Habilidades para el desarrollo del maestro
Dirigir el salón de clases


“Dirigir el salón de clases”, Dirigir el salón de clases, 2023

“Dirigir el salón de clases”, Dirigir el salón de clases

Dirigir el salón de clases

El objetivo de Seminarios e Institutos de Religión sugiere tres metas principales para la enseñanza que tanto los administradores como los maestros procuran adquirir, con el fin de llevar a cabo el propósito de Seminarios e Institutos de Religión:

  1. Enseñamos a los alumnos las doctrinas y los principios del Evangelio como se hallan en las Escrituras y en las palabras de los profetas.

  2. Esas doctrinas y principios se enseñan de tal manera que conduzcan al entendimiento y a la edificación.

  3. Ayudamos a los alumnos a cumplir con su función en el proceso de aprendizaje y los preparamos para que enseñen el Evangelio a los demás.

Para ayudarlos a lograr estas finalidades, se alienta a los maestros y alumnos de Seminario e Instituto a que pongan en práctica específicamente los fundamentos de la enseñanza y el aprendizaje del Evangelio.

Estos principios, prácticas y resultados están interrelacionados. Cuando se implementan con prudencia y en armonía los unos con los otros, estos fundamentos contribuyen a la habilidad de los alumnos para comprender las Escrituras, así como las doctrinas y los principios que estas contienen. También alientan a los alumnos a asumir una función activa en su aprendizaje del Evangelio y aumentan su habilidad para vivir el Evangelio y enseñarlo a los demás.

Enseñar y aprender por el Espíritu

La enseñanza y el aprendizaje del Evangelio se llevan a cabo por medio del poder del Espíritu Santo. La enseñanza y el aprendizaje por el Espíritu ocurren cuando el Espíritu Santo desempeña Sus funciones en el maestro, en el alumno o en ambos. Solo mediante la enseñanza y el aprendizaje por el Espíritu los alumnos llegarán a entender las enseñanzas y la Expiación de Jesucristo, y a confiar en ellas, de tal manera que puedan hacerse merecedores de la vida eterna.

El presidente Henry B. Eyring hizo hincapié en la función crucial del Espíritu Santo en el aprendizaje espiritual cuando enseñó: “Nuestros alumnos no pueden conocer a Dios, y amar como deben amar, si no se les enseña por medio del Espíritu Santo. Solo mediante el Espíritu pueden saber que Dios nos amó lo suficiente para enviar a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados, que Jesús es el Hijo de Dios y que Cristo pagó el precio de nuestros pecados. Solo por el Espíritu pueden saber que el Padre Celestial y Su Hijo resucitado y glorificado se le aparecieron a José Smith. Solo mediante el Espíritu pueden saber que el Libro de Mormón es la palabra verdadera de Dios. Solo por medio de la inspiración pueden sentir el amor que el Padre y el Hijo sienten por ellos al darnos las ordenanzas necesarias para recibir la vida eterna. Solo al obtener el testimonio de esas cosas, en lo profundo de su corazón, mediante el Espíritu Santo, estarán arraigados en un cimiento seguro para mantenerse firmes a través de las tentaciones y las pruebas de la vida” (“Conocer y amar a Dios”, Una velada con una Autoridad General, 26 de febrero de 2010, pág. 2).

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una mujer enseñando

La lista siguiente incluye algunas funciones del Espíritu Santo directamente relacionadas con Su rol en la enseñanza y el aprendizaje del Evangelio:

Una vez que los maestros entiendan la función crucial que el Espíritu Santo desempeña en el aprendizaje espiritual, harán todo lo que esté en sus manos por invitar al Espíritu a cumplir esas funciones. Para ello, los maestros se esforzarán por tener dignidad personal; ofrecerán la “oración de fe” (Doctrina y Convenios 42:14) y procurarán estar completamente preparados para cada lección; buscarán centrarse en la experiencia de aprendizaje de sus alumnos y conservar la serenidad en el corazón, en vez de sentirse alterados y ansiosos por otras cosas; manifestarán un humilde espíritu de indagación; y también alentarán a sus alumnos a invitar al Espíritu Santo a su experiencia de aprendizaje.

Para ayudar a crear a un ambiente propicio para que reine el Espíritu Santo, los maestros y los alumnos pueden:

  • Realizar devocionales significativos.

  • Leer las Escrituras y las palabras de los profetas y enseñar basándose en ellas.

  • Centrar los ejemplos y los análisis en el Salvador y en dar testimonio de Él.

  • Declarar las doctrinas y los principios del Evangelio con sencillez y claridad.

  • Tomar tiempo para meditar detenidamente en momentos de inspirado silencio.

  • Compartir experiencias personales apropiadas y testificar de las doctrinas y los principios.

  • Utilizar música inspiradora.

  • Expresar amor y gratitud por los demás y por el Señor.

Los maestros pueden percibir si estas funciones del Espíritu se manifiestan o no en sus clases al pensar en las preguntas siguientes:

  • ¿Sienten los alumnos que su amor por el Salvador, el Evangelio y las Escrituras va en aumento?

  • ¿Entienden los alumnos con claridad los principios que se enseñan?

  • ¿Los alumnos se sienten edificados e inspirados a actuar conforme a los principios que han aprendido?

  • ¿Aumenta la unidad de la clase?

  • ¿Se expresan y fortalecen testimonios?

  • ¿Los alumnos muestran interés en el proceso de aprendizaje y participan en él?

  • ¿Hay en el salón de clases un sentimiento de “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe” (Gálatas 5:22)?

Es importante recordar que no existe ningún maestro, sin importar cuán talentoso o fiel sea, que pueda desempeñar las funciones del Espíritu. En ocasiones, los maestros podrían tratar de fabricar una experiencia espiritual. El élder Boyd K. Packer enseñó: “No podemos forzar lo espiritual. No podemos forzar al Espíritu a que responda, tal como no podríamos forzar a una semilla a germinar ni a un polluelo a que salga del cascarón antes de tiempo. Se puede crear un ambiente que fomente el progreso, que nutra y proteja, pero no es posible forzar ni compeler, sino que debemos esperar el progreso natural” (véase “La lámpara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988, pág. 36).

Los maestros que procuran enseñar por el Espíritu no deben apoyarse principalmente en su intelecto, en su experiencia docente o en su personalidad, sino en la influencia del Espíritu Santo (véase 2 Nefi 4:34). También deben evitar manipular emociones o conscientemente intentar que broten lágrimas como evidencia de que el Espíritu está presente. El presidente Howard W. Hunter advirtió: “Creo que si no somos cuidadosos como maestros […] que trabajamos en el aula todos los días, podemos empezar a intentar simular la verdadera influencia del Espíritu del Señor con medios indignos y falseados. Me preocupa el que a veces equiparemos las emociones fuertes o el derramar lágrimas con la presencia del Espíritu. Ciertamente, el Espíritu del Señor puede producir sentimientos emocionales fuertes, incluyendo las lágrimas, pero esa manifestación externa no debe ser confundida con la presencia del Espíritu mismo” (véase “Inversiones eternas”, La enseñanza en Seminario, Lecturas de preparación para el maestro, 2006, pág. 22).

Los maestros deben tener cuidado de no usar expresiones como “el Espíritu me dijo que…” o “el Espíritu dijo que yo debía…”. Intencionalmente o no, esas frases pueden percibirse como jactancia y transmitir la idea de un nivel exagerado de espiritualidad, lo cual podría ejercer una especie de coerción espiritual. Por lo general, es suficiente con que los maestros respondan a las indicaciones del Espíritu sin anunciar que lo están haciendo.

El presidente Henry B. Eyring ofreció este consejo: “El brindar a los alumnos experiencias con el Espíritu es mucho más importante que hablar al respecto. Y sepan que cada persona experimenta al Espíritu de forma un poco diferente. […] Pienso que es algo tan personal, que yo tendría cuidado de no decir demasiados detalles. Creo que la experiencia con el Espíritu […] podría ser mejor que seguir preguntando: ‘¿Sienten el Espíritu?’. Creo que eso puede ser contraproducente” (“Elder Richard G. Scott and Elder Henry B. Eyring Discussion”, transmisión vía satélite de capacitación del SEI, agosto de 2003, pág. 8).

Los maestros deben tener presente que enseñar por el Espíritu no los exime de la responsabilidad de preparar la lección diligente y concienzudamente, y de apegarse al manual que se ha proporcionado. Por otra parte, enseñar por el Espíritu exige más que simplemente seguir las sugerencias del material, sin oración, reflexión o posibles adaptaciones. Además, los maestros no deben estar tan centrados en seguir rígidamente su reseña de la lección como para no estar abiertos a recibir y seguir las impresiones del Espíritu durante la clase.

Cultivar un ambiente de aprendizaje en el que haya amor, respeto y propósito

Cuando los maestros y los alumnos sienten amor y respeto por el Señor, los unos por los otros y por la palabra de Dios, se intensifica el aprendizaje. Un sentido de propósito compartido centra los esfuerzos y las expectativas, y provee dirección a la experiencia en el salón de clases. Es responsabilidad de los maestros y de los alumnos el establecer y cultivar ese ambiente de amor, respeto y propósito, lo cual propiciará la influencia edificadora del Espíritu Santo.

Amor y respeto

El amor ablanda los corazones y propicia la influencia del Espíritu Santo. Cuando los maestros aman como ama el Salvador, ven a los demás como Él los ve. El amor semejante al de Cristo inspira a un maestro a nunca dejar de ayudar a cada hombre y mujer joven, a fin de que lleguen a convertirse verdaderamente. El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Cuando se nos llama a enseñar, debemos aceptar nuestro llamamiento y enseñar motivados por nuestro amor a Dios el Eterno Padre y a Su Hijo, Jesucristo. Además, el maestro del Evangelio debe enseñar siempre con amor por sus alumnos. […] El amor a Dios y el amor a Sus hijos es la razón principal para servir. Los que enseñan por amor serán magnificados como instrumentos en las manos de Aquel a quien sirven” (véase “La enseñanza del Evangelio”, Liahona, enero de 2000, pág. 96).

