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Capítulo 27: Alma 17–22


Capítulo 27

Alma 17–22

Introducción

Por causa de sus muestras de amor y su entendimiento del valor de cada alma, Ammón y sus compañeros son modelos para los siervos del Señor en todo lugar. Por medio de las experiencias de ellos, usted verá la importancia de la preparación personal, el poder de dar un ejemplo recto y la necesidad de edificar relaciones significativas con las personas a las que se sirve. Además, Ammón y sus hermanos entendían que servían a personas con creencias muy marcadas. Preste atención a las formas que encontraron ellos de compartir las verdades del Evangelio sobre el Espíritu, el amor y el testimonio. Al emular su ejemplo, usted puede ser un poderoso siervo en manos del Señor para ayudar a llevar a otras personas a Cristo.

Comentario

Alma 17:2. Aquellos que sirven juntos crean un vínculo de amistad

  • Quienes trabajan en la viña del Señor tienen un vínculo de amor en común que proviene de trabajar juntos en la “siega”. Ese vínculo se fortalece mediante experiencias convividas de fe y testimonio. El élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce Apóstoles, compartió un ejemplo personal de cuando después de varios años se encontró con su primer compañero de misión:

    “Hace algunos años tuve una experiencia al recibir una llamada telefónica de mi hijo Lee; me dijo que mi primer compañero de misión estaba en su vecindario, y que él deseaba pasar unos momentos conmigo… Tuvimos la experiencia especial de estar juntos después de tantos años sin habernos visto.

    “Como misioneros, tuvimos la oportunidad de comenzar la obra misional en un pueblo de Ohio. Debido a esa asignación, se nos permitió trabajar juntos por diez meses. Él fue mi entrenador y mi primer compañero… Me costaba seguirle el ritmo, pero al servir juntos nos unimos más como compañeros.

    “Nuestro compañerismo no finalizó con esa asignación de diez meses. Al regresar a casa, rugía la SegundaGuerra Mundial y apenas estaba adaptándome a la vida en casa cuando fui llamado al servicio militar. El primer domingo en el campo de entrenamiento, al asistir a una reunión de nuestra Iglesia, vi la parte posterior de una cabeza que me resultaba muy familiar: Era mi primer compañero de la misión. Pasamos juntos la mayor parte de los dos años y medio siguientes.

    “Aunque nuestras circunstancias eran muy diferentes en el servicio militar, intentamos continuar con las prácticas del servicio misional. Orábamos tan a menudo como nos era posible, y, si lo permitían las circunstancias, estudiábamos juntos las Escrituras…

    “Se nos apartó a los dos como líderes de grupo y otra vez tuvimos la oportunidad de servir y enseñar juntos el glorioso evangelio de nuestro Señor y Salvador. Tuvimos más éxito en la milicia que como misioneros de tiempo completo. ¿Por qué? Porque éramos ex misioneros con experiencia.

    “La visita que tuve con mi primer compañero misional fue la última oportunidad que tuve de estar con él. Sufría de una enfermedad incurable y falleció apenas unos meses después. Fue una experiencia maravillosa el revivir los sucesos de la misión y luego hablar de nuestras vidas después del servicio misional. Hablamos sobre nuestro servicio en obispados, sumos consejos, presidencias de estaca y, por supuesto, alardeamos sobre nuestros hijos y nietos. Sentados, conversando entusiasmados por la oportunidad de estar juntos otra vez, no pude evitar pensar en el relato que está en el capítulo 17 del libro de Alma” (véase Liahona, enero de 2002, págs. 88–89).

