2017
Preciosas y grandísimas promesas
Noviembre de 2017


Preciosas y grandísimas promesas

El gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial incluye la doctrina, las ordenanzas, los convenios y las preciosas y grandísimas promesas mediante las que podemos llegar a ser partícipes de la naturaleza divina.

Uno de los grandes retos que cada uno de nosotros afronta cada día es no dejar que los afanes de este mundo dominen tanto nuestro tiempo y energía que descuidemos las cosas eternas que más importan1. Podemos ser distraídos, con demasiada facilidad, alrecordar y centrarnos en las prioridades espirituales esenciales debido a nuestras muchas responsabilidades y ajetreadas agendas. A veces, tratamos de correr tan rápido que podemos olvidar hacia dónde vamos y por qué corremos.

El apóstol Pedro nos recuerda que, a los discípulos de Jesucristo, “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, por el conocimiento de Aquel que nos ha llamado por medio de Su gloria y virtud,

“por conducto de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia”2.

Mi mensaje pone énfasis en la importancia de las preciosas y grandísimas promesas que Pedro describe como verdaderos recordatorios de hacia dónde vamos en nuestra travesía terrenal y por qué. Además, trataré las respectivas funciones que cumplen el día de reposo, el Santo Templo y nuestro hogar para ayudarnos a recordar esas importantes promesas espirituales.

Ruego fervientemente que el Espíritu Santo nos instruya a cada uno de nosotros al considerar juntos estas importantes verdades.

Nuestra identidad divina

El gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial incluye la doctrina, las ordenanzas, los convenios y las preciosas y grandísimas promesas mediante las que podemos llegar a ser partícipes de la naturaleza divina. Su plan define nuestra identidad eterna y la senda que debemos seguir para aprender, cambiar, crecer y al final morar con Él para siempre.

Como se explica en “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”:

“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado en espíritu por Padres Celestiales y, también como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos…

“En el mundo premortal, hijos e hijas, procreados como espíritus, conocieron a Dios y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por medio del cual Sus hijos podrían obtener un cuerpo físico y ganar experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente lograr su destino divino como herederos de la vida eterna”3.

Dios promete a Sus hijos que, si siguen los preceptos de Su plan y el ejemplo de Su Hijo Amado, guardan los mandamientos y perseveran con fe hasta el fin, entonces, en virtud de la redención del Salvador, “[tendrán] la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios”4. La vida eterna es la preciosa y grandísima promesa suprema.

Renacimiento espiritual

Comprendemos más plenamente las preciosas y grandísimas promesas, y empezamos a ser partícipes de la naturaleza divina al responder de modo afirmativo al llamado del Señor a la gloria y a la virtud. Tal como Pedro lo describió, dicho llamado se cumple al esforzarse por huir de la corrupción que hay en el mundo.

Conforme seguimos adelante sumisamente y con fe en el Salvador, entonces, gracias a Su expiación y mediante el poder del Espíritu Santo, “un potente cambio [tiene lugar] en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”5. Nacemos “otra vez; sí, [nacemos] de Dios, [somos] cambiados de [nuestro] estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios”6; “[de] modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”7.

Por lo general, un cambio tan exhaustivo en nuestra naturaleza no ocurre de forma rápida ni todo de una vez. Al igual que el Salvador, nosotros tampoco recibimos “de la plenitud al principio, mas [recibimos] gracia sobre gracia”8. “Pues he aquí, así dice el Señor Dios: Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría”9.

Las ordenanzas del sacerdocio y los convenios sagrados son esenciales en ese proceso continuo de renacimiento espiritual; también son los medios que Dios ha dispuesto mediante los cuales recibimos Sus preciosas y grandísimas promesas. Las ordenanzas que se reciben de manera digna, y se recuerdan de forma continua, abren los canales celestiales a través de los cuales el poder de la divinidad puede fluir a nuestra vida. Los convenios que se honran con firmeza y se recuerdan siempre brindan un propósito y la certeza de las bendiciones, tanto en la vida terrenal como para la eternidad.