Los maestros y los alumnos que aman al Señor, y que saben de Su amor por ellos, sienten un genuino deseo de acercarse a Él y de llegar a ser más semejantes a Él. Respetan y reverencian Su palabra y las palabras de Sus profetas en maneras que los motivan a estudiar las Escrituras diligentemente y a poner en práctica y compartir con los demás lo que aprenden.

Cuando los alumnos se sienten amados y respetados por su maestro y por los otros alumnos, es más probable que asistan dispuestos a aprender. El amor y aceptación que sienten de los demás puede ablandarles el corazón, disminuir sus temores y engendrar en ellos el deseo y la confianza necesarios para compartir sus experiencias y sentimientos con su maestro y con los demás miembros de la clase.

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varios alumnos y un maestro

Los maestros pueden nutrir los sentimientos de amor y respeto de los alumnos por el Señor ayudándolos a comprender la Expiación, enseñándoles acerca de su naturaleza divina y del valor infinito que ellos tienen para el Padre Celestial y Su Hijo, y hablándoles y testificándoles de Ellos de manera apropiada y reverente.

Los maestros deben desarrollar el amor y el respeto que tienen por sus alumnos. Hacer esto los ayudará a irradiar el amor puro de Cristo a sus alumnos y les permitirá enseñarles con paciencia y compasión. Los maestros pueden aprender los nombres de los alumnos y procurar conocer sus intereses, talentos, desafíos y habilidades; pueden orar por sus alumnos, en forma colectiva e individual; pueden dar personalmente la bienvenida a la clase a cada alumno y dar a todos oportunidades de participar; deben escucharlos atentamente cuando hacen preguntas o comparten sus pensamientos y sentimientos. Además, los maestros pueden asistir a presentaciones, competencias deportivas y otros eventos en los que participen sus alumnos. En sus esfuerzos por amar a sus alumnos, los maestros no deben intentar tomar el lugar de los padres, o de los poseedores del sacerdocio, ni convertirse en consejeros personales de los alumnos.

La mayoría de los maestros tendrán alumnos en sus clases con habilidades limitadas hasta cierto punto, o con discapacidades físicas o mentales. Ellos también son hijos del Padre Celestial y necesitan aprender el Evangelio, sean cuales sean las dificultades y las limitaciones personales que tengan en su vida terrenal. El profeta José Smith enseñó: “Todas las mentes y todos los espíritus que Dios ha enviado al mundo son susceptibles al crecimiento” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 221). Al preparar y presentar sus lecciones, los maestros deben tener en cuenta a todos los alumnos y ser sensibles a las necesidades y habilidades individuales de ellos.

Una de las cosas más útiles que pueden hacer los maestros para desarrollar amor genuino por sus alumnos es procurar el don de la caridad mediante la sincera oración. El profeta Mormón enseñó: “Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo” (Moroni 7:48).

Generar un sentido de propósito

Un sentido de propósito compartido por el maestro y el alumno aumenta la fe y proporciona dirección y significado a la experiencia en el salón de clases. Los alumnos deben comprender que asisten a clase para llegar a conocer al Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo, y para progresar hacia la vida eterna por medio del estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas. Ellos deben creer que al acercarse al Señor con una actitud de búsqueda y oración, el Espíritu Santo les puede enseñar y los puede edificar. En la medida en que los maestros y los alumnos traten el estudio de las Escrituras con la expectativa de aprender por medio del Espíritu, y los unos de los otros, cultivarán un ambiente propicio para la revelación.

Los maestros pueden hacer lo siguiente para fomentar un sentido de propósito en el salón de clases:

  • Tener la expectativa de que los alumnos cumplirán su función de aprendices. Existe un sentido de propósito en una clase donde los maestros tienen la expectativa de que sus alumnos cumplirán su función como aprendices y los ayudan a lograrlo, y donde se confía en que los alumnos contribuirán en formas significativas. Los maestros que tienen un sentido de propósito, y que realmente aman a sus alumnos, se preocuparán mucho por su progreso y éxito y no estarán satisfechos con un pequeño esfuerzo. Tales maestros alentarán con amor y elevarán a sus alumnos para que alcancen su potencial como aprendices y discípulos de Jesucristo.

  • Ser sincero, entusiasta y dinámico en cuanto a las Escrituras y el Evangelio. Por lo general, los alumnos tienen un mayor deseo de aprender con propósito cuando perciben el entusiasmo y la fe de su maestro en el material que se está analizando.

  • Preparar lecciones edificantes. Cuando los maestros llegan a la clase con una lección edificante y bien preparada y se sienten seguros en la dirección que han sentido que deben tomar, transmiten un sentido de propósito que los alumnos reconocen fácilmente.

  • Preparar los materiales y el equipo necesarios. Los maestros deben llegar al salón de clases antes que los alumnos para preparar los materiales y el equipo necesarios. Esto brinda la oportunidad al maestro de saludar a cada alumno al llegar. Los alumnos deben procurar llegar a tiempo a la clase y tener en sus puestos todos los materiales de aprendizaje apropiados, tales como las Escrituras, lápices para marcar y un diario.

  • Evitar perder tiempo. Cuando las clases comienzan a tiempo y los alumnos perciben que no hay tiempo que perder, ellos sentirán un sentido de propósito.

  • Establecer rutinas en clase. Establecer rutinas para actividades de clase que se repiten con frecuencia aporta un sentido de orden y propósito. Las rutinas de clase fomentan la participación de cada alumno y ayudan a maestros y alumnos a ser más eficaces con el uso del preciado tiempo de la clase. Se pueden establecer rutinas para actividades, tales como sacar y guardar las Escrituras y los materiales de aprendizaje, organizar y proveer devocionales inspiradores, y distribuir y recoger los papeles y materiales. Es mejor hacer los anuncios, registrar la asistencia de los alumnos, verificar las asignaciones y tratar otros asuntos antes del comienzo del devocional y de la lección.

Sugerencias adicionales para fomentar un ambiente propicio para el aprendizaje

Además del amor, el respeto y el propósito, un ambiente ideal de aprendizaje también consta de orden, reverencia y un sentimiento de paz. El presidente Boyd K. Packer enseñó que “la inspiración se hace presente con más facilidad en medio de un clima pacífico” y que “la reverencia invita a la revelación” (“La reverencia inspira la revelación”, Liahona, enero de 1992, pág. 24). A continuación se presentan algunas sugerencias adicionales que los maestros pueden emplear para establecer y mantener un ambiente propicio para el aprendizaje.

Establecer el ambiente físico para el aprendizaje

El entorno físico puede influir en la experiencia de los alumnos en su aprendizaje del Evangelio. Los maestros deben hacer todo lo posible para preparar el salón de clases a fin de que los alumnos se sientan cómodos y se puedan concentrar en la lección. Algunas consideraciones en este sentido son:

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alumnos en un salón de clases

Los asientos. Salvo en circunstancias muy inusuales, cada alumno debe contar con un lugar confortable para sentarse, un lugar para su ejemplar de las Escrituras y materiales de estudio y un lugar para escribir. La colocación de los asientos debe permitir a los alumnos ver con facilidad al maestro y los recursos visuales que este emplee. Se pueden colocar los asientos de diversos modos, cuando sea posible, para facilitar diversos tipos de actividades de aprendizaje. El tener los asientos asignados puede ayudar a los maestros a aprender los nombres de los alumnos rápidamente, a organizar la clase para trabajar en grupos pequeños o para hacer ejercicios con el Dominio de la doctrina y para separar a los alumnos que tienden a conversar durante la clase. Los maestros deben tener en cuenta a aquellos alumnos que tengan deficiencias visuales o limitaciones para desplazarse, y hacer arreglos que fomenten su participación en la clase.

Las distracciones. Los maestros deben tratar de eliminar toda distracción que pueda interrumpir el proceso de enseñanza y aprendizaje. Si la enseñanza se lleva a cabo en una vivienda, pueden presentarse desafíos particulares, pero aun en esos ambientes, un maestro puede minimizar las interrupciones mediante una cuidadosa planificación.

La apariencia del salón de clases. A menudo, se puede realzar el ambiente para el aprendizaje por medio de láminas, ilustraciones, pósteres y otros objetos relacionados con el Evangelio. Un salón de clases limpio y ordenado también alienta la reverencia y fomenta un ambiente propicio para la influencia del Espíritu.

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una maestra enseñando

La apariencia personal del maestro. Los alumnos reconocerán más rápidamente la importancia de la experiencia de aprendizaje cuando la vestimenta y la apariencia personal del maestro sea modesta y apropiada y refleje la naturaleza sagrada del mensaje del Evangelio.

Invitar al Espíritu por medio de devocionales eficaces

La clase debe comenzar con un breve devocional. Un devocional puede ser una excelente manera de unir a los alumnos, al dirigir sus pensamientos y corazones hacia las cosas espirituales. Puede ayudar a los maestros y alumnos a sentir el Espíritu y a estar listos para aprender. Por lo general, un devocional consiste en un himno, una oración y un pensamiento de las Escrituras. Es más eficaz cuando los alumnos comparten sentimientos e ideas que han tenido durante su estudio personal de las Escrituras y cuando comparten su testimonio. Los devocionales largos y elaborados no solo toman tiempo de la lección, sino que incluso pueden hacer que el Espíritu se retire. Los devocionales donde se sirven refrigerios muy probablemente promoverán un ambiente ligero y divertido, en vez de un ambiente espiritual. Los maestros deben tomar tiempo para conversar con los alumnos, en especial con los líderes de la clase, sobre el propósito de los devocionales, lo que pueden hacer para mejorarlos y cómo animar a todos a participar.

