2022
Un ejemplo de amor por nuestros antepasados
Enero de 2022


Voces de los Santos de los Últimos Días

Un ejemplo de amor por nuestros antepasados

Como miembros de la Iglesia, durante nuestra vida siempre tenemos ejemplos de amor y dedicación. En cuanto a la obra vicaria, mi mayor ejemplo ha sido mi madre Ana; sus sacrificios y testimonio me han ayudado a desarrollar amor por la obra de historia familiar.

Cuando mi madre tenía 12 años, sus padres murieron el mismo año con tan solo dos meses de diferencia; ella y cinco hermanos menores quedaron huérfanos y bajo la crianza de una organización caritativa de monjas. A pesar de la muerte prematura de sus padres, mi madre siempre tuvo un amor inmenso por ellos y le emocionaba la idea de algún día volver a verlos.

Yo tenía cuatro años cuando el Evangelio verdadero llegó a nuestro hogar y mi madre se emocionó cuando le hablaron de historia familiar y el templo, e imaginaba ser “salvadora en el monte de Sion”.

Durante esos años mi madre empezó a tener sueños recurrentes con mis abuelos, en los cuales ella los encontraba en la antigua casa y rodeada de muchos antepasados. En estos sueños mi madre les hablaba a ellos acerca de la obra vicaria y sus padres le expresaban directamente que querían recibir dichas ordenanzas. Sin embargo, una de esas noches ella tuvo un sueño tan impactante que en medio de la noche ella se arrodilló y pidió perdón a Dios por no haber hecho la obra vicaria por sus padres y se comprometió a ir al templo en diciembre de ese año.

En el año 1988 no había excursiones desde mi pequeña ciudad Danlí al Templo de Ciudad de Guatemala; eran casi 800 kilómetros de distancia y aproximadamente 18 horas de viaje en carro. Sin embargo, unos hermanos vecinos animaron a mi madre para que pudiera viajar con una pareja (David y Suyapa) que iban a casarse al templo. Ellos iban en un carro de paila o palangana (pick-up). No había espacio para ella en la cabina, así que tuvo que irse en la parte de atrás, acostada sobre una colchoneta.

Lo increíble durante todas las horas de viaje es que nunca hubo lluvia, y el sol no fue muy intenso. La primera noche del viaje se quedaron durmiendo en un hotel en la ciudad de Esquipulas en Guatemala. Esa noche, mientras mi madre estudiaba las Escrituras, encontró este pasaje en Doctrina y Convenios 100:12, que dice: “Continuad pues vuestro viaje, y regocíjense vuestros corazones, porque he aquí estoy con vosotros hasta el fin”. Muy emocionada compartió esta Escrituras con sus acompañantes y les dijo que esa Escritura era una revelación para ellos.

Al día siguiente continuaron su viaje hacia la ciudad de Guatemala; mi madre sentía que el Señor los llevaba de la mano. Al llegar estaban unos misioneros a la orilla de la calle y ella pensó “nos están esperando”; esa fue la impresión que tuvo y el hermano David les preguntó cómo podían llegar al templo, entonces ellos les presentaron a un joven llamado Maynor, el cual los acompaño hasta el templo. Luego el hermano David trataba de comunicarse con la familia que los hospedaría, pero fue imposible. Tenían escaso dinero para pagar hotel.

Pasaron cerca de una capilla y de repente los encontraron a ellos allí en esa calle, y mi madre le preguntó al hermano David si había quedado en reunirse allí, y su esposa le dijo “no, hermana”. Mi madre estaba asombrada por la forma en que todo estaba saliendo, y dijo “pero ¡qué casualidad!” y la hermana respondió “no es una casualidad, hermana, es la mano del Señor”.

Al otro día partieron hacia el templo, iban acompañados de otros miembros. Mi madre no podía contener las lágrimas y la emoción; esta era una de las experiencias más grandiosas de su vida, al participar de estas ordenanzas salvadoras primero por ella y luego por su madre, y finalmente presenciar la ordenanza de su padre.

Durante ese viaje mi madre tenía cinco meses de embarazo y tenía un dolor en su pierna derecha que le incomodaba mucho, pero una obrera del templo le dijo: “Hermana, cuando usted salga de esa pila bautismal, habrá desaparecido su dolor”. Ella continuó con el resto de las ordenanzas y ni siquiera recordó su dolor; hasta después se dio cuenta de que había desaparecido.

Todavía recuerdo el día en que mi madre regresó de este viaje, y se miraba feliz y satisfecha por haber cumplido un mandamiento muy importante. Yo solamente tenía siete años y no comprendía la magnitud de esto que había hecho y cómo su ejemplo seguiría bendiciéndome en los años posteriores.

En los años siguientes, mi madre no se detuvo en su investigación genealógica e involucró a toda la familia, incluso a mi padre que no era miembro de la Iglesia. Con ella visitamos algunos pueblitos buscando datos de nuestros antepasados.

En una ocasión fuimos a un pequeño pueblo llamado San Buenaventura y mi madre no sabía qué hacer, simplemente decidió seguir el ejemplo de Nefi cuando fue enviado a conseguir las planchas, y con una firme resolución dijo en su mente “iré y haré”, entonces fuimos al registro civil y mi madre les obsequió a las empleadas unas rosquillas y se ganó la confianza de ellas y después le permitieron buscar el registro de nacimiento de mi abuelo; encontró los nombres de sus abuelos, bisabuelos y muchos otros nombres más.

El ejemplo de ese amor hacia la historia familiar y la obra del templo me motivó desde niño a ayudarle a mi madre en esa obra, y después poder acompañarla en los años siguientes en las excursiones al Templo de la Ciudad de Guatemala y hacer la obra vicaria por mis propios antepasados y también investigar por mis propios medios.

Hoy en día las bondades de la tecnología a través de FamilySearch y la indexación nos han facilitado este proceso de investigación genealógica. Sin embargo, siempre está en mi mente el testimonio de ese viaje que una mujer embarazada en la paila de un carro (pick up) decidió hacer hacia un país desconocido y por el cual se convirtió en una salvadora en el monte de Sion.