2005
Una bolsa de comida y 20 marcos
diciembre de 2005


Una bolsa de comida y 20 marcos

Nuestra familia pasaba hambre pero, ¿no tendría también necesidades la mujer que nos llevaba alimentos?

A l extender el raído pero limpio mantel sobre la mesa, eché un vistazo por la ventana. Mi marido, yo y nuestros dos hijos vivíamos en el pequeño pueblo rural de Hämeenkyrö, Finlandia, en la década de 1960. Vi a nuestra hija de cuatro años, Marika, y a nuestro hijito de tres, Petri, jugando con el perro en nuestro pequeñito jardín con césped. Mi esposo estaba haciendo algunas tareas en el jardín. Estiré el mantel y, al volver a levantar la vista, vi a una desconocida que se acercaba a nuestra puerta. Tenía el cabello gris y parecía cojear un poco. Nada de su apariencia indicaba que fuese una persona pobre; vestía un hermoso vestido estampado de flores y un delantal largo. En la mano llevaba una bolsa abultada.

Los niños la siguieron hasta que entró en la cocina. “Discúlpenme por venir de esta forma”, dijo, “pero tenía que hacerlo”. Puso la bolsa en la mesa; estaba repleta de comida. A medida que la mantequilla, la carne, las salchichas y el pan recién horneado eran colocados en la mesa y llegaban a las manos de mis hijos, los ojos se me llenaron de lágrimas.

“¿Puede ser nuestra abuelita?”, le preguntó Marika.

“¡Me encantaría!”, respondió ella. “Me haría muy feliz, y pueden llamarme tía Toini”.

En ese momento recordé la oración que había ofrecido a mi Padre Celestial: “¡Por favor, envía a alguien a ayudarnos!”. La tía Toini fue la respuesta a mis oraciones; y no sólo nos trajo comida, sino lecciones de amor.

Una casita en el bosque

La vida en Hämeenkyrö era sencilla. Habíamos comprado una casita cerca de un hermoso bosque. Hacía poco que me había unido a la Iglesia, aunque mi esposo no tenía interés en el Evangelio. Tratábamos de ser autosuficientes. Cultivábamos patatas y hortalizas en nuestro pequeño huerto; yo cosía la ropa de los niños y remendaba la nuestra. Necesitábamos los paquetes sorpresa con ropa que nos enviaba mi madre desde el norte del país, y estábamos agradecidos por ellos.

Pero a medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraron. Tuvimos que racionar la comida y a veces mi marido y yo sólo comíamos patatas para que los niños tuvieran algo más que comer. Ahí fue cuando empecé a suplicar: “¡Señor, envía a alguien a ayudarnos!”.

Encontré un empleo, pero no bastaba. No me quedaba mucho del sueldo después de hacer frente a mis propios gastos, incluido el trayecto en autobús y el pago a la niñera.

A pesar de los problemas, siempre enseñé a nuestros hijos a sentirse agradecidos por lo que teníamos. Petri solía bendecir los alimentos, diciendo: “Gracias, Padre Celestial, por esta avena, pero ¿podrías darnos también un pedazo de salchicha, si te queda alguna?”.

En esos momentos yo rogaba más que nunca: “¡Por favor, envía a alguien a ayudarnos!”.

Suficiente para compartir

En un pueblo cercano, la tía Toini vivía con comodidad, aunque ella no se sentía cómoda del todo. Su pasado la perseguía. Aunque ella siempre había dispuesto de recursos y tenía de todo, su hermana no.

Su hermana había tenido una familia: un marido y dos hijas gemelas de tres años. El marido de su hermana había sufrido un grave accidente laboral y al poco tiempo su hermana había enfermado de tuberculosis. Desesperada, acudió a la tía Toini para pedirle la pequeña suma de 20 marcos y pan para las niñas. Pero, egoístamente, la tía Toini se negó a darles ninguna clase de ayuda. Poco tiempo después, su hermana falleció por la enfermedad y el marido de ella también, a causa de las heridas. Las niñas fueron adoptadas por unos desconocidos.