Analizar los principios del aprendizaje espiritual

Al comienzo del año, los maestros podrían analizar con los alumnos las condiciones que fomentan el aprendizaje espiritual (véanse 1 Corintios 2:10–11; Doctrina y Convenios 50:17–22; 88:121–26). Estos análisis pueden centrarse en los comportamientos que invitan al Espíritu del Señor a estar con ellos en el aprendizaje del Evangelio, así como los comportamientos que causan que el Espíritu se retire. Maestros y alumnos deben animarse continuamente unos a otros a poner en práctica las cosas que acordaron para invitar al Espíritu. Estos esfuerzos pueden ayudar a maestros y alumnos a entender y cumplir la función que ellos desempeñan para invitar al Espíritu al proceso de aprendizaje.

Seleccionar detenidamente las actividades de aprendizaje

Los maestros deben tener en cuenta que las diferentes actividades de aprendizaje fomentan diferentes estados de ánimo y actitudes en los alumnos. Por ejemplo, después de dirigir un juego instructivo muy bullicioso al comienzo de la clase, un maestro se sintió frustrado al no poder alcanzar una conclusión más espiritual de la lección. Una maestra descubrió que los problemas de disciplina se incrementaban cuando repartía refrigerios durante la clase.

Estar atento al comportamiento de los alumnos y responder de manera apropiada

Los maestros deben prestar atención a lo que ocurre durante la lección y responder en forma apropiada. Si los alumnos parecen aburridos o inquietos, eso podría deberse a que no estén participando o a que no entiendan lo que se enseña o cómo la lección se aplica a ellos. El maestro quizás necesite cambiar algo en la presentación de la lección, a fin de ayudar a los alumnos a concentrarse. Si los alumnos se comportan indebidamente, haciendo que el Espíritu se retire de la clase, el maestro deberá buscar inspiración para resolver el problema, en vez de ignorarlo. Los maestros también han de estar pendientes de los alumnos que no interactúan con los demás o que parecen solitarios. Esos alumnos podrían requerir más atención personal del maestro o de otros alumnos de la clase. En tales casos, los maestros podrían hablar con los padres y los líderes del sacerdocio para determinar si hay motivos de fondo o situaciones que se deban tener en cuenta.

Corregir la conducta desordenada o inapropiada

Existen algunos principios generales a tener en cuenta que ayudarán al maestro a establecer el orden y el respeto debidos en el salón de clases. Tener orden no siempre significa que haya un silencio total, ni que una clase no pueda ser placentera y amena, pero un alumno o un grupo de alumnos desordenados o irreverentes pueden influir negativamente en el proceso de aprendizaje e impedir la influencia del Espíritu Santo.

Cuando un alumno o un grupo de alumnos se comportan mal, el maestro y los demás alumnos pueden sentirse frustrados. En tales ocasiones, es esencial que los maestros controlen sus emociones y procuren la influencia del Espíritu. La manera en que los maestros reaccionen ante un incidente podría ser más importante que el incidente en sí, de modo que el respeto y la confianza de los alumnos aumente o se pierda. Cuando los maestros corrigen comportamientos indebidos, deben ser firmes, pero cordiales, justos y amables, y volver entonces rápidamente a la lección. El poner en ridículo a un alumno públicamente podría corregir la conducta del alumno por algún tiempo, pero no edificará ni al maestro ni al alumno. También podría resultar en que los demás alumnos sientan temor o desconfianza hacia el maestro. Los maestros deben tener presente la recta influencia de la persuasión, la longanimidad, la benignidad, la mansedumbre, el amor sincero y la bondad (véase Doctrina y Convenios 121:41–42).

Hay algunos pasos específicos que los maestros pueden dar para manejar los problemas que se vayan presentando. Estas son algunas maneras posibles de tratar los problemas de disciplina, que no siempre funcionarán igual para cada alumno y situación:

  • Establecer contacto visual. A menudo, los alumnos conversan entre sí en momentos inadecuados porque creen que el maestro no se dará cuenta. El maestro puede mirar a los alumnos y, brevemente, establecer contacto visual, a fin de que sepan que el maestro está al tanto de lo que sucede.

  • Dejar de hablar. Si los alumnos están conversando cuando deberían estar escuchando, el maestro puede dejar de hablar, incluso a mitad de una frase, si fuera necesario. Por lo general, elevar la voz por encima de la de ellos no resuelve el problema.

  • Acercarse. Otra medida que los maestros pueden tomar para corregir un comportamiento, sin tener que confrontar directamente al alumno, consiste en desplazarse y ponerse de pie a su lado. El maestro puede continuar con la lección, pero el alumno, al sentir la presencia del maestro, usualmente dejará de hacer lo que estaba haciendo.

  • Formular una pregunta. Sin hacer mención del comportamiento indebido, el maestro puede plantear una pregunta relacionada con la lección al alumno que se está comportando mal. No se hace esto para avergonzar al alumno, sino para ayudarlo a volver al análisis en la clase.

Podría haber momentos en que los alumnos no respondan a estas medidas menos directas y continúen alterando la clase. A continuación se dan otras medidas más directas que los maestros pueden tomar para mantener el orden:

  • Conversar con el alumno en privado. El Señor dijo que, si alguien ofende a otro, la persona ofendida debe conversar con el ofensor “con él o con ella a solas” (Doctrina y Convenios 42:88). El maestro podría dialogar con el alumno sobre las causas de su mal comportamiento y hacerle saber que ese comportamiento debe cesar o se tomarán medidas adicionales. Los maestros deben asegurarse de que hacen la distinción entre el comportamiento del alumno y su valor individual. Es importante que los maestros recuerden que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (Doctrina y Convenios 18:10). Deben comunicar al alumno que es valorado, aunque su mal comportamiento no es aceptable. Los maestros deben acordarse de seguir el consejo del Señor y demostrar “mayor amor hacia el que ha[n] reprendido” (Doctrina y Convenios 121:43).

  • Separar a los alumnos que causan las interrupciones.

  • Consultar a los padres y los líderes del sacerdocio. Si persiste el mal comportamiento, suele resultar útil que el maestro consulte a los padres del alumno. Con frecuencia, los padres pueden aportar ideas y percepciones adicionales que ayudarán a corregir el problema. En algunos casos, el obispo del alumno puede ser de utilidad.

  • Retirar al alumno de la clase. El presidente David O. McKay dio el siguiente consejo a los maestros: “Si [sus esfuerzos] fracasan, entonces pueden recurrir a los padres y decirles: ‘Si persiste el mal comportamiento, tendremos que expulsarlo de la clase’. Esa es una medida extrema. Cualquier maestro puede expulsar a un [alumno]; deben agotar todos sus recursos antes de llegar a tal extremo, pero hemos de tener orden. Es necesario para el crecimiento del alma, y si un [alumno] se niega, o si dos [alumnos] se niegan a generar ese elemento, entonces deben marcharse. Es mejor que un [alumno] muera de hambre a que una clase completa se envenene lentamente” (“Guidance of a Human Soul—The Teacher’s Greatest Responsibility”, Instructor, septiembre de 1965, pág. 343).

Antes de pedir a un alumno que abandone la clase por un período prolongado, el maestro debe deliberar con los padres, con los supervisores de Seminario e Instituto y con los correspondientes lideres del sacerdocio. En tales circunstancias, es importante que el maestro ayude a los alumnos y a los padres a comprender que ese alumno está escogiendo abandonar Seminario al no escoger comportarse de una manera aceptable. Es la alteración del orden lo que no es aceptable, no el alumno. Cuando el alumno cambie su decisión, será bienvenido nuevamente a la clase.

Estudiar las Escrituras todos los días y leer el texto del curso

Estudiar las Escrituras todos los días

El estudio personal y diario de las Escrituras brinda una oportunidad constante a maestros y alumnos de aprender el Evangelio, desarrollar el testimonio y escuchar la voz del Señor. El Señor declara en Doctrina y Convenios: “Las Santas Escrituras de mí proceden para vuestra instrucción” (Doctrina y Convenios 33:16). El profeta Nefi enseñó: “Si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin […]: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20), y “las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).

Los profetas de los últimos días han recalcado la importancia de estudiar las Escrituras todos los días. El presidente Harold B. Lee advirtió: “Si no estamos leyendo a diario las Escrituras, nuestro testimonio está disminuyendo, nuestra espiritualidad no está aumentando en profundidad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2000, pág. 73). Asimismo, el presidente Howard W. Hunter enseñó: “Es obvio que el que estudia las Escrituras diariamente logra más que el que dedica muchas horas en un día, dejando pasar días enteros antes de reiniciar el estudio” (véase “El estudio de las Escrituras”, Liahona, enero de 1980, pág. 96).

El élder Richard G. Scott imploró: “Por favor, infunde un amor por las Escrituras en la mente y el corazón de cada preciado joven. Ayuda a encender en cada joven esa llama de fuego inextinguible, que motiva a todos los que lo han sentido a desear saber más de la palabra del Señor, a entender Sus enseñanzas, a ponerlas en práctica y a compartirlas con los demás. […]

“Primero, camina con tus alumnos, paso a paso, a través de muchos pasajes de la palabra sagrada del Señor. Ayúdalos a sentir el entusiasmo, respeto y amor que tú sientes por las Escrituras.

