2022
La expiación de Jesucristo en el Antiguo Testamento
Abril de 2022


“La expiación de Jesucristo en el Antiguo Testamento”, Liahona, abril de 2022.

La expiación de Jesucristo en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es un libro de Escrituras que revela al Señor como el Salvador, el Redentor y el gran Expiador.

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la crucifixión de Jesucristo

El Salmo 22 dicta las palabras exactas que Jesús diría posteriormente cuando se hallaba en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.

The Crucifixión [La crucifixión], por Harry Anderson

El Antiguo Testamento era la Biblia del Salvador, la que Él leyó y citó durante Su vida terrenal. El Antiguo Testamento era (y sigue siendo) un magnífico y excepcional conjunto de textos de las Escrituras, y es singular e incomparable. ¿Por qué? Porque es:

  • “El primer testamento de Cristo” 1 .

  • Una guía de referencia significativa sobre la expiación del Salvador.

  • El documento fundacional diseñado para preparar al mundo para la venida del Salvador en la carne, cuando Él moriría por nosotros.

  • Un registro que contiene cientos de símbolos que revelan a Jesucristo y Su expiación.

  • Un registro que presenta decenas de profecías acerca de Jesucristo y Su misión divina.

En resumen, el Antiguo Testamento es un libro de Escrituras que revela al Señor como el Salvador, el Redentor y el gran Expiador. Cuando Jesucristo mandó: “Escudriñad las Escrituras, porque […] ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39), se refería al Antiguo Testamento. Este artículo presenta algunas de las maneras en que el Antiguo Testamento testifica del Salvador y de Su expiación.

Colores, nubes y mares: Su poder para perdonar

El Antiguo Testamento emplea cientos de símbolos que revelan a Jesucristo y Su expiación. A continuación se dan varios breves ejemplos:

Oriente y occidente. “Tan lejos como está el oriente del occidente, así hizo [el Señor] alejar de nosotros nuestras transgresiones” (Salmo 103:12). Por supuesto, la distancia entre oriente y occidente es infinita e inconmensurable, y también lo es la capacidad de Dios de eliminar nuestras transgresiones.

Nubes. “Yo [el Señor] deshice como a nube tus transgresiones y como a niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isaías 44:22). Así como las nubes espesas se forman continuamente, cambian de forma, desaparecen y reaparecen en el cielo transmitiendo la idea de lo perpetuo, del mismo modo Dios perdona a quienes se arrepienten y regresan a Él.

Echar los pecados. Dios “perdona la iniquidad y […] echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:18–19). Dios echa los pecados en las profundidades del mar, donde desaparecen para siempre. Después de que Ezequías se hubo recuperado de una enfermedad, escribió: “… porque [Tú, Dios,] echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isaías 38:17). Cuando Dios se echa nuestros pecados a Su espalda, deja de verlos.

Carmesí y blanco. El Señor dijo: “… aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). Esos tres colores casi idénticos —la grana, el rojo y el carmesí— representan la sangre y la iniquidad humanas (véanse Isaías 59:3; Miqueas 3:10; Habacuc 2:12). La sangre de Cristo santifica (véase Moisés 6:59–60), proporciona vida eterna (véase Juan 6:53–54) y cambia la iniquidad de los seres humanos, que es roja como la sangre, a blanca, que representa la pureza.

Las profecías acerca de Cristo

El Antiguo Testamento presenta cientos de profecías acerca de Jesucristo, muchas de las cuales están relacionadas directamente con Su expiación. Por ejemplo, Isaías profetizó:

  • “… llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:4);

  • “… él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Isaías 53:5);

  • “… por la transgresión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:8);

  • “… él llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11);

  • “… habiendo él llevado el pecado de muchos” (Isaías 53:12).

El Salmo 22 es una profecía extraordinaria de las últimas horas del Salvador sobre la tierra, cuando sufriría intensos tormentos y sería crucificado. El pueblo se burlaría de Él y lo maltrataría (véanse los versículos 4–8; véanse también Mateo 27:30–31, 39–43; Lucas 23:35). Este salmo dicta las palabras exactas que Jesús diría cuando se hallaba en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (versículo 1; véase también Mateo 27:46). El Salmo 22 contiene también una referencia explícita a la Crucifixión: “… horadaron mis manos y mis pies” (versículo 16; véase también Mateo 27:35). Las palabras del versículo 18: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”, las cumplieron literalmente quienes crucificaron a Jesús (véase Mateo 27:35).

Personas que fueron símbolos de Cristo

Muchas personas rectas del Antiguo Testamento fueron símbolos vivientes de Jesucristo. Los paralelismos entre dichas personas y Jesucristo son tan llamativos que el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, escribió:

“Jehová utilizaba abundantes arquetipos y símbolos. De hecho, estos siempre han sido una característica notoria de la instrucción que el Señor imparte a Sus hijos. A lo largo del registro premesiánico hay ejemplos de tales símbolos, en especial, los símbolos que preanunciaban a Cristo representándolo […].

“Moisés (al igual que Isaac, José y muchas otras personas del Antiguo Testamento) fue un símbolo profético del Cristo que vendría” 2 .

