Manuales y llamamientos
Desarrolle un plan personal para estudiar el evangelio


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Desarrolle un plan personal para estudiar el evangelio

El élder M. Russell Ballard dijo: “Es imperativo que cada uno de nosotros haga todo lo posible por aumentar nuestro conocimiento y entendimiento espiritual por medio del estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas vivientes. Cuando leemos y estudiamos las revelaciones, elEspíritu le confirma a nuestro corazón la veracidad de lo que estamos aprendiendo; de esa forma, la voz del Señor se dirige a cada uno de nosotros” (“Maravillosas son las revelaciones del Señor”, Liahona, julio de 1998, pág. 34).

Las siguientes sugerencias pueden ayudarle a desarrollar un plan de estudio para “aumentar [su] conocimiento y entendimiento espiritual”, como aconsejó el élder Ballard. Su plan no tiene que ser abrumador, pero debiera ayudarle a ser constante en su estudio del Evangelio. Quizás desee escribir su plan en un diario personal o en un cuaderno a fin de no olvidarlo.

Qué estudiar

Concentre su estudio del Evangelio en las Escrituras. Quizás prefiera estudiar un determinado libro de las Escrituras en su totalidad o dedicarse a uno o varios temas específicos leyendo lo que todos los libros canónicos contengan al respecto. Podría asimismo combinar estos dos métodos, estudiando un libro de las Escrituras y concentrándose en principios o temas específicos a medida que los encuentre.

También debería estudiar las enseñanzas de los profetas modernos tomadas de las conferencias generales y de la revista Liahona.

Si usted ha sido llamado como maestro, su manual de lecciones es parte esencial de su plan de estudio.

También debería considerar la posibilidad de incluir lo siguiente en su estudio del Evangelio: (1) el material de lecciones para el Sacerdocio de Melquisedec y la Sociedad de Socorro, (2) pasajes asignados de las Escrituras para la clase Doctrina del Evangelio de la Escuela Dominical, y (3) artículos publicados en la revista Liahona.

Cuándo estudiar

Si es posible, establezca un tiempo determinado durante el cual pueda estudiar sin interrupciones. El élder Howard W. Hunter aconsejó:

“Muchos consideran que el mejor tiempo para estudiar es por la mañana, cuando la mente está despejada después del sueño y se han desvanecido aquellas preocupaciones que la entorpecen y enturbian el pensamiento. Otros prefieren estudiar de noche, cuando las preocupaciones y el trabajo diarios se han dejado a un lado, y así terminar el día con la paz y la tranquilidad que proporciona la comunión con las Escrituras.

“Lo que es más importante que la hora del día, quizás sea la regularidad con que se realice el estudio. Sería ideal que se dedicara una hora cada día; pero si no se puede, entonces podríamos lograr mucho con media hora, siempre que lo hagamos regularmente. Quince minutos no es mucho tiempo, pero es sorprendente toda la instrucción y el conocimiento que se pueden lograr al estudiar un tema tan significante” (“El estudio de las Escrituras”, Liahona, enero de 1980, pág. 97).

Cómo estudiar

Antes de que comience a estudiar, ore para recibir agudeza de ingenio y comprensión. Medite en lo que lea y trate de encontrar maneras de aplicarlo en su vida personal. Aprenda a reconocer y a escuchar la inspiración del Espíritu.

Considere la posibilidad de utilizar algunas o la totalidad de las siguientes ideas para enriquecer su estudio:

  • Emplee las ayudas proporcionadas en los libros canónicos publicados por la Iglesia, tales como la Guía para el Estudio de las Escrituras con selecciones de la traducción de José Smith de la Biblia, mapas, índices geográficos, etc. (Véanse sugerencias adicionales en “El enseñar en base a las Escrituras”, pág. 59.)

  • A medida que lea, pregúntese a sí mismo: “¿Qué principio del Evangelio enseña este pasaje? ¿Cómo puedo aplicarlo en mi vida?”

  • Disponga de un cuaderno o de un diario personal donde pueda ir registrando sus pensamientos y sus sentimientos. Resuélvase a escribir lo que aprenda a fin de poder aplicarlo en su vida. Repase con frecuencia lo que haya anotado.

  • Antes de leer un capítulo de las Escrituras, lea el encabezamiento. Esto le ofrecerá algunas ideas de lo que podrá buscar en ese capítulo.

  • Marque y haga notas en sus libros canónicos. Escriba en el margen las referencias de Escrituras que aclaren los pasajes que esté estudiando.

  • Memorice los versículos que sean particularmente significativos para usted.

  • Incluya su propio nombre en un versículo de Escritura a fin de personalizarlo.

  • Después de haber estudiado, agradezca al Señor en oración lo que haya aprendido.

  • Comparta con alguien lo que aprenda. Al hacerlo, sus mismos pensamientos serán más claros y aumentará su poder de retención.

Haga todo lo que pueda

Cierta hermana miembro de la Iglesia trató muchas veces de seguir programas específicos para estudiar las Escrituras, pero siempre le resultaba difícil hacerlo. Tiempo después comentó:

“Parecía ser que al tratar de criar una familia y cumplir a la vez con mis responsabilidades en la Iglesia, yo nunca lograba realizar completamente mi cometido. Designaba un tiempo y un lugar determinados para estudiar cada día, pero mi programa solía ser interrumpido por las necesidades de mis hijos, ya fuera que estuvieran enfermos o que pasaran dificultades típicas de una familia en pleno desarrollo. En esa época de mi vida, nunca me consideré como alguien que tenía éxito en el estudio de las Escrituras.

“Entonces un día mi madre vino a visitarnos. Vio la mesa cubierta con materiales de la Iglesia —entre ellos mis libros canónicos— y me dijo: ‘Me encanta cómo siempre lees las Escrituras. Siempre parecen estar abiertas sobre una u otra mesa’.

“De pronto percibí una nueva visión de mí misma. Ella tenía razón. Yo leía y estudiaba constantemente las Escrituras, aunque no fuera parte de mi estudio formal de ellas. Amaba las Escrituras; me alimentaban. Tenía pasajes de las Escrituras pegados en las paredes de la cocina que me animaban a medida que trabajaba, versículos que hacía memorizar a mis hijos para los discursos que daban en la iglesia. Yo vivía en un mundo de lectura de las Escrituras y comprendí que me estaban nutriendo abundantemente”.