“Segundo, ayúdalos a aprender a leer, meditar y orar en privado para descubrir el poder y la paz que fluyen de las Escrituras” (“Four Fundamentals for Those Who Teach and Inspire Youth”, Simposio del SEI sobre el Antiguo Testamento, 14 de agosto de 1987, pág. 5).

Hay pocas cosas que los maestros pueden hacer que tenga una influencia más poderosa y duradera para el bien en la vida de sus alumnos que ayudarlos a aprender a amar las Escrituras y a estudiarlas diariamente. Con frecuencia, esto comienza cuando los maestros dan el ejemplo de estudiar las Escrituras todos los días. Cuando los maestros realizan un estudio diario y significativo de las Escrituras, pueden ofrecer un testimonio personal a sus alumnos acerca del valor que tienen las Escrituras en su propia vida. Ese testimonio puede ser un importante catalizador que ayude a los alumnos a comprometerse a estudiar las Escrituras por su cuenta.

Los maestros deben enseñar constantemente a los alumnos las doctrinas y los principios que se encuentran detrás del estudio personal diario de las Escrituras. Asimismo, los maestros pueden alentar a cada alumno a apartar un tiempo diariamente para su estudio personal de las Escrituras; pueden ayudarlos a ser responsables de su estudio diario utilizando algún sistema adecuado de registro que mida su desempeño, y brindarles oportunidades en clase para que compartan con los demás algunas de las cosas que han aprendido y sentido en su estudio personal de las Escrituras. En esta labor de alentar el estudio diario de las Escrituras, los maestros deben cuidarse de no avergonzar ni desanimar a ningún alumno que tenga dificultades para llevar a cabo su estudio personal de las Escrituras.

A los alumnos con dificultades con la lectura o el aprendizaje debe dárseles la opción de estudiar las Escrituras en un formato más ajustado a sus necesidades, tales como en audio, lengua de señas o braille. Muchos alumnos con dificultades para leer se benefician de seguir la lectura en el texto impreso mientras que otra persona lee en voz alta.

Técnicas y métodos de estudio de las Escrituras

Para ayudar a los alumnos a tener éxito en su estudio personal de las Escrituras, los maestros pueden ayudarlos a desarrollar y emplear una variedad de técnicas y métodos de estudio de las Escrituras. Todo lo que se describe a continuación, junto con otros métodos y técnicas no tratados en este manual, debe emplearse con la mira de ayudar a los alumnos a aprender por el Espíritu, a entender las Escrituras y a descubrir y aplicar las doctrinas y los principios del Evangelio en su vida.

Usar las ayudas para el estudio de las Escrituras. La Iglesia ha preparado un extenso conjunto de ayudas para el estudio de las Escrituras y las ha incluido en los libros canónicos. (La Guía para el Estudio de las Escrituras es un grupo de ayudas para el estudio que se ha preparado en muchos idiomas). Entre esas ayudas se encuentran las notas al pie de página, los encabezados de capítulos, los índices por temas y los mapas. Estas son algunas de las herramientas más valiosas que los maestros y los alumnos pueden utilizar en su estudio de las Escrituras. Los maestros pueden utilizar las ayudas y los recursos adecuadamente en clase, y así ayudar a sus alumnos a familiarizarse con ellos. La Iglesia también ha publicado en línea otros recursos útiles para el estudio.

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un joven leyendo las Escrituras

Marcar y anotar. Una de las formas más provechosas para captar y retener las cosas que se aprenden, tanto en el caso de los maestros como en el de los alumnos, es marcar las Escrituras y hacer anotaciones en ellas. Marcar se refiere a designar, distinguir, resaltar o atraer la atención hacia algo. Se pueden marcar subrayando, sombreando o delineando palabras clave o pasajes de las Escrituras. Anotar significa agregar notas explicativas o comentarios. Las anotaciones en las Escrituras pueden consistir, por ejemplo, en escribir en los márgenes, junto a pasajes específicos de las Escrituras, impresiones personales, comentarios proféticos, pasajes correlacionados, definiciones de palabras o perspectivas adquiridas a partir de comentarios de los miembros de la clase.

El marcar las Escrituras y hacer anotaciones puede ayudar a los alumnos y a los maestros en estos aspectos:

  • Hacer que las palabras, frases, ideas, verdades, personas y acontecimientos importantes sean más fáciles de recordar y de encontrar.

  • Aclarar y descubrir el significado del texto de las Escrituras.

  • Conservar perspectivas personales que hayan adquirido, así como las recibidas de otras personas.

  • Prepararse para enseñar el Evangelio a los demás.

Los maestros pueden animar a los alumnos a marcar su ejemplar de las Escrituras diciendo algo así: “Mientras analizan estos versículos, los invito a que marquen un principio clave que ustedes descubran” o “Aquí hay un importante pasaje correlacionado. Quizás quieran anotar esto en el margen de su ejemplar de las Escrituras”. Es mejor enseñar, ilustrar y practicar los elementos básicos del marcado de las Escrituras a lo largo del año que enseñar un sistema particular de marcado.

Meditar. Meditar significa reflexionar o pensar profundamente sobre algo; a menudo incluye la oración. A medida que los alumnos aprenden a meditar durante su estudio personal de las Escrituras, el Espíritu, con frecuencia, les revelará verdades y los ayudará a saber cómo pueden llegar a ser más semejantes a Jesucristo.

Después de enseñar a los nefitas, el Salvador les dijo: “Meditad las cosas que os he dicho” (3 Nefi 17:3). Una manera de ayudar a los alumnos a participar espiritualmente en la lección, así como de animarlos a poner en práctica y profundizar su comprensión de lo que están aprendiendo, consiste en darles tiempo en clase para meditar acerca de lo que han aprendido. En esos momentos, los maestros deben alentar a sus alumnos a pedir ayuda al Señor.

Hacer preguntas. Aprender a formular preguntas y buscar las respuestas durante el estudio de las Escrituras es una de las técnicas más importantes que los alumnos pueden desarrollar. Al hacer preguntas, los alumnos pueden ser guiados comprender mejor el contexto y el contenido de las Escrituras, así como a descubrir y entender doctrinas y principios importantes del Evangelio. Los alumnos pueden aprender a formular preguntas que los lleven a sentir la verdad y la importancia de lo que están estudiando y a saber cómo pueden poner en práctica lo que aprenden.

Definir palabras y frases difíciles. Con frecuencia, los diccionarios, los manuales del alumno, las notas al pie de página y las ayudas para el estudio de las Escrituras pueden ayudar a los alumnos a entender palabras y frases difíciles.

Visualizar. La visualización tiene lugar cuando los alumnos se imaginan lo que está sucediendo en el relato de las Escrituras. Por ejemplo, los alumnos podrían imaginarse a Pedro andando sobre las aguas hacia el Salvador (véase Mateo 14:28–29), o a Sadrac, Mesac y Abed-nego cuando fueron echados a un horno ardiente (véase Daniel 3:19–25). La visualización puede ayudar a que un relato de las Escrituras sea más vívido y real para los alumnos.

Comparar las Escrituras. Comparar las Escrituras consiste en establecer semejanzas entre ellas y nuestra propia vida. Los alumnos pueden preguntar: “¿Qué circunstancias y situaciones de mi vida son como las de este pasaje de las Escrituras?” o “¿En qué me parezco a las personas que estamos estudiando en las Escrituras?”. A medida que los alumnos vean semejanzas entre sus propias experiencias y las de las Escrituras, serán más capaces de identificar las doctrinas y los principios del Evangelio y se darán cuenta de cómo esos principios se aplican a situaciones similares en sus propias vidas.

Correlacionar pasajes. Un pasaje correlacionado es una referencia adicional de las Escrituras que puede aportar más información y conocimientos sobre el pasaje estudiado. Correlacionar o “enlazar” pasajes consiste en conectar referencias de las Escrituras que ayudan a los alumnos a entender un pasaje, una doctrina o un principio. En las notas al pie y en otras ayudas para el estudio, en los manuales del maestro y del alumno y en los discursos de la conferencia general pueden hallarse pasajes correlacionados de utilidad. Los maestros y los alumnos también pueden descubrir importantes pasajes correlacionados en su estudio personal.

Comparar y contrastar. Con frecuencia, se puede aclarar un pasaje de las Escrituras, una doctrina o un principio al compararlo o contrastarlo con otra cosa. Identificar las similitudes o las diferencias entre enseñanzas, personas o acontecimientos puede ayudar a enfocarse en las verdades del Evangelio. Por ejemplo, el contrastar el reinado del rey Benjamín con el del rey Noé permite a los alumnos ver con claridad la bendición de un líder justo y los desastrosos resultados de uno inicuo. Comparar la vida, las enseñanzas y los testimonios de Jacob y Alma con las filosofías y la vida de Sherem y Korihor podría permitir a los alumnos reconocer más fácilmente las filosofías falsas en el mundo actual y saber cómo combatirlas. Comparar y contrastar los diversos viajes hacia tierras prometidas hechos por los hijos de Israel, Lehi y su familia y los jareditas pueden enseñar principios que ayuden a maestros y alumnos en sus propias jornadas por la vida.

Elaborar listas. Una lista es una serie de ideas, reflexiones o instrucciones relacionadas. El buscar listas en las Escrituras puede ayudar a maestros y alumnos a identificar puntos clave que el autor desea recalcar. Por ejemplo, los Diez Mandamientos son una lista (véase Éxodo 20). Las Bienaventuranzas podrían considerarse una lista (véanse Mateo 5:3–12; 3 Nefi 12:3–11). Doctrina y Convenios 4 contiene una lista de los requisitos para los que son llamados a servir al Señor.

