2003
La oración de mi hija
septiembre de 2003


La oración de mi hija

Después de un año de enormes cargas financieras, estaba sintiendo algo de esperanza porque parecía que todo iba mejor para mi familia, pero entonces llegaron nuevos reveses. Durante un año había depositado mi fe en el Señor confiando en que todo saldría bien y que un día veríamos nuestras pruebas como experiencias que nos habían ayudado a crecer. Pero con los nuevos reveses, mi fundamento espiritual empezó a flaquear. Me sentía abandonada y perdida, y al poco tiempo dejé de nutrir mi Espíritu. Aunque seguí asistiendo a la Iglesia, dejé de orar, de ayunar y de leer las Escrituras. Ya no fui más al templo y hacía nada más que lo mínimo para cumplir con mi llamamiento como maestra de la Primaria. Me sentía desamparada y me preguntaba por qué debía esforzarme por vivir rectamente si el hacerlo no me ofrecía ninguna protección contra las tribulaciones.

Una noche, mientras veía la televisión en mi cuarto, mi hija de 10 años entró con su Libro de Mormón. Había estado intentando leerlo, pero no sabía pronunciar una palabra. La ayudé y luego salió de la habitación.

Regresó a los pocos minutos, diciendo que le costaba entender lo que leía. Compadeciéndome de mí misma en ese momento, no estaba con ánimos para leer las Escrituras, así que con un tono de irritación, le dije: “Samantha, ve y ora a tu Padre Celestial, y pídele que te ayude a entender lo que estás leyendo”.

Mi hija no se movió; me miró fijamente y dijo con calma: “Ya oré y tengo la fuerte impresión de que debo leer las Escrituras contigo”.

La miré sorprendida y apagué el televisor. La invité a sentarse en la cama conmigo y leímos juntas un capítulo del Libro de Mormón. No presté mucha atención a lo que estábamos leyendo porque me maravillaba el recordatorio de mi Padre Celestial respecto a que debía acudir a Él al afrontar mis pruebas.

Después de aquella noche, empecé otra vez a decir mis oraciones personales y a dedicar tiempo cada día a la lectura de las Escrituras. Me fijé la meta de ir al templo por lo menos una vez al mes. Sorprendentemente, todo lo que leía en las Escrituras y en las revistas de la Iglesia parecía aplicarse a mí y a mis problemas. Una vez más, estaba nutriendo mi alma y descubrí que podía sobrellevar bien mis cargas. A menudo me arrodillaba y pedía perdón por no haber confiado en el Señor como debía haberlo hecho. Siempre estaré agradecida por la sensibilidad espiritual de una niña de 10 años y el tierno recordatorio de un Padre Celestial amoroso.

Kari Ann Rasmussen es miembro del Barrio Murray 10, Estaca Murray Oeste, Utah.