completo de aquellos principios, y habiendo declarado el Padre su voluntad concerniente a su propósito, Lucifer se presentó ante el Padre con un plan ideado por él mismo, y dijo: ‘Heme aquí, envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra.’ Pero Jesús, al oír esta proposición de Lucifer, dijo: ‘Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.’ De estas palabras del Hijo bien amado, naturalmente hemos de colegir que al discutirse este asunto, el Padre había dado a conocer su voluntad y explicado su plan y designio sobre estas cosas, y todo lo que su Hijo amado deseaba hacer era cumplir la voluntad de su Padre que, según parece, ya se había expresado. También deseaba que se diera la gloria a su Padre, a quien, como Dios el Padre, y originador y diseñador del plan, correspondía todo el honor y la gloria. Sin embargo, Lucifer quería introducir un plan contrario a la voluntad de su Padre, y además quería su honra, pues dijo: ‘Salvaré a todas las almas de los hombres, por tanto, dame tu honra.’ Quería obrar en contra de la voluntad de su Padre, y arrogantemente deseaba privar al hombre de su libre albedrío, y de este modo convertirlo en esclavo y colocarlo en tal posición que le sería imposible obtener esa exaltación que Dios había propuesto para él, mediante la obediencia a la ley que El le había indicado; y además, Lucifer aspiraba al honor y poder de su Padre, a fin de poder llevar a cabo principios que se oponían a los deseos del Padre.”—Mediation and Atonement, por John Taylor, págs. 93, 94.

  3. Los Jareditas.—“De las dos naciones cuyas historias constituyen el Libro de Mormón, la primera, en cuestión de tiempo, fue la del pueblo de Jared, que bajo la dirección de su caudillo, salió de la Torre de Babel al tiempo de la confusión de lenguas. Eter, el último de sus profetas, escribió su historia sobre veinticuatro planchas de oro y, previendo la destrucción de su pueblo a causa de su iniquidad, escondió las planchas históricas. Más tarde las encontró una expedición enviada por el rey Limhi, monarca nefita, aproximadamente en el año 122 antes de Cristo. Moroni subsiguientemente compendió la historia que se hallaba grabada sobre estas planchas y agregó el relato condensado a los anales del Libro de Mormón. En la traducción moderna lleva el nombre del Libro de Eter.

    “En la historia, según la tenemos, no se da el nombre del primer y principal profeta de los jareditas, sino solamente se conoce como el hermano de Jared. En cuanto a su pueblo, nos enteramos de que en medio de aquella confusión en Babel, Jared y su hermano rogaron ante el Señor que ellos y sus compañeros fuesen librados de la dispersión inminente. Se escuchó su oración, y junto con un grupo considerable que, como ellos, no se había contaminado con la adoración de ídolos, el Señor los llevó de sus casas, prometiendo conducirlos a un país escogido sobre todos los demás. No se sabe con exactitud la ruta que siguieron; sólo sabemos que llegaron al océano y que allí construyeron ocho naves o barcos, en los cuales se hicieron a la mar. Estos barcos eran pequeños y carecían de luz por dentro, pero el Señor hizo luminosas ciertas piedras, las cuales proveyeron luz a los viajeros encerrados. Después de un viaje de trescientos cuarenta y cuatro días, la colonia desembarcó en las costas de América.

    “Aquí la colonia llegó a ser una nación floreciente; pero, cediendo con el tiempo a disensiones internas, se dividieron en bandos que combatieron entre sí hasta que el pueblo quedó totalmente destruido. Esta destrucción que ocurrió cerca del cerro Rama, al que los nefitas más tarde dieron el nombre de Cumora, se verificó más o menos al tiempo de la llegada de Lehi, aproximadamente 590 años antes de Cristo.”—Artículos de Fe, por el autor, págs. 291-292.