Buscar conexiones, modelos y temas. Se puede animar a los alumnos a buscar conexiones, modelos y temas recurrentes en su estudio de las Escrituras. El élder David A. Bednar dijo: “El escudriñar las revelaciones buscando conexiones, modelos y temas incrementa nuestro conocimiento espiritual […] [y] extiende nuestra perspectiva y comprensión del Plan de Salvación” (véase “Una reserva de agua viva”, charla fogonera del SEI para jóvenes adultos, 4 de febrero de 2007, pág. 2).

Por lo general, los maestros y los alumnos utilizarán durante el año muchas de estas técnicas y métodos en clase. Al hacerlo, los maestros ocasionalmente podrían detenerse y analizar brevemente con sus alumnos el método o la técnica que están utilizando y alentar a los alumnos a emplearlos en su estudio personal.

Leer el texto del curso de estudio

Todos los libros canónicos —el Antiguo y el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio— son escritos inspirados que contienen doctrinas y principios del Evangelio, ilustran los hechos del Señor con los seres humanos y enseñan acerca de la Expiación de Jesucristo. Cada libro es importante por sí solo y en conjunto aportan una mayor comprensión del Evangelio y del Plan de Salvación que preparó nuestro Padre Celestial.

Tanto los alumnos como los maestros deben leer y estudiar completamente el tomo de Escritura que corresponda a cada curso de estudio (a excepción de los fragmentos seleccionados del Antiguo Testamento, como se indique en el curso de estudio).

Entender el contexto y el contenido de las Escrituras y las palabras de los profetas

Entender el contexto y el contenido de las Escrituras y las palabras de los profetas prepara a los maestros y a los alumnos para reconocer los mensajes de los autores inspirados. El contexto y el contenido aclaran e ilustran las doctrinas y los principios del Evangelio registrados en las experiencias y enseñanzas de otros. Si bien mucho de lo que sigue a continuación trata sobre la comprensión del contexto y del contenido de las Escrituras específicamente, la mayoría de los principios e ideas se pueden aplicar al estudio de las palabras y los mensajes de los profetas de los últimos días.

El contexto

El contexto son (1) los pasajes de las Escrituras que preceden o siguen a un versículo o una serie de versículos, o (2) las circunstancias que rodean o dan un trasfondo a un pasaje específico, a un acontecimiento o a un relato de las Escrituras.

El contexto es un medio para comprender el contenido de las Escrituras. Proporciona información sobre las circunstancias de fondo, que aclaran y dan profundidad a los relatos, las enseñanzas, las doctrinas y los principios en el texto de las Escrituras. Cada autor de las Escrituras escribió bajo la dirección del Espíritu Santo; no obstante, los escritos están revestidos de las imágenes literarias y la cultura del autor. Para entender sus escritos, los maestros y los alumnos deben, mentalmente, “adentrarse en su mundo” tanto como les sea posible, para ver las cosas como las vio el autor. A continuación se dan algunos ejemplos de diferentes tipos de contexto.

El contexto histórico. El saber que José Smith se hallaba en la cárcel de Liberty cuando recibió y escribió las secciones 121, 122123 de Doctrina y Convenios añade significado y poder a las doctrinas y los principios que se enseñan en esas secciones acerca de la adversidad y el uso del poder y la autoridad.

El entorno cultural. El conocer las circunstancias de las celebraciones y festividades del antiguo Israel puede aclarar cómo se relacionan simbólicamente con el Salvador y Su misión. Estar al tanto del origen de los samaritanos, y lo que pensaban los judíos de ellos en la época de Cristo, ilumina la parábola del buen samaritano y da profundidad al significado del encuentro del Salvador con la mujer junto a la fuente en Samaria.

La pregunta o la situación que dio pie a la parábola, el acontecimiento, la doctrina o el principio. Entender que Doctrina y Convenios 9 se recibió como respuesta a la incapacidad de Oliver Cowdery para traducir aclara los principios que se enseñan en esa sección sobre la revelación.

Quién habla, a quién se dirige y por qué. Las enseñanzas de Alma acerca de la Expiación, la Resurrección, el Juicio, la misericordia y la justicia adquieren un significado más profundo cuando nos damos cuenta del contexto de esas enseñanzas: una conversación con su hijo Coriantón, quien estaba preocupado acerca de las consecuencias de los pecados graves que había cometido.

El entorno geográfico. Conocer la geografía de Canaán profundiza nuestra comprensión de los lugares donde se establecieron Lot y Abraham, cómo influyó en las decisiones que tomaron y cómo afectó eso a sus familias.

Por lo general, las Escrituras, las ayudas para el estudio que contienen y el curso de estudio aportan suficiente información contextual para ayudar a maestros y alumnos a comprender el contenido de las Escrituras.

El contenido

El contenido es el argumento, las personas, los acontecimientos, los sermones y las explicaciones inspiradas que conforman el texto de las Escrituras. El contenido de las Escrituras da vida y relevancia a las doctrinas y los principios que se hallan en el bloque de las Escrituras. Por ejemplo, el relato de Nefi cuando obtiene las planchas de bronce enseña el principio de que la fe en el Señor y escuchar al Espíritu pueden ayudar a las personas a superar lo que parecen ser desafíos insalvables. La comprensión de los acontecimientos del Éxodo deja en claro que confiar en el Señor y seguir al profeta pueden conducir a las personas y naciones a recibir las bendiciones prometidas del Señor, y que se retienen las bendiciones cuando el pueblo murmura y es desobediente.

Llegar a conocer a las personas descritas en las Escrituras puede inspirar y alentar a los alumnos a enfrentar sus propias dificultades y a vivir con fe. Tal como prometió el élder Richard G. Scott acerca del Libro de Mormón:

“En él encontrarás la amistad y el ejemplo digno de Nefi, Jacob, Enós, Benjamín, Alma, Ammón, Helamán, Mormón, Moroni y muchos más. Ellos volverán a encender la llama del valor e indicarán el sendero que conduce a la fe y a la obediencia. […]

“Pero más importante aún es que todos ellos, sin excepción, elevarán tu visión hacia el amigo perfecto: nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo” (véase “Los verdaderos amigos”, Liahona, enero de 1989, pág. 80).

Los sermones que han sido preservados tan meticulosamente en las Santas Escrituras son otra parte importante del contenido. Para un alumno que lucha contra el pecado, los sermones de Pablo o de Alma, hijo, pueden ser fuentes de esperanza y aliento. El discurso final del rey Benjamín a su pueblo enseña magistralmente acerca del poder y la importancia del Salvador y Su Expiación, además de aclarar el significado del servicio, las bendiciones de la obediencia y la importancia de tender la mano a los necesitados. Un alumno que se esfuerza por ser un discípulo de Jesucristo puede adquirir conocimiento al estudiar y procurar poner en práctica las palabras del Salvador en el Sermón del Monte.

Para entender el contenido hay que conocer el significado de palabras y frases difíciles, así como la interpretación de las parábolas y los símbolos, entre otras cosas. Por ejemplo, conocer el significado de palabras como sabor (Mateo 5:13) o allegarse (Doctrina y Convenios 11:19), y de expresiones como “ceñid vuestros lomos” (Doctrina y Convenios 75:22) o “bolsa [y] alforja” (véase Lucas 10:4), ayuda a aclarar el texto de las Escrituras. Los principios que se enseñan en las parábolas del Salvador se hacen más fáciles de entender cuando se identifica el significado de los símbolos de cuestiones como la perla de gran precio (véase Mateo 13:45–46), el trigo y la cizaña (véase Mateo 13:24–30), y la oveja perdida (véase Lucas 15:4–7).

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Cristo con una oveja

Con tanta información que se puede aprender y enseñar, los maestros deben emplear sabiduría para determinar cuánto tiempo se dedicará al contexto, cuánto al contenido y cuánto a estudiar las doctrinas y los principios del Evangelio. Los maestros deben aportar suficiente contexto y contenido a fin de que los alumnos entiendan las verdades eternas que se encuentran en el texto de las Escrituras, pero sin recalcar demasiado tales circunstancias y detalles hasta el punto de que se conviertan en el núcleo de la lección.

Identificar, entender y sentir la verdad y la importancia de las doctrinas y los principios del Evangelio y aplicarlos

Identificar y entender las doctrinas y los principios del Evangelio ayuda a los maestros y a los alumnos a aplicar las Escrituras y las palabras de los profetas en su vida y les sirve de guía al tomar decisiones. Con frecuencia, el sentir la veracidad, la importancia y la urgencia de las doctrinas y los principios del Evangelio, aumenta su deseo de poner en práctica lo que aprenden. Aplicar los principios del Evangelio trae consigo las bendiciones prometidas, profundiza la comprensión y la conversión y ayuda a los maestros y a los alumnos a llegar a ser más semejantes al Salvador.

Una doctrina es una verdad fundamental e inalterable del Evangelio de Jesucristo. Verdades tales como las siguientes: El Padre Celestial tiene un cuerpo de carne y huesos, el bautismo es necesario para entrar en el Reino de Dios y todas las personas resucitarán, son ejemplos de doctrinas.

Un principio es una verdad perdurable o una regla que las personas pueden adoptar como guía para tomar decisiones. Los principios del Evangelio son universales y ayudan a las personas a poner en práctica las doctrinas del Evangelio en su vida cotidiana. El élder Richard G. Scott enseñó: “Un principio es una verdad concentrada y preparada para aplicarse” (“Cómo adquirir conocimiento espiritual”, Liahona, enero de 1994, pág. 101). Esto quiere decir que un principio del Evangelio, por lo general, indica acción, así como las consecuencias que lo seguirán. Por ejemplo: orar siempre nos puede ayudar a vencer la tentación (véase Doctrina y Convenios 10:5) y, si seguimos las indicaciones del Espíritu Santo, Él nos ayudará a lograr lo que el Señor ha mandado (véase 1 Nefi 4).

