2003
Los regalos de la Navidad
diciembre de 2003


Mensaje de la Primera Presidencia

Los regalos de la Navidad

En 3 Nefi, en el Libro de Mormón, leemos: “Alza la cabeza y sé de buen ánimo, pues he aquí, ha llegado el momento; y esta noche se dará la señal, y mañana vengo al mundo para mostrar al mundo que he de cumplir todas las cosas que he hecho declarar por boca de mis santos profetas”1.

Con el nacimiento del Niño en Belén surgió un gran don, un poder más fuerte que las armas, una riqueza más duradera que las monedas del César. Ese niño iba a ser el Rey de reyes, el Señor de señores, el Mesías prometido, Jesucristo, el Hijo de Dios.

Su invitación de seguirle

Nacido en un establo, acunado en un pesebre, descendió de los cielos para vivir en la tierra como un ser mortal y establecer el reino de Dios. Enseñó la ley mayor a los hombres durante Su ministerio terrenal y Su glorioso Evangelio cambió la manera de pensar del mundo. Bendijo a los enfermos, hizo que los cojos caminaran, que los ciegos vieran y que los sordos oyeran. Incluso restauró a los muertos a la vida.

¿Cuál fue la reacción ante Su mensaje de misericordia, Sus palabras de sabiduría, Sus lecciones sobre la vida? Sólo unos pocos lo apreciaron y éstos bañaron Sus pies con sus lágrimas, aprendieron Su palabra y siguieron Su ejemplo.

Desde tiempos inmemoriales, el mensaje de Jesús siempre ha sido el mismo. Él dijo a Pedro, junto al hermoso mar de Galilea: “…[Ven] en pos de mí”2. Dijo a Felipe: …“Sígueme”3. Dijo al levita que se sentaba en el banco de los tributos públicos: …“Sígueme”4. Ustedes y yo, si tan sólo lo escuchamos, recibiremos idéntica invitación: “Sígueme”.

Al seguir Sus pasos en la actualidad, también dispondremos de la oportunidad de bendecir la vida de los demás. Jesús nos invita a dar de nosotros mismos: “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta”5.

Disponemos de oportunidades ilimitadas para dar de nosotros mismos, aunque también son perecederas. Hay corazones que alegrar, palabras amables que decir, regalos que dar, obras que hacer y almas que salvar. “Id, alegrad al solitario y al deprimido; consolad al que llora y al cansado; obrad bien por el camino y haced del mundo un lugar mejor”6.

Un sabio cristiano dijo una vez: “La Navidad no debe ser motivo para gastar sino para guardar: guardar en la memoria su verdadero significado”7. Al meditar en el espíritu de la Navidad, observamos también el espíritu de Cristo, pues el espíritu de la Navidad es el espíritu de Cristo.

Mi tesoro literario de Navidad

En esta época del año, mi familia sabe que volveré a leer mi tesoro literario de Navidad y a meditar en las maravillosas palabras de sus escritores. El primero será el Evangelio de Lucas, en concreto el relato de la Natividad. Después leeré Canción de Navidad , de Charles Dickens, y por último, “ The Mansion” ( La mansión ), de Henry Van Dyke.

Siempre que leo esos libros inspirados, tengo que enjugarme las lágrimas, ya que me conmueven profundamente, como ocurrirá con ustedes.

Dickens escribió: “Siempre he considerado la Navidad, al llegar esa época… como un tiempo especial: un tiempo agradable de bondad, perdón y caridad; la sola época en el largo calendario del año en que hombres y mujeres, por acuerdo común, parecen abrir libremente sus corazones y consideran a los que son sus inferiores como si en verdad fuesen compañeros hasta la tumba, y no como otra raza encaminada hacia otras jornadas”8.

En su obra ya clásica, Canción de Navidad , el ahora arrepentido personaje de Dickens, Ebenezer Scrooge, declara finalmente: “Honraré la Navidad en mi corazón y trataré de conservar su espíritu durante todo el año. Viviré en el pasado, el presente y el futuro; el espíritu de los tres permanecerá en mi interior y no desecharé las lecciones que tienen para mí”9.

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que fue sobrecargado con “dolores, experimentado en quebranto”10, habla a todo corazón atribulado y le concede el don de la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”11.

La verdadera forma de dar

Él envía Su palabra por conducto de miles de misioneros que sirven a lo largo y ancho del mundo proclamando Su Evangelio de buenas nuevas y de paz. Las desconcertantes preguntas, tales como: “¿de dónde vengo? ¿qué propósito tiene mi existencia? ¿a dónde voy después de morir?”, tienen respuesta a través de esos siervos especiales. La frustración huye, la duda desaparece y la incertidumbre se desvanece cuando la verdad se imparte con convicción, a la vez que con un espíritu de humildad, por aquellos que han sido llamados a servir al Príncipe de paz, el Señor Jesucristo. Su don se confiere de forma individual: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él”12.

Permítanme compartir varios ejemplos más sobre la verdadera forma de dar que aprendí de las experiencias de los tres últimos presidentes de la Iglesia, con los que he tenido el privilegio de servir como consejero.

