2021
Sin excusas a pesar de lo duro del camino
Octubre de 2021


Sin excusas a pesar de lo duro del camino

Nací en el verano de 1939, en el municipio ourensano de Quintela de Leirado.

Con 19 años me embarqué rumbo a las Américas junto a mis padres que, como tantos otros miles de gallegos, buscaban una mejor vida más allá del océano. Mi familia se estableció en la ciudad brasileña de Santos, en el Estado de Sao Paulo, donde montamos un restaurante en el cual trabajábamos todos.

Cerca de donde trabajaba con mi hermana en la calle Paraíba, al lado de la playa, me llamaba la atención la existencia de una iglesia desconocida. La visita de personas de esa congregación acabó con una invitación a una reunión de testimonios que cambiaría el rumbo de mi vida.

Me bauticé en Brasil y decidí que el Evangelio sería parte de mi vida para siempre.

Cuando conocí al que sería mi esposo, ya de regreso en Galicia, lo primero que le dije cuando contemplábamos la posibilidad de casarnos fue que el Evangelio de Jesucristo era mi modo de vida. A pesar de su aceptación inicial, tal compromiso no se mantuvo con el paso de los primeros años de matrimonio.

Todo lo relacionado con la Iglesia y el Evangelio tenía que vivirlo en secreto, lo cual me frustraba enormemente. A pesar de todo, y con la ayuda de los primeros misioneros llegados a la ciudad y otros miembros que vinieron de Uruguay, me esforzaba por pagar mis diezmos fielmente, hecho que provocó, al ser descubierto por mi marido, la ruptura conyugal, que solo se mantuvo por el bien de nuestro único hijo y a costa del doloroso sacrificio de mantenerme alejada de la Iglesia durante años.

Solamente la enfermedad de mi marido, al cual cuidé fielmente hasta el día de su fallecimiento, me permitió recuperar la libertad de vivir mi fe sin obstáculos. Desde ese momento he acudido a la Iglesia y al templo todo lo que he podido, encontrando en la Casa de Señor la paz que nunca sentí en mi propio hogar.

Tengo un especial y poderoso testimonio del poder del sacerdocio que experimenté de forma singular en dos delicados momentos de mi vida y la de mi hijo. El poder sanador del sacerdocio llegó en esas dos ocasiones hasta donde la medicina no pudo alcanzar a curar.

A lo largo mi vida he procurado andar en las vías del Señor sin excusarme en lo duro del camino, esforzándome por ser constante y fiel a los convenios que hace muchas décadas hice entrando en las aguas del bautismo al otro lado del océano.