En ocasiones, puede resultar difícil discernir entre una doctrina y un principio. El élder Henry B. Eyring compartió lo siguiente: “Por cierto, que yo no invertiría mucho tiempo en tratar de distinguir entre un principio y una doctrina. He escuchado conversaciones de ese tipo que no resultaron nada útiles” (“Training Guidelines and Resources: Elder Richard G. Scott and Elder Henry B. Eyring Discussion”, transmisión vía satélite para el SEI, agosto de 2003, pág. 10).

Reconocer las doctrinas y los principios

Uno de los propósitos centrales de las Escrituras es enseñar las doctrinas y los principios del Evangelio. El presidente Marion G. Romney explicó: “Uno no puede estudiar las Escrituras con sinceridad sin dejar de aprender principios del Evangelio, porque se han elaborado las Escrituras para preservar los principios para nuestro beneficio” (“The Message of the Old Testament”, Simposio del SEI sobre el Antiguo Testamento, 17 de agosto de 1979, pág. 3). El élder Boyd K. Packer enseñó: “[Los principios aparecen] en las Escrituras. Son la substancia y el propósito de las revelaciones” (véase “Principios”, Liahona, octubre de 1985, pág. 39). En esta dispensación, el Señor ha mandado a los maestros y a los líderes de Su Iglesia a enseñar los principios del Evangelio tal como se hallan en las Escrituras: “Y además, los élderes, presbíteros y maestros de esta iglesia enseñarán los principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la plenitud del evangelio” (Doctrina y Convenios 42:12).

El aprender a reconocer las doctrinas y los principios del Evangelio que se hallan en las Escrituras requiere empeño y práctica. El élder Richard G. Scott dijo acerca de este esfuerzo: “Busca los principios, separando el principio en sí de la explicación de este” (“Cómo adquirir conocimiento espiritual”, pág. 101).

Algunas veces, el maestro señalará en clase las doctrinas y los principios. En otras ocasiones, el maestro guiará, animará y permitirá a los alumnos descubrirlos por ellos mismos. Los maestros deben ayudar diligentemente a los alumnos a adquirir la habilidad de reconocer las doctrinas y los principios por sí mismos.

Algunas doctrinas y principios del Evangelio son más fáciles de identificar, porque están expresamente declarados. Estos principios declarados están precedidos comúnmente por frases como “así vemos”, “por tanto”, “de modo” o “he aquí”, que indican que el autor de las Escrituras podría estar haciendo un resumen de su mensaje o extrayendo alguna conclusión.

Por ejemplo, en Helamán 3:27 se dice: “Así vemos que el Señor es misericordioso para con todos aquellos que, con la sinceridad de su corazón, quieran invocar su santo nombre”.

En Alma 12:10 se declara: “Y, por tanto, el que endurece su corazón recibe la menor porción de la palabra; y al que no endurece su corazón le es dada la mayor parte de la palabra”.

En Efesios 6:13 se enseña: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.

Alma 41:10 incluye: “He aquí, te digo que la maldad nunca fue felicidad”.

Muchos principios no aparecen declarados directamente por el autor en las Escrituras, sino que están implícitos. Los principios implícitos podrían provenir de un libro completo de las Escrituras, de un capítulo o de un solo versículo, y podrían estar expresados en el relato de las Escrituras, en los acontecimientos o en las parábolas. La identificación de principios implícitos abarca el reconocer las verdades que se ilustran en el texto de las Escrituras y poderlas declarar de manera clara y sucinta. Con frecuencia, eso requiere tiempo y estudiar con detenimiento. El élder Richard G. Scott enseñó: “Vale la pena que nos esforcemos por resumir las verdades que escuchemos en la sencilla declaración de un principio” (“Cómo adquirir conocimiento espiritual”, pág. 101).

Con frecuencia, los principios implícitos pueden descubrirse observando las relaciones de causa y efecto en un bloque de las Escrituras. Al analizar las acciones, las actitudes y las conductas de personas o de grupos en el relato de las Escrituras, y reconocer las bendiciones o consecuencias que se dieron como resultado, los principios del Evangelio se tornan más evidentes.

También se pueden identificar principios implícitos haciendo preguntas como estas:

  • ¿Cuál es la moraleja o el propósito de esta historia?

  • ¿Por qué crees que el autor incluyó estos acontecimientos o pasajes?

  • ¿Qué esperaba el autor que aprendiésemos?

  • ¿Cuáles son algunas de las verdades fundamentales que se enseñan en este pasaje?

Los siguientes son algunos ejemplos de principios implícitos:

De los acontecimientos de la vida de Alma, hijo, o de Pablo: Una persona que acepte la verdad y se arrepienta de sus pecados puede guiar a los demás hacia las bendiciones del Evangelio (véanse Alma 36:10–21; Hechos 9:4–20).

De la parábola de las diez vírgenes: Si nos hemos preparado fielmente en lo espiritual, estaremos listos cuando el Señor venga; o quienes descuiden su preparación espiritual no serán recibidos por el Señor a Su venida (véase Mateo 25:1–13).

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David y Goliat

Del relato de David y Goliat: Al actuar con valor y fe en Dios, podemos superar grandes desafíos en nuestra vida (véase 1 Samuel 17:40–51).

Algunas maneras de ayudar a los alumnos a reconocer los principios y las doctrinas son:

  • Invitar a los alumnos a escribir el concepto que están estudiando en declaraciones que reflejen la relación “si-entonces”.

  • Asignar a los alumnos que escriban declaraciones del tipo “y así vemos” para resumir las verdades que han aprendido.

  • Pedir a los alumnos que identifiquen las acciones de las personas en el bloque de Escrituras y que busquen las bendiciones o consecuencias resultantes.

  • Alentar a los alumnos a subrayar en su ejemplar de las Escrituras las palabras o frases clave que identifican declaraciones de principios o doctrinas.

  • Escribir una doctrina o un principio del bloque de las Escrituras en la pizarra. Pedir a los alumnos que busquen evidencias de ese principio en el bloque de Escrituras.

A medida que se reconocen los principios y las doctrinas, es importante que se declaren en forma clara y simple. “A fin de que se conozca, la verdad debe declararse; y cuanto más clara y completa sea la declaración, mejor será la oportunidad para el Espíritu Santo de dar testimonio al alma de los hombres de que la obra es verdadera” [New Witnesses for God, 3 tomos, 1909, tomo II, pág. VII]” (B. H. Roberts, citado por James E. Faust en “Lo que deseo que mi nieto sepa antes de salir en una misión”, Liahona, julio de 1996, pág. 44; Predicad mi Evangelio, 2019, pág. 182).

Escribir en la pizarra un principio o una doctrina que se ha reconocido o invitar a los alumnos a escribirla o subrayarla en su ejemplar de las Escrituras es una manera de ayudar a que estas verdades se establezcan con claridad en la mente de los miembros de la clase.

Entender las doctrinas y los principios

Entender una doctrina o un principio del Evangelio significa que los alumnos comprenden las verdades identificadas, su relación con otros principios y doctrinas dentro del plan del Señor, y saben en qué circunstancias puede aplicarse el principio en su vida. Cuando un maestro o un alumno entiende una doctrina o un principio, no solamente sabe lo que significan las palabras, sino que también sabe cómo esa doctrina o principio puede influir en su vida. Una vez que se reconoce y entiende una doctrina o un principio, se puede aplicar más fácilmente.

Los maestros y los alumnos pueden aumentar su comprensión de las doctrinas y principios del Evangelio al escudriñar las Escrituras buscando enseñanzas relacionadas e ideas adicionales, consultando las palabras y enseñanzas de los profetas y apóstoles de los últimos días, explicando a los demás las verdades del Evangelio que están aprendiendo y pidiendo en oración la ayuda del Espíritu Santo. A medida que se aplican los principios, se ahonda más en su comprensión.

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los jóvenes guerreros

Los maestros pueden ayudar a los alumnos a entender las doctrinas y los principios haciéndoles preguntas que los conduzcan a analizar su significado. Por ejemplo, del relato de los dos mil jóvenes guerreros en el Libro de Mormón podemos aprender este principio: Si no dudamos, Dios nos librará (véase Alma 56:47–48). A fin de lograr un mayor entendimiento del significado de este principio, los maestros y los alumnos pueden considerar preguntas como las siguientes:

  • ¿De qué no dudaban los jóvenes guerreros?

  • ¿Qué evidencias hay de que estos jóvenes guerreros no dudaban?

  • ¿Cómo libró Dios a los jóvenes guerreros?

  • ¿Cuáles son algunas de las “batallas” que enfrentan los jóvenes de la Iglesia hoy en día?

  • ¿Cuáles serían algunas maneras en las que Dios podría librarlos de esas batallas?

  • ¿Qué nos enseñan las experiencias de Abinadí, José Smith o Sadrac, Mesac y Abed-nego en cuanto a lo que significa ser librado?

Del relato de Naamán y Eliseo en el Antiguo Testamento podemos aprender el principio siguiente: Si somos humildes y estamos dispuestos a seguir el consejo del profeta, podemos ser sanados (véase 2 Reyes 5:1–14). A fin de entender el significado de este principio, los maestros y los alumnos pueden considerar preguntas como las siguientes:

  • ¿Cómo nos ayuda la humildad a seguir el consejo del profeta?

  • El que Naamán finalmente estuviera dispuesto a “lavarse siete veces”, ¿cómo nos ayuda a entender lo que significa seguir en verdad el consejo del profeta?

  • ¿De qué otras cosas, aparte de las enfermedades físicas, puede que necesitemos ser sanados actualmente?

  • ¿Cuáles son algunas de las cosas que los profetas nos han pedido que hagamos que nos sanarán espiritualmente y que quizás el mundo no comprenda?

