2023
Marcó la senda y nos guio
Febrero de 2023


“Marcó la senda y nos guio”, Liahona, febrero de 2023.

Marcó la senda y nos guio

Cuando seguimos a Jesucristo, haciendo lo que Él hizo, podemos regresar con confianza a nuestro hogar celestial.

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Cristo llama a Pedro y a Andrés

Christ Calling Peter and Andrew [Cristo llama a Pedro y Andrés], por Harry Anderson

Hace varios años, mi familia y yo decidimos caminar por un sendero de montaña en Islandia para ver una famosa cascada. Nunca habíamos estado en aquella montaña. No estábamos seguros en cuanto al camino y no somos senderistas experimentados.

Vimos a otras personas comenzar el camino y las seguimos. Al poco tiempo, los perdimos de vista, al igual que al sendero. Observamos cuidadosamente y vimos montículos de piedras, llamados “cairns”, colocados intencionalmente a intervalos regulares que marcaban el sendero hacia la cascada. Confiamos en que si podíamos encontrar los montículos, estos nos conducirían a la cascada.

El terreno cerca del sendero estaba lleno de hierba blanca y vellosa como si fuera algodón1, la cual crece en terreno pantanoso. Al pisarla, siempre nos dejaba los zapatos llenos de barro y de agua. Aprendimos que la hierba algodonera marcaba el camino que no queríamos seguir.

El sendero no fue fácil. A veces era empinado y nos cansábamos, pero persistimos, prestando mucha atención a los montículos de piedras y evitando las hierbas algodoneras. Finalmente, nuestros esfuerzos fueron recompensados: Llegamos a la magnífica cascada y disfrutamos de la vista desde la cima de la montaña y de la frescura del agua.

Al descender la montaña, vimos peligros que no habíamos visto antes. Los montículos de piedras nos habían ayudado a evitar profundos estanques de agua y escarpados acantilados. Estábamos agradecidos de que esos montículos nos llevaran a salvo a nuestra meta.

Nuestra jornada por la vida es como aquella caminata de verano. Queremos regresar a nuestro hogar celestial, pero el sendero puede ser difícil de atravesar. Al estudiar la vida y las enseñanzas de Jesucristo, podemos aprender cómo atravesó Él la vida terrenal, colocando montículos de piedras metafóricos para que los sigamos. Cuando seguimos esos montículos de piedras, haciendo lo que Jesús hizo, podemos regresar con confianza y llegar a nuestro destino.

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montículo con una piedra

Montículo 1: Saber quiénes somos

Jesucristo llegó a saber quién era (véase Lucas 2:49). Aunque no sabemos cómo se sintió al ser bautizado por Juan, la confirmación divina debe haber sido consoladora cuando Su Padre le habló desde el cielo, diciendo: “Tú eres mi Hijo Amado; en ti me complazco” (Marcos 1:11).

Con confianza en Su identidad, Jesucristo pudo declarar a Pedro y a Andrés: “Yo soy aquel de quien escribieron los profetas” (Traducción de José Smith, Mateo 4:18 [en el Apéndice de la Biblia). Y a la mujer samaritana, Él declaró: “Yo soy, el que habla contigo, [el Mesías, el cual es llamado el Cristo]” (véase Juan 4:25–26).

Saber quiénes somos es un montículo de importancia fundamental. Nuestra identidad más importante es que somos hijos de Dios, independientemente de cómo decidamos identificarnos. Si no encontramos ese montículo, podemos desviarnos del camino y terminar en la hierba algodonera.

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montículo con dos piedras

Montículo 2: Conocer la voluntad del Padre Celestial

Jesucristo procuró conocer la voluntad de Su Padre. Después de su bautismo, “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para estar con Dios.

“Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, de haber hablado con Dios, tuvo hambre, y quedó solo para ser tentado por el diablo” (Traducción de José Smith, Mateo 4:1–2 [véase también Mateo 4:1–2, versículo 2, notas 1a, 2b al pie de página]; cursiva agregada).

¿Por qué fue Jesús al desierto para hablar con Dios? Es razonable creer que lo hizo para conocer la voluntad de Su Padre, de modo que no hubiera duda en cuanto a cuáles eran los deseos de Dios para Él. Del mismo modo, conocer la voluntad de Dios en cuanto a nosotros es un montículo de piedras. Si no sabemos cuál es la voluntad de Dios en cuanto a nosotros, nos desviaremos hacia la hierba algodonera.

Aprendemos la voluntad de Dios en cuanto a nosotros en las Escrituras, en las palabras de los profetas vivientes y a través de los susurros del Espíritu Santo; pero debemos desear estar con Dios y hablar con Él en oración, como lo hizo Jesús. Conocer nuestra verdadera relación con Dios, que Él es nuestro Padre y que nosotros somos Sus hijos, hace que la oración sea algo natural (véase Mateo 7:7–11). Las dificultades con la oración surgen al olvidar esa relación2.

