Unidos como hermanas y hermanos en Cristo

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Hombres y mujeres reunidos en una reunión de consejo

Las voces tanto de las mujeres como de los hombres son necesarias para llevar a cabo la obra del Señor. Aunque somos únicos, nos complementamos unos a otros, unificados en nuestro objetivo común de ser discípulos de Cristo.

Nuestras diferencias no tienen que apartarnos de ese objetivo. Mas bien, esas diferencias incluyen nuestros talentos y contribuciones que juntos fortalecen el impacto que tenemos en la obra mundial de salvación y exaltación. El élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles, escribe en este ejemplar: “… llegamos a mejores decisiones y tenemos mayor éxito en el servicio al Señor conforme valoramos las contribuciones de los demás y trabajamos juntos, como hermanos y hermanas en Su obra” (página 4). ¿Cómo logramos esa unidad? Debemos tener fe en que el Señor puede obrar con nuestras diferencias para bien en Su reino.

En mi artículo de la página 8, describo lo que he aprendido del relato del Nuevo Testamento de la mujer cananea que buscó al Salvador para que sanara a su hija. Ella no pertenecía a la casa de Israel. Sin embargo, tenía fe en que el poder del Señor podía sanar a su hija, y esa extraordinaria fe la unificó con el pueblo del convenio e hizo que se produjera el milagro.

Miremos hacia el Salvador en todo lo que hagamos, “teniendo entrelazados [nuestros] corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21). Tenemos el privilegio de aprender de las poderosas diferencias que existen entre los unos y los otros, y las valoramos como Cristo lo hace. Cuán agradecida estoy de tener a un Pastor que escucha las singulares voces de cada una de Sus ovejas.

Atentamente,

Presidenta Camille N. Johnson

Presidenta General de la Sociedad de Socorro