2003
Enseñar por la fe
septiembre de 2003


Enseñar por la fe

Cuando enseñamos a los jóvenes por el Espíritu, sus corazones se conmueven y sus vidas cambian.

Las responsabilidades de los maestros del Evangelio en el hogar y en la Iglesia son muchas, y para cumplir con estas responsabilidades, los maestros deben primeramente esforzarse por procurar obtener la rectitud personal. Como maestros y padres de jóvenes, debemos vivir el Evangelio de tal modo que tengamos siempre el Espíritu con nosotros. Si vivimos dignos del Espíritu, estará siempre con nosotros. De ese modo, podremos enseñar por el Espíritu y, al hacerlo, la juventud podrá sentirlo y recibirlo. Se conmoverán corazones y se cambiarán vidas.

Recordarán el relato en el libro de Mosíah sobre Abinadí, que se encontraba encadenado ante el inicuo rey Noé. Abinadí enseñó el Evangelio con el fuego del Espíritu. Hizo advertencias severas y específicas mientras enseñaba osadamente el principio del arrepentimiento. Aunque Abinadí enseñó por medio del Espíritu, el rey Noé no lo sintió en el corazón. No obstante, Alma, que también escuchó el testimonio, pues formaba parte del tribunal, se convirtió (véase Mosíah 12:9–17:2). No siempre sabemos en quién influiremos, pero les prometo que al enseñar y testificar por el Espíritu, llegarán a influir en aquellos que estén listos para recibir sus palabras.

No podemos olvidar la importancia de la fe. La enseñanza por medio del Espíritu es realmente un ejercicio de la fe. Para todo concepto que enseñamos y para todo aquello de lo que testificamos, debemos confiar en el Espíritu Santo para poder llegar al corazón de aquellos de quienes somos responsables. Enseñamos por medio de la fe, enseñamos por medio del Espíritu y declaramos nuestro testimonio con valentía.

Apliquemos los principios del Evangelio

Mi preocupación es que existe una diferencia entre lo que nuestra juventud sabe sobre el Evangelio y lo que hace para aplicar estos principios a su conducta diaria. Es aquí donde nosotros, los maestros, somos de gran importancia.

Como maestros, debemos insistir en que nuestros jóvenes piensen. Nunca olvidaré la lección que aprendí de un maestro de la Escuela Dominical cuando yo tenía unos 10 años de edad. Para la Navidad nos regaló una tarjeta grande con libritos individuales adentro, cada uno con una historia de la Biblia: David y Goliat, la Creación del Mundo, Daniel y la cueva de los leones. Había una gran cantidad de relatos bíblicos maravillosos. Leíamos cada uno en casa e íbamos a la clase preparados para hablar de ellos. Aún hoy día puedo recordar claramente aquellos momentos de enseñanza.

Después de hablar sobre cada relato, nos preguntaba: “¿Qué significa eso para ti? ¿Cómo se relaciona este pasaje [historia o principio] a tu vida? ¿Cómo puedes aplicar estos principios en tu hogar? ¿Qué te parece eso?”. Posteriormente descubrí en mi propio hogar, con mis hijos, que al formular yo esas preguntas, ellos comenzaban a vivir y a sentir aquello que se les enseñaba.

Se nos pedía que pensáramos. No sólo estábamos aprendiendo las historias, sino que estábamos descubriendo el modo de aplicarlas a nuestra vida. Mi maestro estaba plantando en nosotros la semilla de la fe y ayudándola a crecer.

Nosotros enseñamos las Escrituras en forma de historias y debemos aplicarlas a la vida de esos jóvenes donde puedan ser más eficaces. Es inprescindible que nuestros jóvenes sean capaces de recordar las historias y las verdades de los principios del Evangelio en los momentos en que más las necesiten.

