Las parábolas de Jesús (Religión 390R)

Mateo 13:13–15; Marcos 4:12, 33–34; Lucas 8:10; Guía para el Estudio de las Escrituras, “Parábola”.

“Las parábolas del Maestro”, Liahona, julio de 2007, págs. 26–29.

“La parábola le comunica al oyente verdades religiosas exactamente proporcionales a su fe e inteligencia… Solo el que busca encuentra” (Bible Dictionary, “Parables”, también puede ver “Parábolas”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras).

Mateo 13:1–23; Lucas 8:4–15.

A menos que nos esforcemos por profundizar y nutrir nuestro testimonio, quizá carezcamos de la fortaleza necesaria para soportar las tribulaciones, persecuciones y tentaciones (véanse Mateo 13:20–21; Lucas 8:13).

Los afanes del mundo pueden distraernos, apartar nuestra atención del Señor y ahogar nuestra fe y nuestro testimonio (véase Mateo 13:22).

Al abrir nuestro corazón a la palabra de Dios y recibirla, nos convertiremos al Salvador y llevaremos a cabo buenas obras (véase Mateo 13:23).

Mateo 13:24–30, 36–43.

El Señor recogerá a los justos durante los últimos días, y luego destruirá a los inicuos en Su venida (véase Mateo 13:38–43).

Mateo 13:31–33.

La Iglesia restaurada de Jesucristo crecerá, desde unos humildes comienzos, hasta llenar toda la tierra (véase Mateo 13:31–33).

Mateo 13:44–46.

Dado que las bendiciones del Evangelio tienen valor eterno, merecen cualquier sacrificio (véase Mateo 13:44–46).

Mateo 13:47–50.

M. Russell Ballard, “La verdad de Dios seguirá adelante”, Liahona, noviembre de 2008, págs. 81–84.

Dios recogerá en Su Iglesia a todos Sus hijos, de toda clase (véase Mateo 13:47–50).

Mateo 18:21–35.

Jesucristo pagó un precio incalculable a fin de que se nos puedan perdonar nuestros pecados (véase Mateo 18:23–27).

Si deseamos que el Señor nos perdone, debemos perdonar a los demás (véase Mateo 18:28–35).

Mateo 20:1–16.

Jeffrey R. Holland, “Los obreros de la viña”, Liahona, mayo de 2012, págs. 31–33.

Dios da la vida eterna a todas las personas que escogen hacer convenios sagrados con Él y cumplirlos (véase Mateo 20:1–10).

Si optamos por tener envidia de las bendiciones que el Padre Celestial les da a otras personas, podríamos perder las bendiciones que Él desea darnos (véase Mateo 20:11–16).

Mateo 21:28–32.

David A. Bednar, “La Expiación y el trayecto de la vida mortal”, Liahona, abril de 2012, págs. 12–19.

Para entrar en el Reino de Dios, debemos obedecer a nuestro Padre Celestial y arrepentirnos de nuestros pecados, en lugar de solamente decir o fingir que le obedecemos (véase Mateo 21:28–32).

Mateo 22:1–14.

Mediante nuestras acciones, demostramos hasta qué punto aceptamos realmente a Jesucristo como el Hijo de Dios (véase Mateo 22:1–14).

Mateo 24:32–34.

Aunque nadie sabe cuál será el día y la hora de la segunda venida del Señor, al buscar y reconocer las señales de los tiempos, podemos saber que se acerca el momento (véase Mateo 24:32–34).

Mateo 25:1–13.

Dallin H. Oaks, “La preparación para la Segunda Venida”, Liahona, mayo de 2004, págs. 7–10.

“La parábola de las diez vírgenes”, Liahona, marzo de 2009, págs. 20–21.

No podemos tomar prestadas ni la preparación espiritual ni la fortaleza de otras personas (véase Mateo 25:8–9).

Nos preparamos para estar frente al Salvador al fortalecer nuestro testimonio y nuestra conversión mediante la rectitud diaria (véase Mateo 25:1–13).

Para estar listos para la segunda venida del Señor y ser dignos de permanecer en Su presencia, debemos llegar a conocerlo (véase Mateo 25:12).

Mateo 25:14–30.

Ronald A. Rasband, “Parábolas de Jesús: La parábola de los talentos”, Liahona, agosto de 2003, págs. 34–37.

Si usamos fielmente los dones y las habilidades que el Señor nos ha dado, podremos alcanzar nuestro potencial divino y recibir la vida eterna (véase Mateo 25:19–21).

El Señor nos bendecirá si usamos fielmente los dones y las habilidades que Él nos ha dado, independientemente de cuántos tengamos o de cuáles sean (véase Mateo 25:22–23).

