2003
Un regalo para todas las épocas
diciembre de 2003


Un regalo para todas las épocas

No tienes que esperar hasta la Navidad para obsequiar regalos de amistad, amor y servicio.

Mi hermano, mi hermana y yo nos criamos en la ciudad rural de Blackfoot, Idaho. Nuestra familia no tenía mucho dinero, pero eso no nos impedía esperar ansiosos la Navidad. Ese día solíamos despertar temprano por la mañana, entrar de puntillas en el cuarto de nuestros padres y preguntarles si podíamos levantarnos. Ellos acostumbraban decir con voces cansadas: “No, sólo son las tres de la mañana. Vuélvanse a acostar”.

Volvíamos a nuestras camas y esperábamos, esperábamos y esperábamos, y pensábamos: “¡Caramba! Ya debe ser la hora”. Nos levantábamos otra vez y preguntábamos a nuestros padres: “Mamá, papá, ¿podemos levantarnos ya?”.

Ellos respondían: “No. Sólo son las tres y diez. Vuélvanse a acostar”. Parecía tan larga la espera antes de poder levantarnos para celebrar la Navidad.

En aquellos años de la infancia, al celebrar la Navidad empezamos a entender la importancia del Salvador; y al desarrollar una relación con Él, fuimos capaces de tomar buenas decisiones y de recibir muchos regalos maravillosos en nuestra vida.

El regalo de los buenos amigos

La verdadera amistad es uno de esos regalos. Tuve muchos buenos amigos durante mi juventud. El Evangelio nos mantuvo unidos y líderes especiales nos ayudaron a escoger lo correcto. Tuvimos una excelente maestra de la Escuela Dominical llamada Eva Manwaring, quien sabía cómo manejar a un grupo de rufianes como nosotros. No creo que haya habido muchas hermanas que nos hubieran podido soportar, pero ella lo hizo. Su esposo se ocupó de nosotros en el programa de los Scouts y nos ayudó a conseguir nuestro rango de Águilas. Me siento agradecido por buenos amigos y líderes que me ayudaron a tomar buenas decisiones, en especial la de servir en una misión.

El regalo de Brasil

Cuando primeramente llegué a Brasil como misionero, de inmediato me enamoré de ese hermoso y verde país, así como de su gente abierta, amorosa y humilde.

La obra muchas veces resultó difícil. Los representantes de otra iglesia solían decirles a los jóvenes que nos arrojaran piedras y hasta nos llevaron a la cárcel. A la gente le costaba unirse a la Iglesia porque sus vecinos los aislarían. Eso ocurría a fines de la década de 1950, cuando la Iglesia ni siquiera tenía una estaca en Brasil.

Ahora hay cerca de 200 estacas. Al volver con mi familia a ese lugar como presidente de misión y como miembro de una presidencia de área, ha sido una bendición espiritual ver el milagroso crecimiento de la Iglesia en el país.

Al terminar mi primera misión, regresé a casa en barco; permanecí en la cubierta y lloré al ver cómo Brasil se perdía en el horizonte. Siempre disfruto cuando se presentan oportunidades de regresar, pero las despedidas no se hacen más fáciles.

El regalo del amor

Al volver de la misión, conocí a una hermosa señorita llamada Sandra Joelene Lyon en una conferencia de estaca. Ambos asistíamos a la Universidad Estatal de Idaho en Pocatello, pero vivíamos en Blackfoot. Lo mejor de tener que viajar entre las dos ciudades era que Sandra y yo viajábamos con el mismo grupo. No me cabía duda de que ella era una de las preciadas hijas de Dios y sabía que era la persona indicada con la que me debía casar. Un día me senté a su lado en el auto y le dije: “Mira, es mejor que le escribas a tu misionero y le informes que te vas a casar con alguien más, porque sabes que te vas a casar conmigo”. No fue así de fácil, pero nos casamos un par de años más tarde.

Nos comprometimos en diciembre, con lo que la Navidad adquirió un mayor significado. El casarnos por la eternidad es el regalo más grande que nos hayamos dado el uno al otro. Mi esposa es una bendición maravillosa, pues nos brinda su amor a mí, a nuestros hijos, a sus cónyuges y a nuestros nietos. Su amor contribuye enormemente a la unidad de la familia.

El regalo del poder del sacerdocio

Después de unos años de matrimonio, Sandra y yo tuvimos nuestro tercer hijo, un varoncito llamado Stephen que nació justo tres días antes de la Navidad. Al nacer, no podía respirar por sí solo, pero lo caracterizaba un espíritu de valentía. Luchaba por la vida, pero los médicos dijeron que probablemente no fuera a sobrevivir. Nuestro obispo invitó al barrio a unir sus oraciones a las nuestras a favor de nuestro hijo.

El regalo más grande aquella Navidad especial fue poder darle una bendición. Después de la bendición, recibí la impresión de ir al cuarto de Sandra en el hospital y decirle que Stephen iba a estar bien y que ella no tendría que preocuparse. La mañana del día de la Navidad, los médicos nos dijeron que Stephen iba a estar bien; ellos no tenían idea de lo que había sucedido. Era un milagro. Me siento muy agradecido por el poder del sacerdocio; consideramos la supervivencia de Stephen como uno de los regalos más grandiosos de Navidad que nuestra familia haya recibido.

El gran regalo

El gran regalo que recibimos en Navidad es el recuerdo del nacimiento del Salvador. Él es el regalo que proviene del Padre. El vivir cerca del Salvador en nuestros años de crecimiento nos ayuda a tomar buenas decisiones. No deseamos decepcionarlo. El desarrollar un testimonio mientras se es joven les ayudará a apreciar siempre Su sacrificio milagroso.

Es de suma importancia vivir cerca del Salvador y saber que Él siempre está ahí y que les ama. El seguir Su ejemplo y Sus enseñanzas es fuente de sentimientos maravillosos en la Navidad y de bendiciones maravillosas en la eternidad. Testifico que el Salvador vive. Feliz Navidad, amados hermanos y hermanas.