John Greenleaf Whittier escribió elocuentemente: “… De todas las palabras tristes jamás habladas o escritas, las más tristes son éstas: ‘Pudo haber sido’ ”1. No hay nada más trágico que el mirar hacia atrás hacia lo que pudo haber sido, ni tampoco queremos que aquellos a quienes enseñamos pasen por la vida sin saber que son hijos de Dios, sin conocer el plan de salvación, sin saber por qué están en esta tierra, sin saber quiénes son y cómo conducirse. Si llegan a ser conscientes del plan, podrán soportar todas las pruebas de la vida, desviar todos los ardientes dardos del adversario, perseverar hasta el fin y ganar la recompensa final del plan de felicidad.

Enseñen la importancia y el poder de la meditación y provean tiempo para meditar, pensar e intercambiar ideas. Usen aplicaciones prácticas: “¿Qué significa esto para ti?”. Mediten y oren. Pidan a los jóvenes que describan los pensamientos y las impresiones que reciban del Espíritu y lo que sientan al respecto. Los incidentes que promueven la fe ocurren cuando los estudiantes participan en la enseñanza y testifican a sus compañeros. Es muy importante tener conversaciones francas en cuanto a la importancia de la oración y el estudio de las Escrituras para que los jóvenes se ayuden y se apoyen unos a otros.

Es un proceso. Permítanles florecer durante el tiempo que estén con ustedes. Procuren que sean capaces de aprender de los errores de los demás, como un hermano o una hermana mayor, o un amigo, y denles ejemplos de las Escrituras para que ellos no cometan ese mismo error. En las Escrituras se nos dice todo lo que sucede cuando no somos obedientes. Nuestros jóvenes no tienen que repetir los errores y soportar el dolor que éstos llevan aparejado.

Conozcan a los jóvenes

Para algunas personas, aprender entraña más dificultades que para otras. Este aspecto del aprendizaje requiere que los maestros conozcan a sus alumnos y la aptitud que tienen para aprender. Los buenos maestros no sólo conocen el tema que enseñan, sino que también comprenden algo de igual importancia: las necesidades de sus alumnos. Los buenos estudiantes aprenden de sus maestros, están dispuestos a ser corregidos y expresan gratitud por el consejo amoroso del maestro. Ustedes, maestros sobresalientes, enseñen a los jóvenes a comprender quiénes son y motívenlos a desarrollar su potencial para la salvación eterna.

Estén al tanto de lo que sucede en la vida de los jóvenes. Debemos conocer sus preocupaciones y a lo que se enfrentan; por qué actúan del modo en que lo hacen y por qué dicen lo que dicen.

Reconozcan cuando un joven esté listo para usar su albedrío y tenga la fortaleza para tomar decisiones. Parte del proceso de la enseñanza es dar a nuestros jóvenes una idea de los desafíos y los problemas a los que tendrán que enfrentarse en el futuro y prepararlos para hacerlo.

¿Acaso no nos gustaría a todos evitar a veces las pruebas y las dificultades de este período de prueba terrenal?

Aquiles, uno de los grandes héroes de la mitología griega, era el héroe de La Ilíada, de Homero. Además del relato de Homero sobre Aquiles, autores más recientes desarrollaron fábulas y elementos folclóricos sobre Aquiles y su madre, Tetis.

De acuerdo con algunas versiones, Tetis hizo que Aquiles se volviera inmortal sumergiéndolo en el río Estigia. Ella tuvo éxito en hacer de Aquiles un ser invulnerable, con la excepción del talón, de donde lo había tomado. Aquiles creció hasta convertirse en invencible, un guerrero de gran fuerza, que guió el ejército griego contra Troya.

La muerte de Aquiles se menciona en La Odisea , de Homero. En otras historias, se cuenta que fue muerto por una de las flechas de París, dirigida por Apolo, a su única vulnerabilidad: su talón.

