2020
Los milagros existen
Julio de 2020


Voces de los Santos

Los milagros existen

Mis padres murieron cuando yo era niña por lo que crecí en un internado hasta los dieciséis años, cuando fui a vivir con una compañera muy querida que me acogió en su casa. Allí viví cuatro años, hasta que a los veinte me casé y tuve a mis dos hijos.

Desgraciadamente, mi matrimonio acabó después de varios años de sufrimiento, y yo empecé a trabajar como costurera y a ahorrar dinero para huir con mis hijos.

En 1973 llegamos a Sevilla, y de ahí nos trasladamos a Cádiz. Con el tiempo, mis hijos formaron sus propias familias, y yo de nuevo me quedé sola, hasta que veinte años después conocí a mi actual esposo.

Conocí La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la estación de autobuses de A Coruña, cuando dos misioneros se acercaron a mí y uno de ellos me preguntó: ¿Conoce a nuestro Señor Jesucristo?, a lo que yo respondí: “¡Sí! Él es mi mejor amigo”. Estuvimos hablando mucho tiempo y me regalaron un ejemplar del Libro de Mormón. Esa noche leí mucho, y cada capítulo que leía me gustaba más.

Al domingo siguiente fui a la capilla y a partir de ese día comencé a asistir asiduamente, porque tenía sentimientos maravillosos. Los misioneros me visitaban cada semana, y a esas reuniones yo invitaba a mi vecina, con su hijo de diez años, y a mi nieta.

Aprendí bastante hasta que el élder Joel Staheli volvió a casa tras acabar su misión. Después de cuatro meses juntos nos teníamos mucho cariño, y cuando lo acompañé a la estación de tren él me dijo, señalándome con el dedo: “Algún día te bautizaré”.

Regresé a casa llorando, y ya mi vida no volvió a ser la misma. El élder Staheli regresó a casa sin poder bautizarme, porque en aquel entonces yo no estaba casada con el que ahora es mi marido.

Pasaron otros veinte años y volví a vivir a Cádiz con mi esposo. En esa época teníamos problemas económicos, así que fui a varias joyerías que también eran casas de empeño, pero no me decidía a empeñar mi anillo de casada. No obstante, cuando ya volvía a casa vi una pequeña joyería, y por alguna razón sentí el impulso de entrar.

Allí sonaba una música maravillosa que yo sabía que había escuchado antes. El dependiente de la tienda me transmitía el mismo espíritu que recordaba del élder Staheli. Empeñé el anillo y unos días después regresé para recuperarlo y encontré al mismo dependiente, y la misma música. Le pregunté por la música que sonaba, y él me dijo que era el Coro del Tabernáculo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ¡No lo podía creer! Me preguntaba por qué unos días antes había tenido ese impulso de entrar en esa joyería, y comprendí que había sido un milagro.

No paré de hablar y de contarle mi historia por largo tiempo. Mi ángel me dio una tarjeta, y le llamo así porque él me salvó. Agustín Guerrero Ponce resultó ser el obispo del barrio de Cádiz. Esa vez regresé a la Iglesia con el deseo de bautizarme, por lo que puse una fecha bautismal y busqué al élder Joel Staheli por internet. ¡Habían pasado veinte años, y lo encontré!

Le conté todo lo que me había pasado, por si tenía la suerte de que lo leyera, y él me contestó inmediatamente. Me preguntó la fecha de mi bautismo, y viajó desde Nueva York junto con su esposa hasta Cádiz. Él me bautizó, como lo había prometido veinte años antes en la estación de tren.

En octubre de 2020 hará dos años de mi bautismo, y estoy muy feliz. Sé con todo mi corazón que esta es la Iglesia verdadera y que el Libro de Mormón es verdadero.