2022
Necesidad de saber por nosotros mismos
Enero de 2022


Sección doctrinal

Necesidad de saber por nosotros mismos

En la Encyclopedia of Mormonism, leemos: “Ni la Iglesia, ni sus dirigentes, ni sus miembros reivindican la infalibilidad” (tomo I, pág. 59; trad.). Y el presidente George Q. Cannon afirmó que ni siquiera “la presidencia la Iglesia puede reclamar, ni individual ni colegiadamente, la infalibilidad”; y añadió que “la infalibilidad no se concede a los seres humanos” (citado por Jerreld L. Newquist en su obra Gospel Truth: Discourses and Writings of President George Q. Cannon, pág. 162; trad.).

La citada Encyclopedia of Mormonism conecta la creencia en la infalibilidad con el riesgo de caer en la apostasía, diciendo que “la apostasía puede acelerarse con la falsa suposición de que las Escrituras y los dirigentes de la Iglesia son infalibles”. Y añade esta enseñanza: “Sobre todo, la Iglesia afirma que sus miembros deberían buscar revelación personal para conocer la verdad y vivir en sintonía con el Espíritu de Dios; aquellos que no hacen esto pueden acabar apartándose de la Iglesia cuando su fe se pone a prueba o cuando surgen dificultades” (tomo I, pág. 59; trad.).

El erudito miembro de la Iglesia Keith E. Norman, comentando la afirmación de que la infalibilidad no forma parte de las creencias de la Iglesia, decía: “Considerad la ironía: aunque la doctrina de la Iglesia católica romana proclama que el Papa es infalible, la mayoría de los católicos no se lo cree; sin embargo, a pesar de que en la Iglesia de Jesucristo se rechaza la idea de la infalibilidad de sus dirigentes, nosotros, los miembros, nos negamos a aceptarlo” (“The Mark of the Curse: Lingering Racism in Mormon Doctrine”, p. 131; trad.). Esta actitud podría crear problemas a quienes ponen su confianza en una infalibilidad inexistente.

Algunos pueden pensar que “es mejor creer de forma incondicional en quienes Dios ha llamado para dirigirnos”; pero esto, más que fe, es credulidad o pereza intelectual y espiritual. Se puede errar tanto por exceso (credulidad o fe ciega), como por defecto (incredulidad). En el punto medio está la fe que, cuando la confirma el Espíritu Santo (revelación personal), se convierte primero en testimonio y después en convicción, imprescindibles para perseverar en nuestras creencias.

Sobre las actitudes crédulas, Harold B. Lee citó las siguientes palabras de Brigham Young: “Me da miedo que este pueblo tenga tanta confianza en sus dirigentes, que no pregunten a Dios si es Él quien los está guiando. Me preocupa que se sientan tan cómodos y seguros poniendo su destino eterno en manos de sus dirigentes. Esta peligrosa confianza en sí misma frustra los propósitos de Dios sobre su salvación y debilita la influencia que podrían tener sobre sus dirigentes, si estos supieran por sí mismos, por medio de las revelaciones de Jesucristo, que los están guiando por el camino correcto. Que todo hombre y mujer sepa, mediante los susurros del Espíritu de Dios, si sus dirigentes van por el camino que el Señor les señala”. A estas palabras de Brigham Young, el élder Lee añadió: “Para los miembros de la Iglesia de Jesucristo no debería ser suficiente seguir a nuestros dirigentes y aceptar sus consejos sin más deliberación, sino que tenemos una obligación aún más grande: la de obtener un firme testimonio del divino llamamiento de estas personas y de que sus palabras representan la voluntad de nuestro Padre Celestial” (CR, octubre 1950, págs. 129−130. En Enseñanzas de los Profetas Vivientes, Manual del alumno, 1985, pág. 47).

Esto mismo pensaba el presidente Hugh B. Brown, consejero del presidente David O. McKay, cuando dio el siguiente consejo: “Aunque todos los miembros de la Iglesia deberíamos respetar, apoyar y prestar atención a las enseñanzas de las autoridades, ninguno debería aceptar una declaración y basar su testimonio en ella, no importa quién la haga, hasta que no la haya examinado cuidadosamente y comprobado que es verdadera y valiosa” (citado por Edwin B. Firmage en su libro An Abundant Life: The Memoirs of Hugh B. Brown, pág. 139; trad.).

Después de salir las tribus de Israel del desierto de Sinaí en camino a la tierra prometida, el pueblo empezó a lamentarse, cansado del maná y echando de menos la comida de Egipto. Cuando Moisés oyó el llanto del pueblo, dijo a Jehová: “¿Por qué […] has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? […]. No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía [...]. Entonces, Jehová dijo a Moisés: Reúneme a setenta hombres […] y tráelos a la entrada del tabernáculo de reunión […]; y tomaré del espíritu que está en ti y lo pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo” (Números 11:11, 14, 16−17). Y cuando el espíritu que estaba en Moisés estuvo con los setenta varones, estos empezaron a profetizar sin cesar. Había otros dos varones sobre los que descendió el mismo espíritu, y también andaban profetizando en el campamento, pero como ellos no habían estado a la puerta del tabernáculo con los otros setenta, los denunciaron, y Josué pidió a Moisés que les prohibiera profetizar. “Y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá que todos los del pueblo de Jehová fuesen profetas, que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos!” (Números 11:29).

Todos los miembros de la Iglesia han recibido el don del Espíritu Santo, de manera que todos pueden tener, entre otros dones, el de profecía. Y Moisés nos enseña en esta experiencia: 1) que nadie debería monopolizar este don, y 2) que es más fácil dirigir a un pueblo que asume su propia responsabilidad, poniendo en funcionamiento su derecho a la revelación personal, que a un pueblo que lo único que hace es esperar que le digan todo lo que debe creer, pensar y hacer (cfr. D. y C. 58:26−28).

El Evangelio tiene que ver con la verdad, no con las personas encargadas de enseñarla. Por tanto, el criterio que se debe usar para discernir la verdad del error debería ser el “criterio de verdad”, en el que la verdad es lo que coincide con la realidad, y no el “criterio de autoridad”, en el que la verdad es lo que dice el que manda. Al hablar, por tanto, de infalibilidad, lo que importa no es quién está hablando, sino qué está diciendo. Y al obtener una confirmación personal de la certeza de lo que se escucha, esa convicción se convierte en fuerza para vivir lo que se cree; porque no se trata solo de saber si algo es verdadero, sino de convertirlo en guía y cimiento para una vida recta, y esto no es posible si no hacemos propio aquello que oímos decir y testificar a otros. Harold B. Lee lo expresó de esta manera: “A menos que todos los miembros de esta Iglesia obtengan un testimonio personal e inconmovible de la divinidad de esta Iglesia, estarán entre quienes serán engañados el día en que serán probados […]. Solo sobrevivirán quienes hayan obtenido tal testimonio” (CR, octubre de 1950, págs. 129−130. En Enseñanzas de los Profetas Vivientes, Manual del alumno, 1985, pág. 47).