Una oración cada sábado

“Yo tuve la culpa de que mi hermana muriera y de que las niñas fueran adoptadas”, me confió la tía Toini el día que la conocimos. Las lágrimas me nublaron la vista al escuchar su triste historia y pude percibir que buscaba perdón.

“Mi hermana vivía en esta casa”, me dijo. Me miró a los ojos y me dio 20 marcos. “Tenga, y ore para que Dios me perdone”. Después de serenarse, se puso de pie y dijo. “Manos a la obra; iré a traer leña para que hagamos de cenar”.

Mientras ella traía agua del pozo, yo ofrecí una oración diferente: “¡Gracias, Padre Celestial! ¡Benditos sean la bolsa de comida y los 20 marcos!”.

Cada sábado, la tía Toini llegaba a la misma hora con la bolsa de comida y los 20 marcos. Nunca preguntó cómo podría ayudar; simplemente se ponía manos a la obra. A veces se quedaba en nuestra casa un día o dos y, cuando lo hacía, siempre era la primera en levantarse por la mañana para preparar la avena. Nos compró sartenes y cacerolas nuevas cuando se dio cuenta de que las necesitábamos y en ocasiones hasta nos lavaba la ropa a mano.

Las semanas pasaban con rapidez mientras nosotros aguardábamos la llegada de cada sábado y a la visita de la tía Toini. A veces le hablaba de la Iglesia y en más de una ocasión oramos juntas. Marika y Petri eran felices cada vez que venía y la tía Toini nunca se olvidó de llevarle una salchicha a Petri. Ella parecía disfrutar del tiempo que pasaba entre nosotros y yo llegué a pensar que tal vez le estuviésemos dando algo a ella.

Flores y amor

La tía Toini nos visitó con regularidad durante tres años, pero un sábado no vino, ni tampoco al día siguiente. Más tarde nos enteramos de que al salir de una tienda para venir a nuestra casita, sufrió un colapso, del que no se recuperó.

Mi esposo, yo y nuestros hijos asistimos al funeral de la tía Toini. No conocíamos a nadie y no sabíamos si sería apropiado que depositáramos flores en su tumba. Decidimos ser los últimos en hacerlo, en expresar nuestra gratitud y en despedirnos de ella.

Después del funeral, una mujer se acercó a nosotros y nos dijo que era la hija de la tía Toini. “Ustedes debieron de ser los primeros en depositar las flores. Nuestra madre los apreciaba mucho”, dijo. “¿Qué poder fue el que la hizo cambiar? Ella era una persona arisca y egoísta, pero durante los últimos tres años se convirtió en una persona nueva, muy tierna y cariñosa”.

No supe qué decirle, excepto: “Fue el amor”.

La familia y las bendiciones del templo

Aunque han pasado más de 40 años desde que conocí a la tía Toini, todavía sigo aprendiendo de las lecciones que ella nos trajo junto con la bolsa de comida. Ella fue mi maestra; me enseñó a anhelar el perdón y a cómo brindar servicio y ayuda. Ahora me doy cuenta de que aunque ella vino a nutrirnos, ella también resultó beneficiada.

Veinte años después del funeral, Petri averiguó que estábamos emparentados con la tía Toini por la línea de mi esposo, así que efectuamos la obra del templo por ella. ¡Ay, qué día tan dichoso será aquél cuando nos reunamos con ella al otro lado del velo!

La tía Toini fue un ejemplo inspirador de amor y de un cambio de corazón. Siempre recordaré su bolsa de comida y los 20 marcos, y espero seguir el mismo sendero que ella, pues es el sendero que el Salvador estableció para nosotros.

Maija-Kaarina Mäkinen es miembro del Barrio Tampere 2, Estaca Tampere, Finlandia.