2022
La bendición de un padre para nuestro bebé con problemas de salud
Agosto de 2022


Padres de los últimos días

La bendición de un padre para nuestro bebé con problemas de salud

Nuestro hijo recién nacido no viviría mucho tiempo, pero sabíamos que nuestra conexión con él podría continuar para siempre.

El autor vive en Utah, EE. UU.

Imagen
Un bebé acostado en una incubadora

En la fotografía posó un modelo

Hace muchos años, mi familia esperaba con alegría el nacimiento de nuestro hijo, Randolph “Ray” Gibson, pero una ecografía rutinaria nos causó una enorme preocupación.

A Ray se le diagnosticó el síndrome de hipoplasia del ventrículo izquierdo (SHVI), que es una enfermedad en la que el lado izquierdo del corazón no se desarrolla adecuadamente. La sangre no puede circular para que el corazón funcione, y a menudo resulta mortal para el bebé.

Mientras nuestra familia procesaba este diagnóstico, nuestros amigos y parientes ofrecieron oraciones por nosotros, llevaron a cabo ayunos familiares y mostraron abundantemente su amor e interés, por lo que conservamos la esperanza. No obstante, una revisión médica desveló noticias más desalentadoras: el SHVI de Ray era sumamente grave.

Los compasivos profesionales médicos analizaron las opciones posibles con nosotros. Poner fin al embarazo no era una decisión que íbamos a tener en cuenta, sin embargo, tuvimos que equilibrar el deseo de que nuestro hijo viviera, aunque las probabilidades fueran ínfimas, con el dolor que sufriría por los intentos de repararle el corazón. Los esfuerzos por mantener vivo a Ray probablemente conducirían a una vida de sufrimiento y a su fallecimiento a una edad muy temprana.

Mi esposa, Kati, y yo tomamos una decisión muy difícil con espíritu de oración. Recibiríamos a nuestro hijo en este mundo, lo mantendríamos sin dolor y le permitiríamos morir en paz. Nuestro compromiso con el evangelio de Jesucristo y nuestra creencia en el Plan de Salvación nos ayudaron a tomar esa decisión. No fue fácil ver a nuestro hijo crecer en el vientre, sabiendo que su muerte tendría lugar después de nacer. Además, nos preocupaba de qué manera iba a afrontar nuestro hijo de dos años el hecho de conocer a su hermanito y asistir a su funeral una semana después.

Nos fortaleció la declaración del Señor de que “los niños pequeños son santos, porque son santificados por la expiación de Jesucristo” (Doctrina y Convenios 74:7).

Kati y yo podemos dar fe de que el año en que esperamos la llegada de Ray nos ayudó a entender el verdadero significado de que un esposo y una esposa se alleguen el uno al otro (véanse Génesis 2:24 y Doctrina y Convenios 42:22). Nos allegamos el uno al otro, permitiendo que nuestro amor y nuestra confianza nos ayudaran a perseverar. Derramamos nuestro corazón a Dios, pidiendo fortaleza para seguir adelante y bendecir a nuestra familia durante esa dura prueba, y nuestro matrimonio se fortaleció.

Antes de que Ray naciera, nos enteramos de que iba a nacer de nalgas. A los médicos les preocupaba que no sobreviviera a la tensión del nacimiento normal, por lo que realizaron un parto con cesárea. Minutos después del nacimiento, yo, junto con mi obispo y varias personas más, le dimos a Ray una bendición del sacerdocio fuera del quirófano. Durante aquella situación caótica y traumática, pronuncié varias frases y terminé “en el nombre de Jesucristo. Amén”. Luego, lavaron y arroparon a Ray y lo llevaron con nuestra familia a la habitación del hospital.

En busca de consuelo, traté de recordar las palabras de la bendición, pero no pude.

Ray vivió veinticuatro horas y dieciséis minutos. Familiares y amigos llenaron la habitación del hospital durante ese día, sosteniendo a Ray en sus brazos y dándole amor. El único día que estaríamos con nuestro hijo fue una experiencia increíble. Valoré muchísimo poder tenerlo en los brazos, besarlo y cambiarle los pañales.

A la mañana siguiente, nuestro hijo murió; lo tuvimos en brazos y lo amamos con toda el alma en sus últimas horas.

Una semana después, deseaba desesperadamente recordar la bendición, porque habían sucedido muchas cosas. La bendición duró solo unos minutos, pero no podía recordar las palabras que pronuncié aquella mañana.

Me arrodillé y pedí un milagro, aunque no sabía si recibiría alguno. Después de la oración, tomé un lápiz y entonces las palabras de la bendición fluyeron a mi mente.

Esa experiencia reforzó mi fe en que el velo entre esta vida y la venidera es muy fino y que podemos permanecer conectados con los miembros de la familia que ya no están con nosotros.

Fui testigo de un milagro y sé que mi hijo desempeñó un papel fundamental en ese milagro.

Mi esposa y yo todavía nos sentimos consolados por la promesa que se encuentra en Romanos 8:18: “Porque considero que los sufrimientos de este tiempo no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada”.