¿Acaso no le gustaría a todo padre y a todo maestro del Evangelio encontrar el secreto para proteger a nuestros jóvenes, haciéndolos invulnerables a los ardientes dardos del adversario? Lamentablemente, no podemos proteger a nuestros hijos de las hondas y flechas de la mortalidad. Nuestros desafíos, experiencias educativas y pruebas existen para fortalecernos, no para derrotarnos ni destruirnos.

Desarrollemos la fe a fin de prepararnos para las tormentas de la vida

Qué importante es que durante nuestros problemas, cuando estemos siendo probados, no hagamos nada que cause que perdamos las suaves persuasiones, el consuelo, la paz y la dirección que proceden del Espíritu Santo. Esas impresiones nos servirán para tomar decisiones correctas en la vida, a fin de sobrellevar bien las dificultades que enfrentemos y acercarnos más a los senderos de Dios.

Nuestra labor consiste en ayudar a nuestros jóvenes a prepararse para tomar decisiones importantes para que cuando vengan los desafíos, escojan sabiamente. Puesto que sabemos que tienen el albedrío y que hay una “oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11), nuestro objetivo es ayudarles a tomar sobre sí toda “la armadura de Dios” (Efesios 6:11, 13; véase también D. y C. 27:15) para que puedan soportar los “ardientes dardos del adversario” (1 Nefi 15:24; D. y C. 3:8; véase también Efesios 6:16) con la “espada del Espíritu” (Efesios 6:17; véase también D. y C. 27:18) y el “escudo de la fe” (Efesios 6:16; D. y C. 27:17), a fin de perseverar hasta el fin y ser dignos de estar y vivir en la presencia de Dios el Padre y Su Hijo, Jesucristo, por toda la eternidad.

En las Escrituras hay muchos ejemplos de personas que aprendieron bien estas lecciones y escucharon la voz apacible y delicada de amonestación. José escapó de la esposa de Potifar. Se dijo a José que tomara a María y a Jesús y escaparan a Egipto. A Lehi y a su familia también se les dijo que escaparan. Los jóvenes deben saber que no deben permanecer cerca de una situación inicua. Con demasiada frecuencia he visto a jóvenes que creen poder vivir con un pie en Babilonia, o sea, en medio de circunstancias malvadas y mundanas.

Como maestros del Evangelio, lo que más deseamos es que nuestros jóvenes tengan éxito. A veces ese deseo es tan grande que tratamos de forzar el proceso, pero no podemos obligar a nuestros hijos a que tengan fe. La fe viene del interior de la persona y se basa en el deseo de recibirla y de ejercerla en nuestra vida para que, por medio del Espíritu, tengamos fe duradera y la demostremos por medio de nuestros actos.

Muy a menudo intentamos traer a alguien al Evangelio solamente por medio de nuestros deseos. Eso puede ser importante en la fase inicial, pero el verdadero maestro, una vez que haya impartido la información y que los alumnos hayan obtenido el conocimiento, los lleva al próximo paso, el de obtener el testimonio espiritual y el entendimiento en sus corazones, y de actuar de manera consecuente.

Eso es lo que debemos hacer al medir el entendimiento de los demás por medio de nuestras preguntas y conversaciones. Debemos hacer todo lo posible por determinar a qué altura se encuentra cada joven en el camino de la fe. En muchos casos, los jóvenes no sabrán dónde se encuentran en ese camino sino hasta que enfrenten la oposición y pasen por pruebas. Es por eso que se nos ha dado este maravilloso pasaje de las Escrituras: “Y ahora yo, Moroni, quisiera hablar algo concerniente a estas cosas. Quisiera mostrar al mundo que la fe es las cosas que se esperan y no se ven; por tanto, no contendáis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe” (Éter 12:6).

El motivo por el que oramos, estudiamos las Escrituras, tenemos buenos amigos y vivimos el Evangelio por medio de la obediencia a los mandamientos es para que cuando lleguen las pruebas, porque habrán de llegar, estemos listos.