Alma 17:2. “Habían escudriñado diligentemente las Escrituras”

  • Como parte esencial de su preparación misional, los hijos de Mosíah escudriñaron las Escrituras. De igual manera, el Señor aconsejó a Hyrum Smith prepararse para el servicio misional procurando primero obtener Su palabra (véase D. y C. 11:21–22). El manual misional Predicad Mi Evangelio recalca la importancia de buscar el Espíritu Santo, de tener un deseo vehemente de aprender y de poner en acción lo que aprendemos como componentes clave del estudio eficaz del Evangelio:

    “El estudio del Evangelio resulta más eficaz cuando se recibe instrucción del Espíritu Santo. Comience siempre su estudio del Evangelio con una oración, pidiendo que el Espíritu Santo le ayude a aprender. Él brindará conocimiento y convicción que serán una bendición para usted y que le permitirán bendecir a otras personas. Su fe en Jesucristo aumentará y su deseo de arrepentirse y de mejorar crecerá.

    “Ese tipo de estudio le prepara para servir, ofrece consuelo, resuelve problemas y le da las fuerzas necesarias para perseverar hasta el fin. El éxito en el estudio del Evangelio requiere deseo y acción. ‘Porque el que con diligencia busca, hallará; y los misterios de Dios le serán descubiertos por el poder del Espíritu Santo, lo mismo en estos días como en tiempos pasados’ (1 Nefi 10:19). Al igual que Enós, cuando sienta hambre de conocer las palabras de vida eterna y permita que esas palabras ‘[penetren su] corazón profundamente’ (Enós 1:3), el Espíritu Santo le abrirá la mente y el corazón para que reciba mayor luz y comprensión.

    “El aprender del Evangelio es también un proceso de recibir revelación (véase Jacob 4:8)” (2004, pág. 18).

  • Además, Predicad Mi Evangelio recomienda llevar un diario de Escrituras como una manera de aumentar el poder del estudio de éstas. Escribir los pensamientos y las impresiones que tenga al estudiar las Escrituras abrirá nuevos conductos para recibir revelación personal:

    “Un diario de estudio [puede] ayudarle a comprender, aclarar y recordar lo que vaya aprendiendo. El élder Richard G. Scott enseñó: ‘El conocimiento que se registre cuidadosamente estará disponible en el momento que se necesite. Debes guardar en un lugar sagrado la información que sea espiritualmente delicada, un lugar que le comunique al Señor el valor que le das. Esa costumbre hará posible que recibas más luz’ (véase ‘Cómo adquirir conocimiento Espiritual’, Liahona, enero de 1994, pág. 103). Repase el diario de estudio para recordar sus experiencias espirituales, comprender mejor algún concepto y reconocer su progreso.

    “El diario de estudio puede ser un diario encuadernado, un cuaderno o una carpeta. Registre y organice sus pensamientos y sus impresiones de la manera que mejor se adapte a la forma en que usted aprende. Desarrolle su propio sistema para tener fácil acceso a información clave en el futuro. Úselo a menudo para repasar y tener acceso a lo que ha aprendido y para ponerlo en práctica. Use el diario de estudio para tomar apuntes o escribir impresiones” (página X).

Alma 17:3. Los beneficios de la oración y del ayuno

  • El élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, dio un ejemplo del poder del ayuno y la oración en el servicio del Señor cuando contó lo siguiente: “Hace algunos años, un converso fiel, el hermano George McLaughlin, fue llamado a presidir una pequeña rama de veinte miembros en Farmingdale, Maine. Era un hombre humilde que trabajaba de lechero. Por medio del ayuno y de la oración fervorosa, el Espíritu le enseñó lo que él y los demás miembros de la rama debían hacer para contribuir al crecimiento de la Iglesia en su zona. [Mediante] su gran fe, la oración constante y un poderoso ejemplo, enseñó a sus miembros el modo de dar a conocer el Evangelio. Es un relato maravilloso, uno de los relatos misionales más grandiosos de esta dispensación. En sólo un año hubo cuatrocientos cincuenta bautismos de conversos en aquella rama, y al año siguiente hubo otros doscientos conversos” (Liahona, mayo de 2003, pág. 38).

