2023
¿Y si todo lo que hiciera estuviera motivado por el amor a Dios?
Septiembre de 2023


Solo para la versión digital: Jóvenes adultos

¿Y si todo lo que hiciera estuviera motivado por el amor a Dios?

Me fijé una meta sencilla: “Hacer una cosa cada día para amar a Dios, amar a los demás y amarme a mí misma”.

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Una mujer escribiendo en un diario

A veces, ser una buena persona parece mucho trabajo.

Solía pensar que ser semejante Cristo era como una lista enorme de cosas que tenía que hacer y ser. Cuando trataba de fijarme metas, me sentía abrumada al pensar en lo lejos que estaba de donde debía estar. Sentía que estaba fracasando de tantas maneras que no sabía por dónde empezar, como cuando tu habitación está tan desordenada que no sabes qué limpiar primero.

Durante una época en la que me sentía incapaz, un pasaje de las Escrituras seguía acudiendo a mi mente:

“Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39).

Me di cuenta de que me había centrado más en “practicar” el Evangelio que en llegar a ser semejante al Salvador. De alguna manera, con tantas distracciones, el amor se perdió a lo largo del camino, pero ¿no se suponía que el amor era lo más importante? Durante Su ministerio, Jesucristo enseñó al pueblo una ley más elevada y santa: amar a Dios con todo su corazón y amar a los demás como se aman a sí mismos. Cada vez que me sentía desanimada, recordaba las palabras de Jesús y pensaba: “Mientras tome decisiones por amor a Dios y a los demás, estaré en el camino correcto”.

Una meta sencilla

Decidí fijarme una meta sencilla: “Hacer una cosa cada día para amar a Dios, a los demás y a mí misma”.

Lo escribí en la primera página de un nuevo diario. Nunca he sido una gran aficionada a los diarios, pero pensé que sería importante registrar lo que estaba haciendo.

El primer día fue un domingo de ayuno. Antes de acostarme, escribí lo que había hecho para trabajar en mi meta.

Escribí que había demostrado amor a Dios al ir a la Iglesia y quedarme las dos horas, aunque no tuviera ganas. Compartí mi testimonio en la reunión sacramental. Y cuando leí las Escrituras, escribí mis pensamientos para realizar un estudio más significativo y centrado.

Escribí que había amado a los demás al unirme a una llamada familiar con mis padres a pesar de que estaba cansada. Ayuné por una amiga que sabía que tenía dificultades y le envié un mensaje alentador. Pasé tiempo con mi hermano.

Me había amado a mí misma al tomar una siesta y permitirme relajarme. Y me fui a dormir antes de lo normal para poder estar más descansada para el trabajo al día siguiente.

Ninguna de esas cosas era grande, pero cuando repasé lo que había escrito, sentí paz. Mi día había estado lleno de amor y eso es lo que el Padre Celestial quería para mí.

Durante toda la semana recordé mi meta y escribí cómo demostraba amor. Fui al templo. Escuché a las personas desahogarse sobre sus problemas. Dije cosas amables a los demás. Hice cosas que me hicieron feliz. Cuidé mejor de mí misma. Hice más espacio para las personas de mi vida. Dediqué tiempo a reflexionar y conectarme con Dios.

Cambiada gracias al amor de Dios

Después de unos días, me sorprendió la diferencia. Al tener como meta el mostrar amor cristiano, las cosas que por lo general me parecían una carga se convirtieron en expresiones de amor por Dios, por los demás y por mí misma. Comencé a buscar nuevas oportunidades para expresar amor, ya fuera llevarle un vaso de agua a mi hermana, hacer mi cama o hacer una pausa para ofrecer una oración de gratitud.

Sentí como si estuviera viendo el mundo con nuevos ojos y, al buscar maneras de amar, también me di cuenta del amor que me rodeaba todos los días. Agregué una nueva sección a las anotaciones de mi diario: “Cómo he percibido el amor de Dios hoy”. Escribí las cosas atentas que las personas hacían por mí y las palabras amables que ofrecían. Anoté cosas buenas que vi hacer a las personas por los demás. Escribí las pequeñas y tiernas misericordias de Dios que noté cada día. Escribí todas las maneras en que me sentí edificada, todas las cosas que me dieron esperanza.

La hermana Susan H. Porter, Presidenta General de la Primaria, enseñó: “Cuando saben y comprenden cuánto se les ama como hijo o hija de Dios, eso lo cambia todo. Cambia el modo en que se sienten en cuanto a ustedes mismos cuando cometen errores. Cambia el modo en que se sienten cuando sobrevienen dificultades. Cambia su modo de ver los mandamientos de Dios. Cambia su modo de ver a los demás y su capacidad para marcar una diferencia”1.

Al continuar con mi meta, descubrí cuán cierto era eso. Pude sentir que todo mi corazón cambiaba y entendí mejor que nunca el poder del amor de Dios.

Al cabo de un mes, escribí esto en mi diario:

“Siento esperanza en lugar de estrés. Soy consciente de mis debilidades, pero siento que mientras siga inclinando mi corazón a Dios, las cosas estarán bien, aunque nunca pueda arreglar las partes débiles y quebrantadas de mí misma. Mi corazón es lo que más importa, y un corazón que ama a Dios y a los demás y trata de servir y edificar es un buen corazón”.

Un mejor corazón

Ojalá pudiera decir que nunca me he saltado un día en mi diario. La verdad es que a veces pierdo el hábito, incluso por meses, pero cada vez que empiezo de nuevo, puedo sentir la diferencia. Abro los ojos una vez más para ver el amor del Salvador a mi alrededor y todas las maneras en que puedo contribuir a ese amor.

He llegado a comprender mejor la verdad de que “la caridad nunca deja de ser” (Moroni 7:46), porque cuando sentía que yo estaba fallando, el amor de Jesucristo es lo que me volvía a levantar. Cuando siento el amor del Salvador, quiero reflejarlo en el mundo y sé que, al esforzarme por hacerlo, Él me bendecirá con un corazón mejor y más fuerte, uno que pueda amar como Él lo hace.