2023
Agradecida de “escucharlo a Él”
Septiembre de 2023


“Agradecida de ‘escucharlo a Él’”, Liahona, septiembre de 2023.

Agradecida de “escucharlo a Él”

Me cuesta escuchar en la Iglesia, pero esta historia del Nuevo Testamento me ayudó a ver mi situación de otra manera.

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un hombre parado en el púlpito

He perdido gran parte del sentido del oído durante la mayor parte de mi vida y solo puedo entender cerca del veinte por ciento de lo que se dice en el púlpito durante la mayoría de las reuniones de la Iglesia. De vez en cuando, mi sordera me hace sentir sola y apartada, como cuando la congregación ríe del comentario humorístico de algún discursante, pero yo no, pues no lo he escuchado. Pero yo no soy la única. Algunos miembros mayores del barrio me confiaron que también les resulta difícil escuchar.

A veces, tras esforzarme por entender a algún discursante que ha hablado en voz baja en la reunión sacramental o cuando el maestro de la Escuela Dominical dice que no hay necesidad de usar el micrófono porque todos pueden oír, me pregunto por qué voy a la Iglesia, si oigo tan poco. ¿No estaría aprovechando mejor el tiempo en casa, leyendo las lecciones de Ven, sígueme o estudiando las Escrituras?

Aun así, quería ser obediente y seguí asistiendo con mi familia para renovar mis convenios bautismales y recordar al Salvador al participar de la Santa Cena. Siempre ha sido una bendición sentir el Espíritu, y siempre me he sentido edificada por aquellas cosas que sí ha podido oír.

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Jesús y la mujer con flujo de sangre

Un domingo, el miembro del sumo consejo que habló en la reunión sacramental tenía una de esas voces claras y sonoras que hizo que fuera más fácil escuchar. Habló del relato del Nuevo Testamento acerca de la mujer que sufría de flujo de sangre desde hacía doce años y tuvo fe en que podía ser sanada si tan solo extendía la mano y tocaba el manto de Jesús mientras Él pasaba (véase Lucas 8:43–48).

Luego, el discursante ofreció una conmovedora reflexión que me impactó profundamente, al explicar que, debido a su enfermedad, a la mujer se le habría considerado impura y lo más probable era que no se le hubiera permitido asistir a la Iglesia. ¡Durante doce años!

Las ramificaciones de aquello me dejaron sin aliento. Aunque estaba enferma, la mujer probablemente no estaba tan mal como para no poder asistir a la Iglesia, al menos de vez en cuando. Pero debido a las costumbres sociales de la época, no se le permitía asistir. ¡Qué prueba tan terrible para una persona de fe!

Al meditar en el dolor que debió haber sentido al prohibírsele adorar a Dios con otros creyentes debido a su enfermedad —algo sobre lo que no tenía ningún control—, el Espíritu me abrió los ojos para ver cómo su situación se comparaba con la mía. Comprendí que, aunque no podía participar plenamente, al menos tenía el privilegio de asistir a la Iglesia y escuchar lo que pudiera. En cambio, la mujer no tenía opción. Me sentí avergonzada por las veces que, brevemente, había considerado quedarme en casa.

Al instante, Dios me habló al corazón, y me hizo saber que Él no quería que me sintiera culpable. Quería que me sintiera agradecida; agradecida por el privilegio de asistir a la Iglesia y ser fortalecida al relacionarme con discípulos fieles de Cristo. Aunque no pudiera escuchar todo, podía entender algunas cosas, y cada una de ellas bendijo mi vida. También ha habido momentos especiales en los que el Espíritu me ha ayudado a entender aquellas cosas que no he podido escuchar.

Me sentí agradecida por la libertad de adorar a Dios y disfrutar de las bendiciones de ir a Su casa. El Espíritu me testificó que era mucho, mucho mejor para mí estar en las reuniones de la Iglesia, participar de la Santa Cena y aprender lo que pudiera, que no asistir en absoluto.

Mi actitud cambió ese día. En lugar de sentirme abatida por mis limitaciones, la paz me invadió el corazón y decidí centrarme en las bendiciones de asistir a la Iglesia. Decidí hacer un esfuerzo sincero por estar agradecida por lo que sí puedo escuchar, en vez de desanimarme por lo que no puedo.

El élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo: “El ser agradecido en tiempos de aflicción no significa que estamos complacidos con nuestras circunstancias; lo que significa es que mediante los ojos de la fe podemos ver más allá de nuestras dificultades actuales”1. La mujer que extendió la mano para tocar el manto de Jesús fue para mí un maravilloso recordatorio de que debo tener la suficiente fe en el Señor para ver más allá de mis limitaciones y la suficiente confianza en Dios para saber que Él me bendecirá a fin de elevarme por encima de mis limitaciones físicas.

La vida viene con todo tipo de desafíos que nos ponen a prueba espiritual, emocional o físicamente, pero incluso en los momentos de aflicción, se nos insta a estar agradecidos por las bendiciones que disfrutamos. El Señor dijo:

“… mis amigos, no temáis, consuélense vuestros corazones; sí, regocijaos para siempre, y en todas las cosas dad gracias […];

“y todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre” (Doctrina y Convenios 98:1, 3).

La autora vive en Utah, EE. UU.