Alma 17:9. Orar y ayunar por los que no tienen la verdad

  • El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) aconsejó a todos los miembros que trabajasen y orasen para recibir oportunidades misionales: “Cultivemos en el corazón de cada miembro de la Iglesia el reconocimiento de su propio potencial para traer a otros al conocimiento de la verdad. Ponga todo miembro manos a la obra. Todo miembro debe orar con gran sinceridad al respecto” (“Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 120).

  • El élder M. Russell Ballard nos instó a orar para recibir guía al hacer la obra del Señor: “En un hogar en el que se comparte el Evangelio oramos para recibir guía nosotros mismos y oramos por el bienestar físico y espiritual de los demás. Oramos por las personas a las que los misioneros estén enseñando, por nuestros conocidos y por aquellos que no sean de nuestra fe. En los hogares en los que se compartía el Evangelio en la época de Alma, las personas se unían ‘en ayuno y ferviente oración por el bien de las almas de aquellos que no conocían a Dios’ (Alma 6:6)” (Liahona, mayo de 2006, pág. 85).

Alma 17:11. “Para que les deis buenos ejemplos”

  • Ammón y sus hermanos aprendieron a vivir en paz con los lamanitas antes de poder compartir con ellos el Evangelio. El élder M. Russell Ballard sugirió tres cosas importantes que podemos hacer para ser mejores vecinos de quienes no son de nuestra religión:

    “Primero, conozcan a sus vecinos; interésense por sus familias, su trabajo, sus puntos de vista. Reúnanse con ellos, si ellos están dispuestos a hacerlo, y háganlo sin ser persistentes y sin tener un motivo oculto. La amistad nunca se debe ofrecer como medio para lograr un fin, sino que puede y debe ser un fin en sí mismo…

    “…Cultivemos amistades significativas de confianza y entendimiento mutuos con la gente de origen o creencias diferentes.

    “Segundo, creo que sería conveniente eliminar un par de frases de nuestro vocabulario: no miembro y no mormón. Tales palabras pueden ser degradantes e incluso denigrantes. En lo personal, yo no me considero ‘no católico’ ni ‘no judío’. Soy cristiano. Soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y así es como prefiero que se me identifique, por lo que soy, en vez de que se me clasifique por lo que no soy. Extendamos esa misma cortesía hacia aquellos que viven entre nosotros. Si se tiene que hacer una descripción colectiva, la palabra ‘vecinos’ parece ser adecuada en la mayoría de los casos.

    “Y tercero, si los vecinos se molestan o se frustran por algún desacuerdo que tengan con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o con alguna ley que apoyemos por razones morales, por favor no les sugieran —ni siquiera en broma— que piensen en mudarse a otro lugar. ¡No puedo comprender cómo un miembro de la Iglesia podría siquiera pensar tal cosa! Nuestros antepasados pioneros fueron expulsados de un lugar a otro por vecinos mal informados e intolerantes. Pasaron dificultades y sufrieron persecuciones extraordinarias porque pensaban, actuaban y creían en forma diferente a los demás. Si nuestra historia no nos enseña nada más, nos debería enseñar por lo menos a respetar el derecho de toda la gente a coexistir pacíficamente con los demás” (véase Liahona, enero de 2002, pág. 42).

  • El élder L. Tom Perry puso de manifiesto la forma en que nuestro ejemplo puede ayudar a los demás a acercarse al Señor:

    “A un misionero de diecinueve años… jamás se le olvidará su primer día en el campo misional, porque le enseñó una gran lección sobre el utilizar sus talentos para enseñar el Evangelio.

    “A él y a su compañero mayor se les asignó ser los primeros misioneros en enseñar en una ciudad a cierta distancia de las oficinas de la misión. Cuando llegaron a esa nueva ciudad, al ir caminando por la calle pasaron frente a una iglesia donde había un ministro parado en la puerta de entrada. Al pasar ellos por la iglesia, el ministro entró y le pidió a toda su congregación que saliera con él a la calle. A continuación siguieron a los misioneros y empezaron a insultarlos; después se volvieron más violentos y empezaron a tirarles piedras.