Por ejemplo, Dios nos promete, de acuerdo con nuestra fidelidad, la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad, sí, el Espíritu Santo10; que mediante la expiación de Jesucristo podemos recibir y retener siempre la remisión de nuestros pecados11; que podemos recibir la paz en este mundo12; que el Salvador ha quebrantado las ligaduras de la muerte y logró la victoria sobre el sepulcro13; y que las familias pueden estar juntas por toda la eternidad.

Como es comprensible, todas las preciosas y grandísimas promesas que el Padre Celestial ofrece a Sus hijos no pueden calcularse ni describirse por completo. Sin embargo, incluso la lista parcial de las bendiciones prometidas que acabo de exponer debería “darnos asombro”14 y hacernos “[postrar] y [adorar] al Padre”15 en el nombre de Jesucristo.

Recordar las promesas

El presidente Lorenzo Snow advirtió: “… somos demasiado propensos a olvidar el gran objetivo de la vida, el motivo por el que nuestro Padre Celestial nos envía aquí a vestirnos de mortalidad, así como el santo llamamiento al cual hemos sido llamados; y por consiguiente, en lugar de elevarnos por encima de las cosas pequeñas y transitorias… a menudo nos permitimos descender al nivel del mundo sin obtener provecho de la ayuda divina que Dios ha instituido, la cual es la única que puede facultarnos para [vencer] [esas cosas transitorias]”16.

El día de reposo y el Santo Templo son dos fuentes específicas de la ayuda divina que Dios ha instituido para ayudar a elevarnos por encima del nivel y la corrupción del mundo. Inicialmente, podríamos pensar que los propósitos principales de santificar el día de reposo y de asistir al templo están relacionados, pero son diferentes; no obstante, yo creo que esos dos propósitos son precisamente los mismos, y actúan juntos para fortalecernos espiritualmente como personas y en nuestro hogar.

El día de reposo

Tras crear todas las cosas, Dios reposó el séptimo día y mandó que un día de cada semana fuese un momento de descanso para ayudar a las personas a recordarlo a Él17. El día de reposo es tiempo de Dios, un tiempo sagrado específicamente apartado para adorarlo, y para recibir y recordar Sus preciosas y grandísimas promesas.

En esta dispensación, el Señor ha mandado:

“Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

“porque, en verdad, este es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo”18.

En el día de reposo, por tanto, adoramos al Padre en el nombre del Hijo al participar de las ordenanzas y al aprender sobre los convenios, recibirlos, recordarlos y renovarlos. En Su día santo, nuestros pensamientos, acciones y conducta son señales que damos a Dios e indicadores de nuestro amor por Él19.

Otro propósito más del día de reposo es elevar nuestra visión: de las cosas del mundo a las bendiciones de la eternidad. Durante ese tiempo sagrado, apartados de muchas de las rutinas cotidianas de nuestra ajetreada vida, podemos recibir y recordar las preciosas y grandísimas promesas mediante las que llegamos a ser partícipes de la naturaleza divina a fin de “acudir a Dios para que [vivamos]”20.

El Santo Templo

El Señor siempre ha mandado a Su pueblo que edifique templos, lugares santos en los cuales los miembros dignos efectúan sagradas ceremonias y ordenanzas del Evangelio, por ellos mismos y a favor de personas fallecidas. De todos los lugares de adoración, los templos son los más santos. Un templo es literalmente la Casa de Jehová, un espacio sagrado que se ha apartado de forma específica para adorar a Dios, y para recibir y recordar Sus preciosas y grandísimas promesas.

El Señor ha mandado en esta dispensación: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios”21. El objetivo principal de la adoración en el templo es participar de las ordenanzas, y aprender sobre los convenios, recibirlos, recordarlos y renovarlos. En el templo pensamos, actuamos y nos vestimos de manera diferente que en otros lugares que tal vez frecuentemos.

Uno de los propósitos principales del templo es elevar nuestra visión: de las cosas del mundo a las bendiciones de la eternidad. Apartados durante un breve tiempo de los ambientes del mundo con los que estamos familiarizados, podemos recibir y recordar las preciosas y grandísimas promesas mediante las que llegamos a ser partícipes de la naturaleza divina a fin de “acudir a Dios para que [vivamos]”22.