Sentir la verdad y la importancia de las doctrinas y los principios

Aunque los alumnos puedan reconocer y entender los principios y las doctrinas del Evangelio, con frecuencia no las pondrán en práctica hasta que hayan sentido la verdad y la importancia de estos mediante el Espíritu y perciban cierto apremio en incorporar el principio a su propia vida. El élder Robert D Hales explicó: “Pero un verdadero maestro, una vez que ha impartido información [del Evangelio] […], lleva [a los alumnos] al próximo paso para que obtengan el testimonio y el entendimiento espiritual en sus corazones que produce la acción y los hechos” (véase “Enseñar por la fe”, en La enseñanza en Seminario, Lecturas de preparación para el maestro, pág. 96).

El Espíritu Santo puede infundir en la mente y en el corazón de los alumnos la importancia de una doctrina o un principio, y puede transmitirles un deseo de llevar el principio a la práctica y la fortaleza para hacerlo. Los maestros deben hacer todo lo posible para propiciar esta experiencia en sus clases para cada alumno. El élder Richard G. Scott alentó a los maestros: “¿Orarás para recibir guía para hacer que la verdad se establezca profundamente en la mente y el corazón de tus alumnos, de tal modo que la utilicen toda la vida? Yo sé que el Señor te guiará, si buscas por medio de la oración la manera de hacer esto” (“To Understand and Live Truth”, Una velada con una Autoridad General, 4 de febrero de 2005, pág. 2).

Una de las formas más eficaces de ayudar a los alumnos a propiciar la influencia del Espíritu en sus corazones y prepararlos para actuar de conformidad con el principio que han aprendido consiste alentarlos a reflexionar sobre experiencias personales que estén relacionadas con ese principio (véase la sección 5.1.3, “Preguntas que inspiran sentimientos y testimonio” en la página 61). Esto ayuda a los alumnos a reconocer el impacto que el principio ha ejercido en su vida o en la de los demás. Por ejemplo, después de analizar la ley del diezmo, los maestros podrían preguntar: “¿Cuáles son las bendiciones que han visto en su propia vida o en la de los demás por guardar la ley del diezmo?”. Al reflexionar sobre preguntas como esta y compartir experiencias personales apropiadas con la clase, el Espíritu Santo puede ayudarlos a ver con más claridad las bendiciones que tanto ellos como los demás han recibido por vivir las doctrinas y los principios del Evangelio. El Espíritu también los ayudará a sentir un mayor deseo de poner en práctica estas verdades en su vida. Los maestros también pueden compartir relatos verídicos personales o de otras personas que ayuden a los alumnos a sentir la verdad y la importancia de vivir el principio que se está analizando.

Los maestros pueden dar oportunidades a los alumnos de testificar sobre la veracidad de los principios y las doctrinas. Los maestros también pueden buscar ocasiones de compartir su propio testimonio. Además, los maestros pueden ayudar a los alumnos a sentir la verdad y la importancia de las doctrinas y los principios al destacar los testimonios expresados por las personas en las Escrituras y al leer y escuchar los testimonios de los profetas y apóstoles de los últimos días.

Aplicar las doctrinas y los principios

La aplicación tiene lugar cuando los alumnos piensan, hablan y viven conforme a los principios que han aprendido. El élder Richard G. Scott explicó la importancia de la aplicación cuando dijo: “El mejor indicador de la eficacia de lo que ocurre en el salón de clases es observar que en la vida de un alumno se están entendiendo y aplicando las verdades” (“To Understand and Live Truth”, pág. 3).

A medida que los alumnos pongan en práctica los principios del Evangelio en su vida, recibirán las bendiciones prometidas. Asimismo, obtendrán una comprensión y un testimonio más profundos de la doctrina o del principio que hayan aplicado. Por ejemplo, los alumnos que guardan el día de reposo tendrán una comprensión más cabal de lo que eso significa que aquellos que no lo guardan. Los alumnos que han confiado en el Señor de todo corazón (véase Proverbios 3:5) y han sido fortalecidos y consolados en tiempos de adversidad o pruebas poseen una comprensión más clara de ese principio que los que no lo han hecho.

Los maestros deben dar tiempo a los alumnos en clase para meditar, reflexionar o escribir sobre lo que han entendido y sentido, y para pensar en los pasos específicos que deben dar para ponerlo en práctica en su vida. En esos momentos, los maestros deben alentar a sus alumnos a pedir guía y dirección al Señor. Los maestros también pueden analizar situaciones que puedan estar viviendo los alumnos y pedirles que compartan lo que piensan sobre cómo el aplicar los principios del Evangelio en esas situaciones bendeciría su vida. Pueden sugerir a los alumnos que se fijen una meta que los ayude a vivir el principio que se enseña. Los maestros podrían preparar un pasaje de las Escrituras, una cita, un poema o parte de un himno en forma de volante que los alumnos puedan llevarse a casa como recordatorio del principio.

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una joven estudiando

Podría haber ocasiones en que el maestro o los alumnos en la clase aporten sugerencias en cuanto a cómo se pueden aplicar los principios del Evangelio. Esos ejemplos dan a los alumnos ideas útiles sobre cómo poner en práctica los principios del Evangelio en su vida diaria. Sin embargo, los maestros deben evitar ser demasiado normativos al asignar a los alumnos aplicaciones específicas. Recuerde que la guía más significativa para la aplicación personal llega en forma individual por medio de la inspiración o revelación del Señor mediante el Espíritu Santo. El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Los maestros a quienes se les ha mandado enseñar ‘los principios [del] evangelio’ y ‘la doctrina del reino’ (Doctrina y Convenios 88:77) deben generalmente evitar enseñar reglas o aplicaciones específicas. […] Una vez que el maestro haya enseñado la doctrina y los principios correspondientes de las Escrituras y de los profetas vivientes, tales aplicaciones o reglas específicas pasan, por lo general, a ser responsabilidad de las personas y las familias” (véase “La enseñanza del Evangelio”, pág. 96).

Explicar y compartir las doctrinas y los principios del Evangelio, y testificar de ellos

Explicar las doctrinas y los principios, compartir reflexiones y experiencias importantes y testificar de la verdad divina aclaran el entendimiento de una persona acerca de las doctrinas y los principios del Evangelio e incrementa su habilidad para enseñar el Evangelio a los demás. A medida que los alumnos explican, comparten y testifican, son guiados frecuentemente por el Espíritu Santo a un testimonio más profundo de los mismos conceptos que están expresando. Mediante el poder del Espíritu Santo, sus palabras y expresiones pueden tener también un impacto significativo en los corazones y las mentes de sus compañeros y de otros que los escuchen.

Los maestros que cuidadosamente y con espíritu de oración estudian, preparan y enseñan una lección tienden a aprender mucho. Este mismo principio es válido para los alumnos. A medida que estudian y se enseñan los unos a los otros las doctrinas y los principios del Evangelio restaurado, obtienen un mayor entendimiento y se fortalecen sus testimonios.

Explicar

La comprensión de las Escrituras aumenta cuando los alumnos y los maestros se explican las Escrituras unos a otros. El prepararse para contar con claridad y sencillez lo que significa un pasaje de las Escrituras, una doctrina o un principio alienta a los maestros y a los alumnos a reflexionar sobre los versículos, a organizar sus ideas y a invitar al Espíritu Santo a enseñarles.

El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Aprendemos al hacer las cosas. Si estudiamos el Evangelio para enseñarlo, hemos adquirido conocimiento porque, al sostener el farol que ilumina el sendero de los demás, estamos iluminando nuestro propia senda. Al analizar y ordenar las Escrituras para presentar una lección aceptable a los demás, hemos aclarado nuestra propia mente. Al explicar aquello que ya sabemos, parece venir a nosotros un despliegue de verdades adicionales, una extensión de nuestra comprensión, nuevas conexiones y aplicaciones” (The Teachings of Spencer W. Kimball, 1982, pág. 530).

El dar a los alumnos la oportunidad de explicar una doctrina o principio a otra persona los alienta a pensar más profundamente y a buscar una mayor comprensión antes de enseñar a otras personas lo que ellos han aprendido. Los maestros pueden pedir a los alumnos que expliquen por qué es importante tener fe, ser bautizados u obedecer la ley del diezmo. Se puede invitar a los alumnos a que le hablen a alguien acerca de la Creación o la Caída, o la razón por la que creen que las familias son fundamentales en el plan del Padre Celestial. Se puede hacer esto de dos en dos o en grupos pequeños, en dramatizaciones, con toda la clase o por medio de un ejercicio escrito. También podría ser apropiada una invitación ocasional a los alumnos para que expliquen un pasaje de las Escrituras o enseñen una doctrina o un principio a su padre o su madre, a un hermano o hermana, a un amigo o a un compañero de cuarto.

Compartir

Tanto los maestros como los alumnos deben tener la oportunidad de compartir sus reflexiones y su comprensión, así como las experiencias personales que hayan tenido con una doctrina o un principio. Asimismo, pueden relatar experiencias que hayan presenciado en la vida de otras personas.

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Unas jóvenes conversando

El presidente J. Reuben Clark, Jr. dijo: “Digo una vez más, que casi no habrá joven que pase por las puertas de los Seminarios e Institutos donde estén ustedes que no haya sido beneficiario consciente de bendiciones espirituales, o que no haya visto la eficacia de la oración, o que no haya sido testigo del poder de la fe para sanar enfermos, o que no haya percibido las manifestaciones espirituales que la mayoría del mundo no conoce” (véase El curso trazado por la Iglesia en la educación, edición revisada, 1994, pág. 9). Se deben brindar ocasiones para que los alumnos compartan tales experiencias con la clase. (Podría ser necesario que los maestros ayuden a los alumnos a entender que algunas experiencias son demasiado sagradas o personales como para compartirlas en el salón de clases; véanse Alma 12:9; Doctrina y Convenios 63:64).