Un ranchero entrevistó a varios hombres en busca de un capataz. Lo único que un hombre dijo cuando se le preguntó si podía hacer el trabajo fue: “Puedo dormir durante las tormentas”. Poco después de ser contratado, cayó una lluvia torrencial con vientos huracanados. El ranchero fue a la cabaña y llamó a la puerta. No podía creer que el nuevo capataz estuviera ahí, dormido. El ranchero estaba furioso con el capataz y le habló duramente, pero éste le respondió diciendo: “Ya le dije cuando me contrató que podía dormir durante las tormentas”.

Al inspeccionar el rancho, el ranchero descubrió que todos los animales estaban protegidos, todo el equipo y los almiares de heno estaban cubiertos con material impermeable, los edificios estaban seguros; todo estaba bien atado y todo estaba en orden. Después de cabalgar durante la noche inspeccionando el rancho, el dueño comprendió lo que significaba el poder decir: “Puedo dormir durante las tormentas”.

A medida que ayudamos a nuestros jóvenes a desarrollar su fe, los estamos preparando para la tormenta, las tormentas que recibirán en la vida; los estamos preparando para tomar decisiones correctas, pero también para perseverar hasta el fin.

Ella Wheeler Wilcox ha escrito un poema muy perspicaz titulado: “Los vientos del destino”.

Un barco hacia oriente

y otro hacia occidente,

por los mismos vientos

impulsados van.

El rumbo que les dan sus velas

y no el soplo que los lleva

decide a qué puerto irán.

Cual los vientos de la mar

son las sendas del destino;

y al viajar por esta vida,

será el rumbo de nuestra alma

y no la lucha o la calma

lo que la meta decida2.

Las vidas de nuestros jóvenes pasarán por turbulentas tempestades del mismo modo que han pasado y pasarán las nuestras. Al enseñarles a capear el temporal, debemos fundamentarnos en los principios básicos: la fe en el Señor Jesucristo, la oración, el estudio, la meditación, un cambio en el corazón y el arrepentimiento.

Si llegan tormentas ocasionadas por la desobediencia de los jóvenes, podemos enseñarles y ayudarles a comprender que pueden obtener el perdón. El Señor dice: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C 58:42).

El testimonio no es algo genético

Cuando enseñamos a nuestros hijos que deben andar por el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna, debemos comprender que el testimonio no es hereditario. Es decir, no nacemos con un testimonio. De la misma manera, un testimonio no se transmite automáticamente de generación a generación sin el ejemplo de buenos maestros que instilen un testimonio del Evangelio de Jesucristo y de sus verdades. El Espíritu arraigará profundamente ese testimonio en nuestro corazón para que, de esa forma, en él haya comprensión.

Lo que sí pasa a través de las generaciones es la sangre creyente de Israel que nos brinda la oportunidad de aprender, de creer y, con el tiempo, de conocer, con certeza, las verdades del Evangelio.

El presidente Heber J. Grant (1856–1945), cuando era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“He oído a personas decir que sus hijos han nacido herederos de todas las promesas del nuevo y sempiterno convenio, y que crecerían con un conocimiento del Evangelio hicieran lo que hiciesen. Quiero decirles que ésa no es doctrina verdadera y que es totalmente contraria al mandamiento de nuestro Padre Celestial. A los Santos de los Últimos Días se les ha dado la responsabilidad, no como una petición sino como una ley, de enseñar a sus hijos:

“ ‘Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.

“ ‘Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.

“ ‘Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos.

“ ‘Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor’ [véase D. y C. 68:25–28]… ”3.

Los maestros ayudan a los padres en esta responsabilidad. Muchos jóvenes no tienen padres que les enseñen el Evangelio, de manera que se apoyan en sus maestros. En esos casos, el papel del maestro es de suma importancia ya que pueden llegar a ser el ejemplo y la fuente principal de conocimiento del Evangelio.

Los jovencitos y los jóvenes adultos necesitan dirección a medida que estudian el Evangelio, lo viven y obtienen su propio testimonio.

