2023
“Quisiera que os acordaseis”
Septiembre de 2023


“Quisiera que os acordaseis”, Liahona, septiembre de 2023.

“Quisiera que os acordaseis”

Mosíah 5:12

A cada uno de nosotros se nos han dado recordatorios personalizados de Cristo. Contémplenlos y acuérdense de Él.

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Retrato de Jesucristo

Detalle de Christ and the Rich Young Ruler [Cristo y el joven rico], por Heinrich Hofmann

Como parte de nuestra experiencia terrenal, todos estamos sujetos no solo a un velo de olvido, sino también a una condición de olvido. El velo de olvido nos hace olvidar situaciones y verdades que llegamos a conocer en nuestro estado preterrenal. Nuestra condición de olvido nos lleva a olvidar y desviarnos de las verdades que hemos aprendido o vuelto a aprender en esta vida. A menos que venzamos nuestro estado caído de olvido, de modo natural llegaremos a ser “prontos en cometer iniquidad, pero lentos en recordar al Señor [n]uestro Dios” (1 Nefi 17:45).

Recordatorios de Cristo

Con cada mandamiento que Él da, Dios promete que “preparar[á] una vía para que cumpla[mos] lo que [nos] ha mandado” (1 Nefi 3:7). Para que obedezcamos Su mandamiento de recordar, el Señor ha preparado recordatorios.

De hecho, todas las cosas son creadas y hechas para dar testimonio y recordarnos a Cristo (véase Moisés 6:63; véase también Alma 30:44). Se espera, por ejemplo, que lo recordemos “[a]l recorrer los montes y los valles y ver las bellas flores al pasar”1. Las piedras incluso pueden clamar como testimonio y recordatorio de Jesús (véase Lucas 19:40). De hecho, toda la tierra, tanto de manera audible como visual, da un magnificente testimonio y ofrece asombrosos recordatorios de su Creador.

Los recordatorios aparentemente al azar en toda la creación se acrecientan gracias a los recordatorios más formales que encontramos en las ordenanzas sagradas. Abinadí enseñó que al antiguo Israel se le dieron ordenanzas estrictas a efectuar a fin de “conservar vivo en ellos el recuerdo de Dios y su deber para con él” (Mosíah 13:30). Los profetas modernos han enseñado lo mismo. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) declaró: “Supongo que nunca habría apóstatas, nunca habría delitos, si las personas recordaran —si realmente recordaran— aquello que han hecho convenio de hacer en las aguas bautismales, en la mesa sacramental y en el templo”2.

La expiación de Cristo es tanto universal como individual y así también lo son Sus recordatorios. Por lo tanto, además de las ordenanzas iguales que se ofrecen a todos, nos da recordatorios de Él diversos y personalizados. Por ejemplo, es poco probable que la arcilla o el lodo común y corriente haga que muchas personas recuerden a Jesús o se llenen de emoción y gratitud por Él. Sin embargo, el hombre a quien se le devolvió la vista cuando Jesús le untó los ojos con lodo probablemente recordaba a Jesús con amor cada vez que veía lodo, ¡barro! (véase Juan 9:6–7). Tampoco es probable que Naamán haya podido ver ríos, especialmente el Jordán, sin pensar en el Señor, que lo sanó allí (véase 2 Reyes 5:1–15). A cada uno de nosotros se nos han dado uno o más recordatorios personalizados de Cristo. Contémplenlos y acuérdense de Él.

Dar testimonio de Cristo

Los registros y las historias son cosas adicionales que el Señor ha preparado para ayudarnos a obedecer Su mandamiento de recordar. Las Escrituras —registros de las comunicaciones de Dios con Sus hijos— hablan a menudo acerca de testificar o “dar testimonio” de Él (véanse 2 Corintios 8:3; 1 Juan 5:7; 1 Nefi 10:10; 12:7; Doctrina y Convenios 109:31; 112:4).

Los registros sagrados, incluso los diarios personales, nos ayudan a dar testimonio. Los momentos profundos con el Espíritu son un don que, en el momento, creemos que nunca olvidaremos. Pero nuestra condición de olvido hace que la intensidad de incluso las experiencias más profundas se desvanezca con el tiempo. Una anotación en un diario, una fotografía o un registro puede ayudarnos no solo a recordar los momentos significativos, sino también a rememorar las emociones y el Espíritu que sentimos. No es de sorprender entonces que el primer mandamiento después de la organización de la Iglesia en esta dispensación haya sido: “[S]e llevará entre vosotros una historia” (Doctrina y Convenios 21:1). Los registros que se llevan debidamente ensanchan nuestra memoria y pueden convencernos de nuestros errores y conducirnos a Dios (véase Alma 37:8).