    “Esta experiencia entusiasmó al joven misionero: primer día en el campo misional y ya lo estaban apedreando, pensó él. Entonces, una piedra grande de repente le dio justo en medio de la espalda, y lo que sentía se convirtió en ira. Antes de salir al campo misional había sido un muy buen lanzador de béisbol, y en un arrebato de enojo se dio media vuelta, agarró del suelo la primera piedra que tenía a mano, dio un paso hacia atrás adoptando su famosa posición de lanzamiento y estaba a punto de lanzar la piedra al grupo cuando repentinamente se dio cuenta de por qué estaba allí. No lo habían enviado al lejano Brasil para tirarle piedras a la gente sino para predicarles el Evangelio. Pero, ¿qué hacía con la piedra que tenía en la mano? Si la dejaba caer al suelo, lo tomarían como una señal de debilidad y probablemente seguirían aventándoles piedras, mas no podía tirársela a las personas. Entonces vio un poste de teléfono a alguna distancia. ¡Ésa era la forma de quedar bien parado! Dio un paso hacia atrás y lanzó la piedra directo al poste, de modo tal que lo impactó justo en el medio.

    “Las personas de aquel grupo dieron unos pasos hacia atrás; de pronto se dieron cuenta de que esa piedra podría haber terminado entre medio de los ojos de alguno de ellos. Cambiaron de humor: en vez de tirarles piedras a los misioneros, empezaron a tirarlas al poste de teléfono. Después de ese incidente, cada vez que el élder pasaba por esa calle, lo retaban a un concurso de tirar piedras. Esos concursos llevaron a charlas sobre el Evangelio, lo que a su vez derivó en conversiones, las cuales condujeron al establecimiento de una rama de la Iglesia en aquella comunidad” (“Prophecies, Visions, and Dreams”, en 1979 Devotional Speeches of the Year, 1980, pág. 3).

Alma 18:3–9. El servicio ablanda corazones

  • El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, explicó que el servicio temporal puede ablandar el corazón y llevar a que ocurra un milagro:

    “Cuando los demás siervos presentaron evidencias de las obras de Ammón, el rey Lamoni preguntó: ‘¿Dónde está este hombre?’. A lo que ellos respondieron: ‘En los establos, haciendo todo lo que puede a fin de servirte’ (véase Alma 18:8–9).

    “¿No resulta extraño? Fue llamado a enseñar las doctrinas de salvación, pero estaba en los establos. ¿No creen que debería haber estado orando y ayunando, y perfeccionando su plan de enseñanza? No, estaba en los establos.

    “El rey Lamoni había crecido creyendo que había un Dios, pero que cualquier cosa que hiciere el rey estaba bien. Específicamente se le había enseñado doctrina falsa que tal vez habría influido en él para que no tuviera sentimientos de culpa. ¿Recuerdan que, cuando supo dónde estaba Ammón, le sobrevino un sentimiento de culpa, de temor, de que había obrado mal al ordenar la muerte de sus siervos (véase Alma 18:5)?…

    “Siempre me había centrado en lo confundido que estaba Lamoni con su doctrina y no había visto el milagro. El milagro fue que se creó una necesidad espiritual en un hombre a fin de que se le pudiera enseñar el evangelio de Jesucristo. Su corazón estaba quebrantado; se sentía culpable, y todo ello debido a las cosas temporales que Ammón había hecho…

    “…Nunca jamás subestimen el valor espiritual de hacer cosas temporales para el beneficio de aquellos a quienes sirven.

    “…Sean sus siervos y llegarán a amarles; y ellos sentirán su amor. Pero, lo que es aún más importante, sentirán el amor de Dios” (véase “El Libro de Mormón cambiará sus vidas”, Liahona, febrero de 2004, págs. 17–18).