En primer lugar, una experiencia del presidente Ezra Taft Benson (1899–1994): Él describió una asignación que recibió del Presidente de la Iglesia después de la Segunda Guerra Mundial y por la que tuvo que dejar a su esposa e hijos y visitar a los devastados miembros de la Iglesia en Alemania y en otros países. Por medio del divinamente inspirado programa de bienestar, el presidente Benson literalmente dio de comer al hambriento, consoló al afligido y elevó un poco más cerca del cielo a todo aquel con que se reunió. Años más tarde, durante un servicio dedicatorio en Zwickau, Alemania, un miembro ya anciano me dijo con los ojos llenos de lágrimas: “Por favor, dígale al presidente Benson que lo amamos. Él salvó nuestras vidas: la mía, la de mi esposa, la de mis hijos y la de muchísimas personas más. Fue un ángel enviado por Dios para restaurar nuestra confianza y nuestra esperanza en el futuro. Dígale que lo amamos”.

En segundo lugar, una experiencia del presidente Howard W. Hunter (1907–1995): En cierta ocasión, el presidente Hunter tuvo que resolver una situación particularmente trágica y difícil. Finalmente, dijo: “Siempre he preferido edificar a la gente en vez de desanimarla, para así mostrarles el camino del Señor a fin de que lo sigan a Él”. En consecuencia, ese santo líder administró con liberalidad los dones del perdón, de la compasión y del buen ánimo a la atribulada pareja.

En tercer lugar, una experiencia del presidente Gordon B. Hinckley: El presidente Hinckley es un profeta y un Presidente que ha viajado mucho. En esos viajes por todo el mundo, ha compartido su presencia, su testimonio y su ejemplo. Hace unos cinco años, regresó de una visita al sudeste de los Estados Unidos, donde habló a decenas de miles de personas. A la mañana siguiente de su regreso, el Presidente dijo que se sentía algo cansado; sin embargo, acto seguido, comentó: “Acabo de saber del terrible sufrimiento que está padeciendo la gente de Centroamérica a causa de las inundaciones que se han llevado por delante casas, campos y a muchas personas. Siento la necesidad de visitar esa zona tan castigada, así que dentro de dos días, iré hasta allá en avión acompañado del élder L. Tom Perry y del obispo H. David Burton”. Repasamos con el Presidente la información relativa a las provisiones que ya habían sido enviadas y recibidas en los puntos de distribución, así como la de aquellas que estaban en camino por aire y por mar.

El presidente Hinckley regresó de su viaje de tres días regocijándose por el buen funcionamiento del programa de bienestar. Se había reunido con los miembros de la Iglesia y con los misioneros y había felicitado a las muchísimas personas que se habían puesto a trabajar limpiando los escombros que anteriormente habían sido hogares.

El presidente Hinckley les dio ánimo y les aseguró que recibirían más ayuda; pero más importante que todo eso, se entregó a sí mismo. Damos gracias a nuestro Padre Celestial por este profeta.

Gracias a la relación que he tenido con el presidente Hinckley durante años, he llegado a saber que es un mayordomo sabio y prudente en lo que a los sagrados fondos de la Iglesia se refiere. Aborrece el despilfarro y la extravagancia, aunque jamás le he visto dar la espalda al necesitado, al hambriento, al desanimado o al oprimido. El dar ayuda forma parte de nuestro deber divino, por lo que se ofrece gratuitamente y de buen grado así como también el alimento y el refugio, a fin de aliviar el sufrimiento, alegrar los corazones y salvar vidas.

No existe mejor época que ésta, esta misma época de Navidad, para que todos nos dediquemos de nuevo a los principios que enseñó Jesús el Cristo. Es el momento de amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Haremos bien en recordar que el que da dinero da mucho, el que da tiempo da más, pero el que da de sí mismo lo da todo. Ruego que ésta sea una descripción de nuestros regalos navideños.

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se mencionan algunos ejemplos:

  1. Pregunte a los miembros de la familia sobre ocasiones en las que hayan dado de sí mismos durante la época de Navidad. Lean juntos la sección “Su invitación de seguirle” y anime a los integrantes de la familia a seguir el ejemplo del Salvador al dar a los demás este año.

  2. Como regalo a cada familia a la que enseñe, ofrezca dar de usted mismo y luego invite a los miembros de la familia a leer los ejemplos de la manera de dar que se dan en la sección “La verdadera forma de dar”. Lea el último párrafo del mensaje en voz alta y testifique de los regalos de Sí mismo que el Salvador le haya dado.

Notas

  1. 3 Nefi 1:13.

  2. Mateo 4:19.

  3. Juan 1:43.

  4. Mateo 9:9.

  5. D. y C. 64:34.

  6. “Make the World Brighter”, Deseret Sunday School Songs, 1909, Nº 197.

  7. Senado, Peter Marshall, 80º Congreso, 1ª sesión, Congressional Record, 19 de diciembre de 1947, pág. 93, pt. 9:11673.

  8. Traducción libre. A Christmas Carol, en Works of Charles Dickens, Complete and Unabridged, 1982, pág. 535.

  9. Works of Charles Dickens, pág. 581.

  10. Isaías 53:3.

  11. Juan 14:27.

  12. Apocalipsis 3:20.