2003
Encontré una fortuna
septiembre de 2003


Encontré una fortuna

Un día, cuando tenía 13 ó 14 años, fui a la tienda de comestibles que estaba a un par de cuadras de mi escuela. En la tienda se despachaba un helado delicioso y mis compañeros de clase y yo solíamos ir allí a menudo durante el almuerzo para tomar un helado doble.

Un día, mientras tomábamos uno de esos helados, miré hacia el suelo y vi un billete de 10 dólares. En aquel entonces, hace más de 50 años, un billete de 10 dólares era mucho dinero para un joven de mi edad. Satanás intentó tentarme con: “Piensa en todo lo que podrías hacer con ese dinero”.

Pero gracias a las enseñanzas de mis padres, no le hice caso. Entregué el dinero a la cajera y le dije que lo había encontrado en el suelo, a lo que ella respondió: “Jovencito, veo que eres honrado. Escribiré tu nombre en este papel y si nadie reclama el billete, te lo haré llegar”.

Le dejé el billete y aquella tarde un joven fue a la tienda para ver si alguien había entregado un billete de 10 dólares. La cajera le dijo: “Sí, y aquí tiene el nombre del chico que lo encontró”.

El joven me buscó para darme las gracias y nos hicimos buenos amigos.

Pero todo eso no es más que el comienzo de la historia. Debido a nuestra amistad y su buena opinión sobre mí, me presentó a su familia. Mientras los hijos de la familia crecían y se casaban, llegué a ser un buen amigo de las familias de ellos también, y durante mi vida he sido un íntimo amigo de 10 ó 12 familias gracias a aquel billete de 10 dólares. He estado en sus hogares y, durante mi servicio como obispo, he entrevistado a algunos de sus hijos. He sido invitado a las bodas celebradas en el templo y a otros acontecimientos familiares durante los últimos 50 años. He disfrutado de grandes amistades, no sólo con aquellos chicos, sino también con sus padres; constituyen una familia magnífica.

Me siento agradecido por no haber cedido a la tentación de quedarme con aquel billete de 10 dólares, gracias a que unos padres maravillosos me enseñaron el principio de la honradez. Me siento agradecido por las bendiciones que he recibido en mi vida al ser honrado, pues la honradez me ha abierto muchas puertas. Es maravilloso poder mirar a la gente a los ojos y decirle: “Siempre me he esforzado por ser honrado”.

He hablado con mis nueve hijos sobre el ser honrado y les he dicho que cuando vean un billete de 10 dólares, en realidad desconocen su verdadero valor. Claro que en los billetes se indica el valor monetario que tiene, pero mi amistad con aquella familia vale mucho más que una fortuna, ya que son una gran bendición en mi vida.