Historia de la Iglesia
“Mi vida está en las manos de Dios”


“Mi vida está en las manos de Dios”, Historias mundiales: Austria, 2019

“Mi vida está en las manos de Dios”, Historias mundiales: Austria

“Mi vida está en las manos de Dios”

Durante la Primera Guerra Mundial, cuando se retiró de Austria a los misioneros extranjeros y se llamó al servicio militar a los miembros varones de la Iglesia, Maria Either se hizo cargo de los registros y la provisión de literatura de la Iglesia en la Rama Viena. Either y las demás hermanas de la rama se reunieron y fortalecieron unas a otras a través de los difíciles años de la guerra, mientras que los hombres mantenían su fe a solas en varias partes del Imperio austrohúngaro.

En 1917, Konrad Hirschmann fue asignado al pueblo de Hanunin, en la actual Ucrania. Durante una conversación con una familia que hablaba alemán, le preguntaron a Hirschmann qué pensaba de la guerra. Hirschmann respondió mostrándoles la profecía de Mateo 24, de que “nación se levantará contra nación, y reino contra reino” antes de la Segunda Venida. “Con el paso del tiempo”, dijo Hirschmann, “quisieron saber más y más”. Hirschmann escribió a los líderes de la Iglesia, quienes lo llamaron como misionero de tiempo parcial.

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Konrad Hirschmann

Konrad Hirschmann, aprox. 1917

Sin embargo, a medida que Hirschmann bautizaba conversos, los malentendidos y el miedo dieron paso a hostilidades. En enero de 1918 se le advirtió que otros soldados planeaban tenderle una emboscada y matarlo si ese día iba a Hanunin a predicar. Hirschmann no se amedrentó. “No le tengo miedo a la muerte”, dijo. “Mi vida está en las manos de Dios”. A pesar de la fuerte nevada, caminó por una hora hasta la ciudad y halló a sus amigos de Hanunin orando por su seguridad.

Poco tiempo después, Hirschmann dio un sermón dominical en el que usó la enseñanza de Cristo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen” (Mateo 5:44). Luego de su sermón, un grupo de soldados admitió que aquel día habían estado esperando al acecho, planeando matarlo, pero fueron cegados por la tormenta de nieve. “Perdónenos”, dijeron. “Nos habían dicho mentiras sobre usted”.

“No tengo nada que perdonar”, respondió Hirschmann. “Estaba en las manos de Dios”.

Durante los meses siguientes, los mandos militares de Hirschmann le permitieron predicar casi todos los días. Visitó cuatro pueblos y repartió cientos de folletos. Los aldeanos llegaron a amar y respetar a Hirschmann mientras aprendían del Evangelio restaurado, y muchos se unieron a la Iglesia. En mayo de 1918, Hirschmann fue trasladado de Hanunin. Sin embargo, al término de la guerra regresó a visitar la rama. Más adelante, muchos se mudaron a Austria, donde llegaron a ser miembros de la rama reunida de Viena.