Alma 18:24. Ammón empezó a hablar osadamente

  • Muchos miembros de la Iglesia se preocupan porque no saben cómo empezar conversaciones sobre el Evangelio. La forma en que lo hizo Ammón fue preguntándole a Lamoni sobre su creencia en Dios. A otras personas les ha resultado natural sencillamente conversar con sus amigos sobre su “vida en la Iglesia”. El élder M. Russell Ballard dio unos consejos importantes sobre cómo iniciar una conversación del Evangelio con amigos:

    “Crear un hogar en el que se comparta el Evangelio no significa dedicar tiempo excesivo para conocer y cultivar amistades con las cuales compartir el Evangelio. Esos amigos vendrán a nosotros de forma natural, y si desde el principio somos sinceros en cuanto al ser miembros de la Iglesia, podremos intercalar fácilmente conversaciones sobre el Evangelio en nuestra relación con menos riesgo de malentendidos. Los amigos y conocidos aceptarán que eso forma parte de quiénes somos y se sentirán libres de hacer preguntas…

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    Ammón predicando

    Jerry Thompson, © IRI

    “A una hermana de Francia se le preguntó cuál era el secreto de su éxito, a lo que contestó: ‘Simplemente comparto mi felicidad. Trato a todo el mundo como si ya fuera miembro de la Iglesia. Si me encuentro a alguien esperando en la fila, inicio una conversación y le cuento lo mucho que he disfrutado las reuniones del domingo en la Iglesia. Cuando mis compañeros de trabajo me preguntan: “¿Qué has hecho este fin de semana?”, no salto del sábado por la noche al lunes por la mañana. Les digo que fui a la Iglesia, de qué se habló allí y les cuento mis experiencias con los santos. Hablo de cómo vivo, de lo que pienso y de cómo me siento’” (Liahona, mayo de 2006, pág. 86).

Alma 18:24–28. Basarse en creencias comunes

  • Mientras servía en calidad de Setenta, el élder Loren C. Dunn (1930–2001) habló sobre la importancia de exhibir respeto por las creencias ajenas y de basarse en lo que tenemos en común: “Vivimos en una época de conflictos, discrepancias, diferencias de opiniones, ataques, contraataques, desacuerdos. Es preciso, tal vez ahora más que nunca, que busquemos en nuestro interior y dejemos que la cualidad del respeto mutuo, con una dosis de caridad y perdón, afecte nuestro accionar con los demás; que podamos discrepar sin ser displicentes; que podamos bajar la voz y basarnos en lo que tenemos en común, sabiendo que una vez que haya pasado la tormenta, tendremos que seguir viviendo unos con otros” (véase Liahona, julio de 1991, pág. 89).

  • La primera pregunta que Ammón hizo cuando empezó a enseñarle al rey Lamoni fue: “¿Crees que hay un Dios?” (Alma 18:24). Cuando Ammón descubrió que Lamoni creía en un Gran Espíritu, dio testimonio: “…Este es Dios…” (Alma 18:28). Técnicamente Dios no es un “gran espíritu”, pero Ammón pasó eso por alto y se concentró en la creencia común que tenían de un Ser Supremo para empezar a enseñar desde allí. Ammón tomó la creencia fundamental que Lamoni tenía en un Creador y le añadió verdades eternas que “ilumina[rían] su mente” (Alma 19:6).

    El presidente Gordon B. Hinckley explicó que también nosotros debemos edificar sobre la base de lo bueno que los demás ya tienen: “Decimos, en un espíritu de amor: traigan todo lo bueno y toda la verdad que hayan recibido de cualquier fuente y veamos si podemos añadir a ellas. Extiendo esta invitación a los hombres y a las mujeres de todas partes” (Liahona, noviembre de 2002, pág. 81).

Alma 18:36–39; 22:7–14. Enseñar el plan de salvación

  • Cuando Ammón enseñó a Lamoni, “empezó por la creación del mundo”, y luego enseñó sobre “la caída del hombre” (Alma 18:36); finalmente, “les explicó [al rey y sus siervos] el plan de redención”, en especial “concerniente a la venida de Cristo” (Alma 18:39). De igual manera, Aarón enseñó estos conceptos básicos e importantes del plan de salvación al padre de Lamoni (véase Alma 22:12–14). Al aprender la realidad de la Creación, la Caída y la Expiación, uno puede comprender su lugar en la vida terrenal y su potencial en la eternidad.

