Historia de la Iglesia
El programa de edificación finlandés


“El programa de edificación finlandés”, Historias mundiales: Finlandia, 2018

“El programa de edificación finlandés”, Historias mundiales: Finlandia

El programa de edificación finlandés

Durante muchos años, los Santos de los Últimos Días finlandeses llevaron a cabo sus servicios de adoración y actividades en casas, apartamentos y espacios alquilados. El único centro de reuniones dedicado en el país era un pequeño edificio, remodelado como capilla, que se encontraba en Larsmo y se había dedicado en 1948. Al comenzar la década de 1950, sin embargo, la Iglesia comenzó a esforzarse enormemente por edificar sus propios centros de reuniones en varias ciudades. El primer centro de reuniones de Finlandia se completó en Hämeenlinna en 1959 y se dedicó en 1960, junto con otros dos edificios en Lahti y Pori.

Los Santos de los Últimos Días finlandeses contribuyeron a la construcción de sus centros de reuniones con aportaciones económicas y con mano de obra voluntaria. Al comienzo de la década de 1960, la Iglesia llamó a varios santos finlandeses a prestar servicio como misioneros de construcción, con la asignación específica de ayudar en la construcción de centros de reuniones. Esos misioneros ponían ladrillos, levantaban techos e instalaban ventanas en cada nuevo proyecto.

Los miembros de las ramas locales también se unieron a la causa. Las ramas eran responsables de proporcionar alojamiento y comida a los misioneros de construcción y muchos santos pasaban buena parte de su tiempo libre ayudando en aquellos trabajos. Muchos de ellos encontraron formas únicas de contribuir. Los miembros de la Rama Haaga, por ejemplo, encontraron un viejo vagón de tren y lo acondicionaron para utilizarlo como comedor, donde los miembros de la rama alimentaban a los misioneros de construcción. En la Rama Kuopio, Anna-Liisa Rinne, quien criaba sola a sus hijos, trabajaba y era la presidenta de la Sociedad de Socorro, actuaba como intérprete del gerente de construcción. “En ese momento, yo era la única en la rama con una licencia para conducir”, recordó, explicando que “tenía que tratar algunos asuntos con el proveedor de materiales” y “supervisar la distribución de los almuerzos a los trabajadores de la construcción”.

El programa de construcción supuso un enorme esfuerzo para los miembros locales de la Iglesia, pero el trabajo les dio un sentimiento de unidad. El presidente de misión, J. Malcolm Asplund, observó: “Había un sentimiento de buena disposición y entusiasmo. Había un espíritu de cooperación y hermandad que era contagioso. Por supuesto, había desacuerdos, pero pronto fueron olvidados”. Al finalizar cada centro de reuniones, las ramas descubrían “un sentido más profundo de comunidad y de orgullo de unos hacia otros que duraría mucho más tiempo que los ladrillos y el estuco”.