Orienten a los jóvenes hacia el Señor

Todo maestro desea en su corazón ser un ángel. Eso es bueno, pero es una gran tentación hacer el papel del Flautista Mágico que mantendrá a todos los jóvenes cerca de él y los amará hasta que obtengan un testimonio; o pensar que si son populares, podrán ser la guía y el modelo que surtirá una influencia positiva en la vida de los jóvenes.

Aunque eso es verdad hasta cierto punto, no hay nada más peligroso que el alumno que vuelca su amor y atención hacia el maestro de la misma manera que el converso que vuelca su amor hacia el misionero que le enseñó, en vez de al Señor. Y si luego el maestro se va o lleva una vida contraria a las enseñanzas del Evangelio, el alumno queda destrozado. Su testimonio flaquea. Su fe es destruida. El maestro verdaderamente sobresaliente se esfuerza por que sus alumnos se vuelvan al Señor.

Una vez que hayamos surtido una influencia en la vida de los jóvenes, debemos entregarlos a Dios el Padre y a Su Hijo, nuestro Redentor y Salvador Jesucristo, por medio de la oración, el estudio y la aplicación de los principios del Evangelio a su vida.

El conocimiento del Evangelio es para el beneficio de los demás tanto como para el nuestro. Es necesario que enseñemos a la juventud que, con todo lo que están aprendiendo sobre el Evangelio, se les está llevando a un nivel superior a fin de que eleven a los demás por medio de su fe y su testimonio. El tener una comprensión en el corazón significa más que el mero hecho de salvarse a sí mismos. Por medio del conocimiento, la fidelidad, la espiritualidad y la fortaleza, se convertirán en siervos mejores.

Nosotros no recibimos solos el don de la exaltación. Llevamos con nosotros a nuestro cónyuge eterno, a nuestra familia, a nuestros familiares y a nuestros amigos.

Vivimos en la última dispensación, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Al prepararnos para la segunda venida de Jesucristo, el sacerdocio nunca se volverá a quitar de la tierra. Nadie sabe cuándo Él vendrá. En las Escrituras se nos dice que Satanás nos tentará en los últimos días antes de la venida del Salvador. Por ese motivo, nuestros jóvenes necesitan saber que Dios y Jesús siempre les amarán y contestarán sus oraciones. Este conocimiento será su gran fortaleza.

En el capítulo ocho de Romanos leemos:

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?…

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,

“ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor Nuestro” (versículos 35, 38–39).

La fe es un don de Dios. A medida que la busquemos, nos será dada. Entonces podremos enseñar a los demás cómo obtenerla y tenerla con nosotros siempre. La fe proviene de la obediencia a las leyes y ordenanzas. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17).

Ruego que las bendiciones más selectas del Señor estén con ustedes a medida que enseñan y testifican de esta gran obra y influyen en la próxima generación de santos y padres. Oro para que tengan el Espíritu consigo para discernir las necesidades espirituales de sus jóvenes conforme se preparan para vivir en el mundo y no ser del mundo. Pido que puedan ustedes escuchar sus súplicas para recibir guía y ser modelos positivos en sus vidas.

Al enseñar a los jóvenes, recálquenles que ellos son, en verdad, hijos de Dios. Que Sus bendiciones les acompañen para que puedan guiarles en rectitud y con amor. Así como vivan el Evangelio en sus vidas y en sus hogares, así enseñarán por medio del Espíritu de Dios.

Adaptado de un discurso para los educadores del Sistema Educativo de la Iglesia pronunciado en Bountiful, Utah el 1 de febrero de 2002.

Notas

  1. “Maud Muller”, The Complete Poetical Works of Whittier, 1894, pág. 48.

  2. James Dalton Morrison, editor, Masterpieces of Religious Verse, 1948, pág. 314.

  3. “Duty of Parents to Children”, Deseret Weekly, 2 de junio de 1894, pág. 733.