Historia de la Iglesia
“Necesitábamos tener fe”


“Necesitábamos tener fe”

Ese tranquilo domingo de 2005 no era nada inusual. Víctor Manuel Torres, su esposa, Yamileth Monge, sus hijas adolescentes, Sofía, Korina y Mónica, y su hijo de 11 años, Erick, acababan de regresar de pasar la mañana en la iglesia. Además, en su hogar estaba una niña pequeña, Elizabeth, que los Torres cuidaban ese fin de semana. Ellos estaban disfrutando de una tarde tranquila y lluviosa en su casa en las montañas de Costa Rica. Sin embargo, con el pasar de las horas, la lluvia se intensificó. Al final de la tarde, Víctor observó que el caudal del río cercano era más alto de lo normal. Las aguas comenzaron a acercarse a su casa y él, con calma, alertó a su familia. Él y Erick colocaron mantas alrededor de las puertas para evitar que el agua se filtrara.

Para asombro de la familia, un deslizamiento de tierra cercano provocó que los niveles de agua subieran de inmediato más de 1,5 metros (5 pies) y el agua comenzó a quebrar las ventanas y a colarse en la casa. Víctor instó a su familia a correr hacia un terreno más elevado detrás de la casa. Sus hijas lograron escapar, pero Yamileth, Elizabeth y Erick no pudieron salir de la casa. Yamileth y Elizabeth entraron al dormitorio y se subieron a una cama que ya estaba flotando. La pequeña Elizabeth consoló a Yamileth: “No llores. Recuerda que Dios nos ama”. Ellas sintieron la necesidad de orar.

Después de que Víctor vio que sus tres hijas estaban seguras afuera, se abrió paso por entre las aguas turbulentas para volver a la casa a buscar a Yamileth, Elizabeth y Erick. Mientras tanto, las hijas oraban y cantaban himnos. “Le pedimos al Padre Celestial que hiciera bajar el nivel del agua”, contó Sofía. “Sabíamos que debíamos tener fe”. Cuando abrieron los ojos, vieron que el agua comenzaba a retroceder.

Víctor encontró a Erick de pie sobre una pila de escombros y lo llevó a un lugar seguro en la cocina. Luego, comenzó a apartar escombros y muebles voluminosos de la puerta de la cocina para mantenerla abierta. Estaba por caer la noche y Víctor aún no podía llegar hasta donde estaban su esposa y Elizabeth. Para iluminar el espacio, fabricó una antorcha con los materiales que encontró. La luz atrajo a los vecinos, que ayudaron a Víctor a mover los objetos grandes que bloqueaban la puerta del dormitorio. Allí, encontraron a Yamileth y a Elizabeth sanas y salvas. La familia reunida abandonó su hogar inundado y dañado y pasó la noche en casa de un familiar.

A la mañana siguiente, la familia Torres descubrió que sería imposible recuperar su vivienda. Todo lo que había en la casa se había perdido o destruido. No obstante, se sentían agradecidos, porque sus vidas habían sido protegidas de manera milagrosa. Gracias a la generosidad de otros miembros de la Iglesia, encontraron un nuevo lugar para vivir y recibieron donaciones de muebles, alimentos y ropa. Al recordar este evento traumático, Yamileth señala: “Después de lo que vivimos, de algo estamos seguros: El Padre Celestial nos conoce. Él responde nuestras oraciones”.