Si no cultivamos ni usamos nuestros dones espirituales para hacer el bien, los perderemos (véase Mateo 25:24–29).

Marcos 4:26–29.

Dieter F. Uchtdorf, “¡Funciona de maravilla!”, Liahona, noviembre de 2015, págs. 20–23.

Únicamente Dios puede conceder la bendición del crecimiento espiritual; pero nosotros debemos hacer nuestra parte para nutrirlo (véase Marcos 4:26–29).

Lucas 7:36–50.

Russell M. Nelson, “El arrepentimiento y la conversión”, Liahona, mayo de 2007, págs. 102–105.

A medida que ejerzamos nuestra fe mostrando amor y dedicación al Señor, podremos recibir Su perdón. Al recibir el perdón del Señor, sentimos el deseo de amarlo y servirle aún más (véase Lucas 7:36–50).

Lucas 10:25–37.

Thomas S. Monson, “El llamado del Señor a prestar servicio”, Liahona, agosto de 2012, págs. 4–5.

A fin de obtener la vida eterna, debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Lucas 10:25–37).

Lucas 11:1–13.

David A. Bednar, “Pedir con fe”, Liahona, mayo de 2008, págs. 94–97.

Si oramos y buscamos con persistencia las bendiciones del Padre Celestial en épocas de necesidad, Él contestará nuestras oraciones de la manera que sea mejor para nosotros (véase Lucas 11:5–13).

Lucas 12:13–21.

Las bendiciones más grandes de esta vida no son las posesiones materiales (véase Lucas 12:13–21).

El Señor nos manda que no codiciemos las posesiones de este mundo (véase Lucas 12:15).

Lucas 13:1–9.

Quentin L. Cook, “Cosechar las recompensas de la rectitud”, Liahona, julio de 2015, págs. 26–33.

Si no nos arrepentimos y hacemos buenas obras, pereceremos (véase Lucas 13:1–9).

Lucas 15:1–10.

Cada alma es de gran valor para el Padre Celestial y para Jesucristo (véase Lucas 15:7, 10).

Cuando ayudamos a otras personas a sentir el deseo de arrepentirse, sentimos gozo y los cielos se regocijan (véase Lucas 15:1–10).

Lucas 15:11-32.

Jeffrey R. Holland, “El otro hijo pródigo”, Liahona, julio de 2002, págs. 69–72.

Si regresamos al Padre Celestial por medio del arrepentimiento y buscamos Su perdón, Él se regocijará y nos recibirá de nuevo con los brazos abiertos (véase Lucas 15:11–32).

Podemos llegar a ser más semejantes al Padre Celestial al reaccionar con compasión y gozo cuando otras personas se arrepienten (véase Lucas 15:25–32).

Lucas 16:1–12.

Henry B. Eyring, “Obrar con toda diligencia”, Liahona, mayo de 2010, págs. 60–63.

Si nos preparamos sabiamente para nuestro futuro eterno y utilizamos con rectitud las riquezas de la tierra, podemos ser bendecidos con riquezas eternas (véase Lucas 16:1–12).

Lucas 16:19–31.

Gordon B. Hinckley, “Bienaventurados los misericordiosos…”, Liahona, julio de 1990, págs. 81–84.

Si somos avaros y no utilizamos con rectitud nuestras riquezas terrenales, finalmente sentiremos pesar y remordimiento (véase Lucas 16:19–26).

La conversión llega al creer y dar oído a las palabras de los profetas, no al presenciar milagros (véase Lucas 16:27–31).

Lucas 18:1–8.

David A. Bednar, “Velando… con toda perseverancia”, Liahona, mayo de 2010, págs. 40–43.

Si somos sinceros y perseveramos en nuestra fidelidad al Señor, obtendremos Su misericordia (véase Lucas 18:1–8).

Lucas 18:9–14.

Howard W. Hunter, “El fariseo y el publicano”, Liahona, julio de 1984, págs. 107–110.

Dios justifica a quienes se humillan y buscan Su misericordia (véase Lucas 18:9–14).

Juan 10:1–18.

Jesucristo nos conoce y nos ama a cada uno, y dio Su vida por nosotros (véase Juan 10:14–15).

Juan 15:1–8.

Jeffrey R. Holland, “Permaneced en Mí”, Liahona, mayo de 2004, págs. 30–32.

“Para que el fruto del Evangelio florezca y bendiga nuestra vida, debemos ceñirnos con firmeza a Él, el Salvador de todos nosotros, así como a Su Iglesia, que lleva Su santo nombre” (Jeffrey R. Holland, “Permaneced en Mí”, Liahona, mayo de 2004, pág. 32).