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montículo con tres piedras

Montículo 3: Alinear nuestra voluntad con la voluntad del Padre Celestial

Jesucristo alineó Su voluntad con la voluntad de Su Padre. Una vez, mientras viajaba, Jesús se sentó junto al pozo de Jacob, a las afueras de la ciudad de Sicar, en Samaria, mientras Sus discípulos iban a la ciudad a comprar alimentos. Una mujer samaritana vino a sacar agua y Jesús le pidió que sacara algo de agua para Él. Ella se sorprendió al oír tal petición, siendo que provenía de un judío. En la conversación que siguió, se enteró de que Jesús era el Mesías prometido. Regresó a la ciudad y declaró que había conocido al Cristo (véase Juan 4:3–29).

Cuando los discípulos regresaron, le rogaban a Jesús que comiera lo que habían comprado (véase Juan 4:31) y “se sorprendieron” de que hubiera hablado con una mujer samaritana (véase Juan 4:27). El Salvador respondió: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió” (Juan 4:34). La comida de Jesús —Su propósito— era hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo la obra del Padre. Dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Jesús permitió que Su voluntad fuera “absorbida en la voluntad del Padre” (Mosíah 15:7), alineando así Su voluntad con la voluntad de Dios. Ese es otro montículo que Jesús nos dejó.

Debemos alinear nuestra voluntad con la voluntad de nuestro Padre Celestial concienzudamente. La oración es una de las maneras en que lo hacemos. “La finalidad de la oración no es cambiar la voluntad de Dios”, sino ayudarnos a conocer y aceptar Su voluntad3.

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montículo con cuatro piedras

Montículo 4: Hacer convenios con Dios y guardarlos

Jesucristo fue bautizado “para cumplir con toda justicia” (2 Nefi 31:5). Él dijo: “[E]l que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Jesús dijo a Sus futuros discípulos: “Venid en pos de mí” (Mateo 4:19).

Lo hacemos al ejercer fe en Jesucristo, arrepentirnos, al ser bautizados en Su nombre, recibir el Espíritu Santo y continuar haciendo y guardando convenios con Dios. Hacemos convenio de guardar los mandamientos de Cristo, los cuales se dan para nuestro beneficio. Cada convenio es un montículo a lo largo de la senda de los convenios que conduce a Cristo.

En nuestra caminata de verano, éramos libres de escoger un camino diferente hacia la cima de la montaña, pero un camino diferente podría no habernos llevado a la cascada, y probablemente no lo habría hecho. Podríamos habernos demorado porque estábamos atrapados en el lodo, porque nos obstaculizaban los peligrosos acantilados o podríamos habernos dado por vencidos debido al cansancio. Permanecer en el sendero proporcionó la ruta más directa y segura hacia nuestro destino.

En la vida, no podemos crear nuestro propio camino y esperar los resultados prometidos por Dios (véase Mateo 7:24–27). Somos libres de escoger, pero no podemos escoger las consecuencias de no seguir la senda revelada. No podemos tropezar por un acantilado y “decidir” no caer.

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montículo con cinco piedras

Montículo 5: Perseverar hasta el fin

Jesucristo quería “acab[ar] [la] obra [de Su Padre]” (Juan 4:34). En la cruz, al final, después de que Jesús hubo acabado “la obra que” Dios le había dado que hiciera (Juan 17:4), dijo: “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Terminar nuestra obra es un montículo que es necesario para llegar a nuestro destino deseado. Jesucristo dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

A los que no lo hagan, el Salvador dirá: “Nunca me conocisteis” (Traducción de José Smith, Mateo 7:33 [en Mateo 7:23, nota a al pie de página]; cursiva agregada). Si no entendemos lo que el Salvador estaba logrando, terminaremos con los zapatos empapados y llenos de lodo porque nunca lo conocimos y nunca nos unimos a Él en Su obra.

Al saber quién era, al conocer y alinear Su voluntad con la de Su Padre, al hacer y guardar convenios con Dios y al perseverar hasta el fin, Jesucristo “marcó la senda y nos guio”4 para saber cómo regresar a nuestro hogar celestial. Nuestra tarea es seguir esos montículos. Por lo tanto, no solo hemos de seguir “la senda [que] Él nos indicó” mientras estemos aquí en la tierra, sino que lo haremos si queremos Su “gloria heredar”5 para recibir todo lo que el Padre Celestial tiene (véase Traducción de José Smith, Juan 3:36 [en Juan 3:36, nota a al pie de página]).