Tengan en cuenta que el día de reposo y el templo son un tiempo sagrado y un espacio sagrado, respectivamente, que se han apartado de forma específica para adorar a Dios, y a fin de recibir y recordar las preciosas y grandísimas promesas de Él a Sus hijos. Según lo ha instituido Dios, los propósitos principales de esas dos divinas fuentes de ayuda son exactamente las mismas: centrar potente y repetidamente nuestra atención en nuestro Padre Celestial, en Su Hijo Unigénito, en el Espíritu Santo y en las promesas relacionadas con las ordenanzas y los convenios del evangelio restaurado del Salvador.

Nuestro hogar

Es importante agregar que un hogar debe ser la máxima combinación de tiempo y espacio en los que las personas y las familias recuerden las preciosas y grandísimas promesas de Dios del modo más eficaz. Salir del hogar los domingos para pasar tiempo en las reuniones dominicales y entrar en el sagrado recinto de un templo es crucial, pero insuficiente. Solo cuando llevamos con nosotros el espíritu y la fortaleza procedentes de esas actividades santas a nuestro hogar podemos mantener nuestra atención centrada en los grandes propósitos de la vida terrenal y vencer la corrupción que hay en el mundo. Las experiencias que tengamos en el día de reposo y en el templo deben ser catalizadores espirituales que llenen a las personas, a las familias y al hogar con recordatorios continuos de las lecciones clave aprendidas, la presencia y el poder del Espíritu Santo, una conversión constante y creciente al Señor Jesucristo y “un fulgor perfecto de esperanza”23 en las promesas eternas de Dios.

El día de reposo y el templo pueden ayudarnos a establecer en nuestro hogar “un camino más excelente”24 al “reunir todas las cosas en Cristo… tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra”25. Lo que hacemos en nuestros hogares con Su tiempo sagrado y con lo que aprendemos en Su espacio sagrado es fundamental para llegar a ser partícipes de la naturaleza divina.

Promesa y testimonio

La rutina y los asuntos cotidianos de la vida terrenal pueden saturarnos con facilidad. Dormir, comer, vestirnos, trabajar, jugar, hacer ejercicio y muchas otras actividades habituales son necesarias e importantes. No obstante, en definitiva, lo que llegamos a ser es el resultado de nuestro conocimiento del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de nuestra disposición a aprender de Ellos; no es simplemente la suma total de nuestras actividades diarias durante el curso de una vida.

El Evangelio es mucho más que una rutinaria lista de verificación de diferentes tareas a efectuar; más bien, es un magnífico tapiz de verdades “bien coordinado”26 y entrelazado, diseñado para ayudarnos a llegar a ser como nuestro Padre Celestial y el Señor Jesucristo, incluso participantes de la naturaleza divina. Ciertamente, quedamos cegados “por traspasar lo señalado”27 cuando las preocupaciones, inquietudes y descuidos del mundo eclipsan esa suprema realidad espiritual.

Conforme seamos prudentes e invitemos al Santo Espíritu a ser nuestro guía28, les prometo que Él nos enseñará lo que es verdadero; Él “[testifica] de Jesús y [nos] [guía] en santidad”29 a medida que nos esforzamos por cumplir con nuestro destino eterno y llegar a ser participantes de la naturaleza divina.

Les doy mi testimonio de que las preciosas y grandísimas promesas pertinentes a nuestras ordenanzas y nuestros convenios son infalibles. El Señor declaró:

“… os doy instrucciones en cuanto a la manera de conduciros delante de mí, a fin de que se torne para vuestra salvación.

“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”30.

Testifico que nuestro Padre Celestial vive y que es el autor del Plan de Salvación. Jesucristo es Su Hijo Unigénito, nuestro Salvador y Redentor; Él vive; y testifico que el plan y las promesas del Padre, la expiación del Salvador y la compañía del Espíritu Santo hacen posible la “paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero”31. De ello testifico, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.