2022
Ministrar: una extensión de Su infinito amor
Enero de 2022


Mensaje del Área

Ministrar: una extensión de Su infinito amor

En el mes de agosto acompañé a mi sobrino, hoy élder Villarroel, al templo para realizar sus ordenanzas personales en preparación para comenzar su misión en Ohio, Cincinnati, y Cochabamba, Bolivia. Mientras esperábamos, mi esposo me susurró al oído que mirara en detalle los tres cuadros que colgaban en la hermosa sala, y pensara en la ministración. Al observar con detenimiento, mi corazón se consternó por el amor que sentí de nuestro Salvador Jesucristo.

Al ver aquellas imágenes, pude recordar cómo en mi vida personal he podido experimentar que Jesucristo tiene la capacidad y el poder para ayudarnos en nuestras vidas. Me quiero referir a tres aspectos que pude visualizar y recordar:

1. Jesucristo entiende cómo nos sentimos.

Él vivió, sufrió y murió por cada uno de nosotros para que nunca tuviéramos que estar solos. Gracias a Su sacrificio, no hay nada que podamos pasar, que Él no entienda. Él realmente sintió todo lo que podemos sentir aquí en la tierra.

Y Él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice:

“Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.

“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus debilidades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos” (Alma 7:11–12).

Jesucristo ministraba personalmente a la gente, Él dedicaba Su tiempo a escucharlos, y mediante Sus acciones y palabras mostraba a las personas que las amaba. Él desea que nos sintamos amados y escuchados.

2. Jesucristo tiene el poder para levantarnos y elevarnos a nuestro potencial divino.

Jesús vino a la tierra para saber cómo elevarnos durante nuestras pruebas. Gracias a Jesucristo los desafíos y pruebas son oportunidades de refinamiento y progreso. Gracias a Él, podemos levantarnos cuando caemos. Él siempre nos extiende Su mano para ayudarnos a avanzar en esta senda y poder regresar a casa.

“Y descendió… y anduvo sobre las aguas para ir a Jesús. Mas al ver el viento fuerte, tuvo miedo y, comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!

“Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó” (Mateo 14:29–31).

3. Jesucristo tiene poder para sanarnos.

En nuestra vida mortal tendremos que pasar por muchos desafíos. Algunos desafíos vendrán como consecuencia de nuestras decisiones, mientras otros por las decisiones de otras personas. En esos momentos, donde estemos tan heridos y sintamos que no hay esperanza, es cuando debemos recordar que ¡si la hay!, por medio de Jesucristo podemos ser sanados. El élder Richard G. Scott nos enseñó:

“La vía más segura, más eficaz y más corta para sanar la hallamos mediante la aplicación de las enseñanzas de Jesucristo en tu vida”1.

Al mirar al Salvador y esforzarnos por seguir Su ejemplo, podemos mejorar nuestra vida y la de los demás.

“Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos… a él. Por tanto, a nadie manda él que no participe de su salvación.

“He aquí, ¿acaso exclama él a alguien, diciendo: Apártate de mí? He aquí, os digo que no; antes bien, dice: Venid a mí, vosotros, todos los extremos de la tierra” (2 Nefi 26:24–25).

Entonces podemos preguntarnos ¿y quién es el mundo? La respuesta es simple: ¡Todos somos Su mundo! Sí, cada uno de nosotros, individualmente. En Moisés 7:32, El Señor le dijo a Enoc: “He allí a estos tus hermanos; son la obra de mis propias manos”. Como dijo el élder Jeffrey R. Holland, cada uno de nosotros somos Su obra y Su gloria, Su prioridad máxima.

Jesucristo nos invita a ser parte de Su gran obra y seguir Su perfecto ejemplo. Una de las formas en que demostramos que aceptamos esa invitación es aceptando la invitación de ser hermanas y hermanos ministrantes de una forma divinamente organizada.

Al aceptar la invitación de ministrar, estamos aceptando ser Sus manos en la tierra, ser una extensión de Su infinito amor. Siempre hay alguien alrededor que necesita recordar y sentir que es amado, que Jesucristo lo ama, y que Él tiene el poder para entender perfectamente, levantar y sanar.

Al aceptar la invitación de Mosíah 18:9 de “llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo”, nos permite también acceder a las bendiciones del cielo. Nos permite conocer nuestra identidad divina, sanar y aliviar nuestras propias cargas.

He podido ver en mi vida que cuando ministro e intento ministrar como el Salvador lo hizo, mi vida se llena de paz, luz y esperanza. Encuentro fuerzas donde no las hay, y puedo sentir más el amor que tiene Jesucristo por cada uno de nosotros.

La hermana Jean B. Bingham enseñó:

“Después de todo, la verdadera ministración se realiza uno por uno, siendo el amor la fuerza motivadora. ¡El valor, el mérito y la maravilla de la verdadera ministración es [lo] que realmente cambia vidas! Cuando nuestros corazones sean receptivos y estén dispuestos a amar e incluir, alentar y consolar, el poder de nuestra ministración será irresistible”2.

Es mi ruego que podamos buscar conocer cuánto nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo nos aman a cada uno de nosotros. Ese conocimiento especial y sagrado nos permitirá cuidarnos de manera más santa unos a otros, y así poder llegar a ser discípulos verdaderos de Jesucristo. En el hombre de Jesucristo. Amén.

Referencias

  1. Richard G. Scott, “Para Ser Sanado”, Conferencia General de abril de 1994.

  2. Jean B. Bingham, “Ministrar como lo hace el Salvador”, Liahona, mayo de 2018, pág. 106.