Testificar

Cuando los alumnos han explicado principios del Evangelio y han compartido sus experiencias al ponerlos en práctica, suelen estar mejor preparados para testificar de lo que han llegado a creer.

El élder Boyd K. Packer explicó una de las bendiciones del compartir el testimonio: “Si tan solo pudiera enseñar este principio: Un testimonio se encuentracuando se expresa! […]

“Una cosa es recibir un testimonio de lo que uno ha leído o de lo que otra persona ha dicho, lo cual es necesario como comienzo, y otra es que el Espíritu nos confirme dentro de nosotros que lo que hemos testificado es verdadero” (véase “La lámpara de Jehová”, pág. 36).

El compartir el testimonio no solo bendice a la persona que lo comparte, sino que también puede fortalecer la fe y los testimonios de los demás. El testificar brinda la oportunidad de que el Espíritu Santo dé testimonio de doctrinas y principios específicos del Evangelio restaurado. Un testimonio no siempre comienza con la frase: “Me gustaría compartir mi testimonio”; puede ser simplemente una declaración de lo que una persona sabe que es verdad, expresado con sinceridad y convicción. Puede ser una afirmación simple de lo que una persona siente acerca de una doctrina o un principio del Evangelio y la diferencia que esto ha producido en su vida. Los alumnos pueden comprender más claramente cómo se pueden poner en práctica los principios del Evangelio y pueden sentirse más inspirados a ponerlos en práctica en su vida cuando escuchan al maestro y a otros alumnos compartir su testimonio acerca del valor de esos principios.

Los maestros pueden alentar a los alumnos a testificar de las verdades del Evangelio haciendo preguntas que los inviten a compartir sus experiencias y creencias (véase la sección 5.1.3, “Preguntas que inspiran sentimientos y testimonio”, en la pág. 61). También pueden ofrecer otras oportunidades para que los alumnos testifiquen a sus compañeros. Los maestros deben tener en cuenta la naturaleza personal y sagrada del testimonio; pueden invitar, pero nunca obligar a los alumnos a compartir su testimonio. Los maestros deben aprovechar a menudo las oportunidades de testificar de su amor por el Padre Celestial y por Su Hijo Jesucristo, y de la veracidad y el valor de las doctrinas y los principios del Evangelio. Los maestros deben tener en cuenta y hacer referencia a los testimonios expresados por el Salvador, así como por los profetas y apóstoles de los últimos días.

Dominar los pasajes clave de las Escrituras y los temas doctrinales

En la medida que las personas atesoren verdades eternas en la mente y en el corazón, el Espíritu Santo les traerá a la memoria esas verdades cuando sea necesario y les dará valor para actuar por la fe. El presidente Howard W. Hunter enseñó:

“Firmemente los aliento a usar las Escrituras al impartir enseñanza y a hacer todo lo que puedan por ayudar a los alumnos a usarlas y sentirse cómodos con ellas. Me gustaría que nuestros jóvenes tuvieran confianza en las Escrituras. […]

“Primero, queremos que los alumnos tengan confianza en la fuerza y las verdades de las Escrituras, confianza en que su Padre Celestial realmente les está hablando a través de ellas y confianza en que pueden escudriñarlas y encontrar respuestas para sus problemas y oraciones. […]

“Tenemos la esperanza de que ninguno de sus alumnos salga del aula con temor, desconcertado o avergonzado por no poder encontrar la ayuda que necesita, debido a que no conoce las Escrituras al punto de localizar los pasajes apropiados” (véase “Inversiones eternas”, pág. 21).

A fin de ayudar a los alumnos a atesorar las verdades eternas e incrementar su confianza en las Escrituras, en Seminarios e Institutos de Religión (SeI) se ha seleccionado un número de pasajes del Dominio de la doctrina y se ha preparado una lista de temas doctrinales. El estudio de los pasajes del Dominio de la doctrina y de estas doctrinas debe desarrollarse en forma conjunta, a fin de que los alumnos aprendan a expresar estas doctrinas con sus propias palabras y a utilizar los pasajes del Dominio de la doctrina como ayuda para explicar y testificar de estas verdades.

Dominio de la doctrina

En SeI se han seleccionado veinticinco pasajes del Dominio de la doctrina para cada uno de los cuatro cursos de Seminario. Estos pasajes constituyen una base importante de las Escrituras para entender y compartir el Evangelio y para fortalecer la fe. Se alienta a los alumnos de Seminario a lograr el “dominio” de estos pasajes como se describe a continuación. Se debe animar a los alumnos de Instituto a edificar sobre el fundamento de estos cien pasajes del Dominio de la doctrina y a adquirir una comprensión profunda de otros pasajes clave de las Escrituras.

El dominio de los pasajes de las Escrituras abarca lo siguiente:

  • Ubicar los versículos conociendo las referencias de las Escrituras correspondientes.

  • Entender el contexto y el contenido de los pasajes de las Escrituras.

  • Poner en práctica los principios y las doctrinas del Evangelio que se enseñan en los pasajes de las Escrituras.

  • Memorizar los pasajes.

La memorización puede ser una herramienta maravillosa para ayudar a los alumnos a conocer y amar pasajes selectos de las Escrituras. Tal como explicó el élder Richard G. Scott: “Cuando las Escrituras se emplean de la forma en que el Señor ha mandado que se registren, tienen un poder intrínseco que no se comunica si se parafrasean” (“¡Él vive!”, Liahona, enero de 2000, pág. 106). Sin embargo, hay que asegurarse de adaptar las expectativas a las capacidades y circunstancias de cada alumno. No se debe avergonzar a los alumnos ni hacerlos sentir abrumados si no son capaces de memorizar.

Los maestros estarán en mejor condición de ayudar a sus alumnos si ellos mismos dominan estos pasajes. Si los maestros se refieren con frecuencia a estos pasajes del Dominio de la doctrina, mantienen unas expectativas apropiadas y utilizan métodos que tengan en cuenta diversos estilos de aprendizaje, tendrán más éxito al ayudar a los alumnos a dominar estos pasajes clave. Se deben utilizar los pasajes del Dominio de la doctrina durante las lecciones para aclarar doctrinas y principios relacionados. Podrían usarse como lema para los devocionales o exhibirse en algún lugar del salón de clases. Asimismo, se debe motivar a los alumnos a estudiarlos y ponerlos en práctica fuera de clase.

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dos hombres conversando

En aquellas instalaciones donde sirven varios maestros juntos que conforman un cuerpo docente, se podrá mejorar el aprendizaje de los alumnos si esos miembros del cuerpo docente asumen un enfoque unificado del Dominio de la doctrina. Periódicamente, los maestros podrían optar por repasar las referencias del Dominio de la doctrina de años anteriores, a fin de que los alumnos mantengan su dominio de todos los pasajes seleccionados.

Si bien el Dominio de la doctrina es una parte importante de los cursos de estudio, debe complementar y no eclipsar el estudio secuencial diario de las Escrituras. Los maestros deben ser prudentes en cuanto al tiempo que dedican al Dominio de la doctrina. En particular, los maestros del curso de estudio individual supervisado deben prestar atención a que la clase semanal no se convierta en una actividad semanal del Dominio de la doctrina. Los maestros deben escoger métodos, actividades y música que estén en concordancia con la dignidad, el propósito y el espíritu de las Escrituras y que eviten la contención.

Temas doctrinales

Se han definido nueve temas doctrinales para que se haga hincapié en ellos tanto en las clases de Seminario como en las de Instituto. Los maestros deben ayudar a los alumnos a reconocer, entender, creer, explicar y poner en práctica las doctrinas básicas del Evangelio. Eso ayudará a los alumnos a fortalecer su testimonio y a aumentar su agradecimiento por el Evangelio restaurado de Jesucristo. Un estudio de estos temas también contribuirá a que estén mejor preparados para enseñar estas importantes verdades a los demás.

Es importante recordar que también se enseñarán otras doctrinas importantes del Evangelio, aunque no estén en la lista de los temas doctrinales.

Los siguientes son los temas doctrinales seleccionados por Seminarios e Institutos de Religión:

  • La Trinidad

  • El Plan de Salvación

  • La Expiación de Jesucristo

  • La Restauración

  • Los profetas y la revelación

  • El sacerdocio y las llaves del sacerdocio

  • Las ordenanzas y los convenios

  • El matrimonio y la familia

  • Los mandamientos

A medida que los maestros estudien personalmente y entiendan estos temas, se sentirán más cómodos al referirse a ellos y testificar al respecto mientras enseñan; sin embargo, no deben desviarse de enseñar las Escrituras en orden secuencial para centrarse exclusivamente en estos temas. Por el contrario, los maestros deben dar esmerada y constante atención a estos temas, a medida que aparezcan naturalmente en el texto de las Escrituras y en los cursos de estudio. De esta manera, la lista de temas doctrinales servirá de recordatorio para centrarse en esas verdades eternas que serán de mayor valor para los alumnos y para recalcarlas a lo largo del curso de estudio. Estos temas doctrinales también se podrían usar como lemas para los devocionales.

Un maestro prudente recordará también que la paciencia y la persistencia son importantes para ayudar a los alumnos a comprender estos temas. No se espera que un alumno llegue a entender completamente todo de una sola vez; el Señor enseña a Sus hijos “línea sobre línea, precepto tras precepto” (Doctrina y Convenios 98:12). Los maestros y los alumnos deben considerar la comprensión de estos temas como un proceso que ocurre durante los cuatro años de Seminario y continúa en los años de Instituto.