Los siguientes son tres de dichos ejemplos vivientes:

  • Job experimentó la pérdida de sus hijos y sus bienes, y sufrió enormemente en la carne (véanse Job 1–2), presagiando al Siervo que sufriría, al Varón de dolores: Jesucristo (véase Isaías 53).

  • Jonás fue un símbolo de Jesús, quien comparó los tres días y las tres noches de Jonás en el vientre del pez (véase Jonás 1:17) con los “tres días y tres noches” que Él pasó “en el corazón de la tierra” (Mateo 12:40).

  • Abraham estuvo dispuesto a ofrecer a su amado hijo Isaac en sacrificio, de manera semejante a la ofrenda que Dios hizo de Su Amado Hijo, Jesús. La obediencia de Abraham “al ofrecer a su hijo Isaac […] es una semejanza de Dios y de su Hijo Unigénito” (Jacob 4:5; véase también Hebreos 11:17–19).

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Job arrodillado en el suelo

Job sufrió enormemente en la carne, presagiando al Siervo que sufriría, al Varón de dolores: Jesucristo.

Job, por Gary L. Kapp

Nuestro Salvador, Redentor y Expiador

El Antiguo Testamento presenta aproximadamente cien nombres y títulos de Jehová, muchos de los cuales son vitales para que comprendamos Su expiación. Por ejemplo, Jehová es designado el Salvador: “Porque yo, Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Isaías 43:3; véanse también 43:11; 45:15, 21; 49:26; 2 Samuel 22:3; Salmo 106:21; Oseas 13:4).

Jehová también es llamado el Redentor: “Así ha dicho Jehová, el Redentor de Israel” (Isaías 49:7; véanse también 44:6; 47:4; 54:5; Jeremías 50:34).

El Antiguo Testamento revela con claridad que Jehová es el gran Expiador: “Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por causa de la gloria de tu nombre; y líbranos y [haz expiación de] 3 nuestros pecados por amor de tu nombre” (Salmo 79:9).

Jehová mandó repetidas veces a Sus profetas y sacerdotes que hicieran expiación por el pueblo. De hecho, la palabra expiación se encuentra 69 veces en la versión del Antiguo Testamento de la Biblia del Rey Santiago [en inglés]. Cada una de esas afirmaciones amplía nuestro entendimiento del significado y de la importancia del sacrificio expiatorio de Jesús.

Las festividades sagradas: presagios de la expiación de Jesucristo

Las festividades excepcionalmente sagradas anunciaban la expiación de Jesucristo. Por ejemplo, el Día de la Expiación se centraba en varios ritos que simbolizaban la expiación de Jesús (véanse Levítico 16; Hebreos 7–9). Otra festividad, la Pascua, también presagiaba el sacrificio de Jesucristo (véase Éxodo 12). El cordero pascual simbolizaba a Jesucristo, el Cordero sacrificado por los pecados del mundo (véase Éxodo 12:3–6, 46). El cordero debía ser sin defecto (véase Éxodo 12:5), tal como Jesucristo sería sin mancha (véase 1 Pedro 1:18–19).

La sangre del cordero en los postes de las puertas salvó al antiguo Israel de la muerte (véase Éxodo 12:13), tal como la sangre expiatoria de Cristo nos salva del sepulcro y de la muerte espiritual (véase Helamán 5:9). Las similitudes entre la Pascua judía y la muerte de Jesucristo eran tan notables que Pablo llamó a Jesús “nuestra Pascua” (1 Corintios 5:7).

Una puerta a Cristo

Jehová mismo concibió y reveló la ley de Moisés para enseñar acerca de Su venida como el Mesías prometido, Jesucristo, y acerca de Su sacrificio expiatorio (véanse Gálatas 3:24; 2 Nefi 11:4; Jarom 1:11; Mosíah 13:30–33; Alma 25:15).

El élder Holland brinda este resumen del propósito de la ley de Moisés: “Este convenio histórico entregado por la mano de Dios mismo y superado solo por la plenitud del Evangelio como un camino a la rectitud, se debe considerar más bien […] una colección incomparable de tipos, figuras, símbolos y prefiguraciones de Cristo. Por esa razón, en un momento fue (y sigue siéndolo, en su esencia y pureza) una guía a la espiritualidad, una puerta a Cristo” 4 .

Tal como Amulek testificó: “… este es el significado entero de la ley [de Moisés], pues todo ápice señala a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios” (Alma 34:14).

Testifico que la Biblia —tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento— declara a Jesucristo con gran claridad, poder y autoridad. Espero que tanto la presente generación como las futuras lleguen a amar y comprender la Biblia y su mensaje esencial sobre Jesucristo.

Notas

  1. M. Russell Ballard, “El milagro de la Santa Biblia”, Liahona, mayo de 2007, pág. 82.

  2. Jeffrey R. Holland, Christ and the New Covenant: The Messianic Message of the Book of Mormon, 1997, pág. 137.

  3. La traducción literal del hebreo es “hacer expiación” (véase David J. A. Clines, editor, The Dictionary of Classical Hebrew, 1998, tomo IV, pág. 553).

  4. Jeffrey R. Holland, Christ and the New Covenant, pág. 137.