Desde luego, en última instancia, podemos dar testimonio de la verdad porque hemos recibido el testimonio de la verdad del Espíritu Santo, que es “el testimonio del cielo” (Moisés 6:61). En esa función, el Espíritu Santo registra la verdad en las “tablas de carne [de nuestro] corazón” (2 Corintios 3:3). Él nos ayuda a recordar a Cristo y todo lo que Él nos ha enseñado (véase Juan 14:26).

La conexión entre Jesús, los registros, el Espíritu Santo y el recordar se encuentra en Moroni 10:3–5. Se nos promete que si leemos el Libro de Mormón, que es un registro sagrado, con ánimo de recordar y preguntar a Dios en el nombre de Cristo con un corazón sincero, con verdadera intención y con fe en Cristo, el Espíritu Santo nos manifestará la veracidad del registro. Y si ese registro en particular es verdadero, entonces Jesús es el Cristo.

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Un ángel visita a Alma y a los hijos de Mosíah

Alma, Arise [Alma, levántate], por Walter Rane

Recordar para ser redimidos

Recordar a Jesús conduce a la redención y a la salvación. Consideren la función que desempeñó el recordar en la redención del joven Alma. Cuando el ángel se apareció a Alma, le dio el mandamiento de que “no trat[ara] más de destruir la iglesia”. Pero aun antes de emitir ese edicto, el ángel declaró: “[R]ecuerda la cautividad de tus padres […] y recuerda cuán grandes cosas [Cristo] ha hecho por ellos; pues estaban en servidumbre, y él los ha libertado” (Mosíah 27:16; cursiva agregada).

El mandato del ángel de recordar no era simplemente una directiva sabia de una amplia aplicación; para Alma, era un indicio específico, una sugerencia amorosa, de cómo podía sobrevivir a la experiencia cercana a la muerte que estaba a punto de tener.

Unos veinte años después, Alma compartió con su hijo Helamán en dramático detalle lo que pasó mientras estaba paralizado y sin palabras durante tres días, “arrepintiéndo[s]e casi hasta la muerte” (Mosíah 27:28). Después de que el ángel partió, Alma ciertamente recordó, pero todo lo que podía recordar eran sus pecados.

“[M]e martirizaba un tormento eterno”, recordó Alma. “Sí, me acordaba de todos mis pecados e iniquidades, por causa de los cuales yo era atormentado con las penas del infierno” (Alma 36:12–13). La idea de presentarse ante Dios llenó a Alma de tal “indecible horror” que pensó en escapar, no simplemente al morir, sino al ser “aniquilado en cuerpo y alma” (Alma 36:14–15).

Aquí debemos hacer una pausa y entender: Alma no estaba simplemente pagando una terrible pena de tres días que había sido predeterminada como la consecuencia apropiada de sus pecados; no, más bien, estaba en el principio —los primeros tres días— de estar “ceñido con las eternas cadenas de la muerte” (Alma 36:18; cursiva agregada).

Sin duda, habría permanecido en ese terrible estado después de tres días indefinidamente, si no hubiera sido por el hecho de que, misericordiosamente, de alguna manera, desde algún lugar, recordaba que su padre había profetizado “concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo”. Entonces dijo:

“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!

“Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados” (Alma 36:17–19).

Alma había obedecido el mandato del ángel de recordar; había recordado a Jesús. Y así como Jesús había librado a los padres de Alma del cautiverio, liberó a Alma del suyo.

¡Qué tierna misericordia y poderosa liberación! ¡Qué asombroso cambio en el corazón y la mente! Alma, que solo unos momentos antes pensaba escapar de la presencia de Dios al extinguirse, ahora imaginaba a Dios y a Sus santos ángeles y “anhel[aba] estar allí” (Alma 36:22).

Esa milagrosa transformación se activó mediante un simple recuerdo. La experiencia de Alma da significado literal a las últimas palabras del sermón final del rey Benjamín: “Y ahora bien, ¡oh hombre!, recuerda, y no perezcas” (Mosíah 4:30).

Él se acuerda de nosotros

Al esforzarnos por recordar siempre a Jesús, es importante tener presente que Él siempre se acuerda de nosotros. Cristo nos ha grabado en las palmas de Sus manos (véase Isaías 49:16). Piensen en ello: El benevolente Jesús no se olvidará de nosotros; no puede hacerlo; sin embargo, olvida muy fácilmente y de buena gana nuestros pecados que tanto lo hirieron.

Eso vale la pena recordarlo.

Notas

  1. ¡Grande eres Tú!”, Himnos, nro. 41.

  2. The Teachings of Spencer W. Kimball, editado por Edward L. Kimball, 1982, pág. 112.