    El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, les llamaba a estas doctrinas fundamentales —la Creación, la Caída y la Expiación— los “tres pilares de la eternidad” y “los acontecimientos más importantes que han ocurrido en toda la eternidad”. Explicó:

    “Si podemos llegar a comprenderlos, todo el marco eterno de las cosas encajará en su lugar, y estaremos en condición de labrar nuestra salvación…

    “…Estos tres son los cimientos sobre los que se edifican todas las cosas. Si faltase aunque fuera uno solo de ellos todas las cosas perderían su propósito y significado, y los planes y designios de la Divinidad quedarían en nada” (“The Three Pillars of Eternity”, en Brigham Young University 1981 Firesides and Devotional Speeches, 1981, pág. 27).

  • El élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó por qué es esencial cada parte del plan: “El plan requería la Creación, lo que, a su vez, requirió tanto la Caída como la Expiación. Éstos son los tres componentes fundamentales del plan. La creación de un planeta paradisíaco provino de Dios; la vida mortal y la muerte llegaron al mundo como consecuencia de la caída de Adán; la inmortalidad y la posibilidad de la vida eterna las suministró la expiación de Jesucristo. La Creación, la Caída y la Expiación se planearon mucho antes de que se comenzara la obra de la Creación en sí” (véase Liahona, julio de 2000, pág. 102).

Alma 18:41–43; 22:15–18. Dependemos de Cristo

  • Ammón y Aarón ayudaron a Lamoni y a su Padre a entender cuánto necesitaban la redención de Cristo. Entender que dependemos de Cristo lleva a la conversión. Tanto Lamoni como su padre cobraron conciencia de su naturaleza caída y de que necesitaban ayuda. Llegaron a darse cuenta de que su única esperanza de ser redimidos llegaba por medio de la Expiación que Cristo había llevado a cabo.

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    El rey Lamoni enfermo en su lecho

    Walter Rane, Cortesía del Museo de Historia y Arte de la Iglesia

Alma 18:42. Las conversiones dramáticas son la excepción

Alma 20:30. “Gente más obstinada y más dura de cerviz”

  • El registro señala que Aarón y sus compañeros sirvieron entre quienes eran “gente más obstinada y más dura de cerviz” (Alma 20:30). Las vivencias de ellos se asemejan a las de muchos que tratan de enseñar a personas que no tienen interés en el Evangelio o que tienen una actitud antagónica al respecto. El presidente Henry B. Eyring explicó por qué aun así debemos tratar de llegar a toda alma:

    “¿Por qué voy a hablar del Evangelio a quienes se muestran satisfechos con lo que tienen? ¿Qué peligro hay para ellos o para mí si no hago ni digo nada?

    “Sí, puede ser difícil distinguir el peligro, pero es real, tanto para ellos como para nosotros. Por ejemplo, en el mundo venidero habrá un momento en que toda persona a quien hayan conocido en esta vida sabrá lo que ustedes saben ahora. Sabrá que la única manera de vivir para siempre en la relación familiar y en la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo era decidirse a entrar por la puerta por medio del bautismo de manos de los que poseen la autoridad de Dios; sabrá que la única forma en que las familias pueden estar juntas para siempre es aceptar y guardar los convenios sagrados que se ofrecen en los templos de Dios en esta tierra. Y sabrá que ustedes lo sabían. Y recordará si le ofrecieron o no lo que alguien les había ofrecido a ustedes” (véase Liahona, enero de 1999, pág. 38).

Alma 22:18. “Abandonaré todos mis pecados para conocerte”

  • Al igual que el padre de Lamoni, debemos estar dispuestos a sacrificar todas las cosas para nacer de Dios. En las Lectures on Faith [Disertaciones sobre la fe] se aprende la importancia del sacrificio en nuestro progreso eterno: “Destaquemos aquí que una religión que no requiera el sacrificio de todas las cosas jamás tendrá el poder suficiente para producir la fe necesaria para la vida y salvación; porque desde los comienzos de la existencia humana, la fe necesaria para gozar de la vida y de la salvación nunca se ha podido obtener sin renunciar a las cosas mundanas. Dios ha ordenado que por medio de ese sacrificio, y de ningún otro, los hombres puedan obtener la vida eterna, y es mediante el sacrificio de todas las cosas terrenales que los hombres saben realmente que están haciendo las cosas que resultan agradables a la vista de Dios. Cuando un hombre ha ofrecido en sacrificio todo cuanto posee a favor de la verdad, aun su misma vida, creyendo ante Dios que ha sido llamado a hacer ese sacrificio, pues desea cumplir con Su voluntad, no cabe duda de que ese hombre sabe que Dios acepta y aceptará sus sacrificios y ofrendas y que dicho hombre no ha buscado Su rostro en vano, ni nunca lo hará. Bajo estas circunstancias, entonces, puede lograr la fe necesaria para obtener así la vida eterna” (1985, pág. 69).

  • Mientras servía en calidad de Setenta, el élder Alexander B. Morrison enseñó lo siguiente acerca de los sacrificios que debemos hacer para venir a Cristo:

    “El tomar el nombre del Señor sobre nosotros significa estar dispuestos a hacer cualquier cosa que Él nos requiera.

    “Alguien ha dicho que el precio de una vida cristiana es hoy el mismo de siempre: es sencillamente dar todo lo que poseemos sin retener nada, ‘abando[nar] todos [nuestros] pecados para conocer[lo a Él]’ (Alma 22:18). Cuando no vivimos de acuerdo con esa norma por pereza, indiferencia o maldad; cuando somos inicuos o crueles, egoístas, sensuales o frívolos; en cierto sentido crucificamos de nuevo al Señor. Cuando en todo momento nos esforzamos por ser lo mejor, cuando estamos al cuidado de los demás y les servimos, cuando superamos el egoísmo con amor, cuando ponemos el bienestar de los demás antes que el nuestro, cuando llevamos las cargas los unos de los otros y ‘llora[mos] con los que lloran’, cuando ‘consola[mos] a los que necesitan de consuelo, y [somos] testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar’ (Mosíah 18:8–9), es entonces que honramos al Señor, recibimos Su poder y llegamos a ser más y más como Él, haciéndonos ‘más y más resplandecien[tes]’, si perseveramos ‘hasta el día perfecto’ (D. y C. 50:24)” (véase Liahona, enero de 2000, págs. 31–32).

Para meditar

  • ¿Cómo preparó Ammón el corazón de Lamoni para que recibiese el Evangelio? ¿Qué puede hacer usted a fin de preparar el corazón de alguna persona para que reciba las verdades del Evangelio?

  • ¿Qué aprendemos del ejemplo de Aarón y sus hermanos cuando experimentaron el rechazo y “toda clase de aflicciones”? (Alma 20:29).

Tareas sugeridas

  • Cuando Ammón y sus hermanos se acercaban a la tierra de Nefi, el Señor les dio los cometidos de (1) establecer Su palabra, (2) ser pacientes en las aflicciones y (3) dar buenos ejemplos, prometiéndoles que los bendeciría con el éxito (véase Alma 17:11). En una hoja, escriba esos tres encabezamientos, y después, al estudiar Alma 17–22, debajo de cada uno de ellos enumere los ejemplos que demuestran cómo obedecieron las instrucciones del Señor. Además, anote la forma en que cada ejemplo de las listas les sirvió para llevar a los lamanitas al conocimiento de la verdad.

  • Haga una lista de principios pertinentes a la obra misional (véase Alma 17–22). Con oración, determine formas específicas de aplicar estos principios a su propia vida.