2022
Estaba equivocada
Abril de 2022


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Estaba equivocada

Una mañana intenté hacer mi oración un poco diferente; mientras me arrodillaba recordé que en la última clase del domingo nos habían enseñado sobre aceptar la voluntad del Señor. Entonces hice mi oración como siempre, pero antes de terminarla dije: “Señor, ¿que deseas que yo haga?, hágase tu voluntad y no la mía. En el nombre de Jesucristo. Amen”. Enseguida vino a mi mente la palabra “misión” y me levanté de un salto sin poder creerlo. No quería ir a una misión; en mi bendición patriarcal no hablaba de ninguna misión y nunca sentí el deseo de ir. En ese momento deseé que me hubiera pedido hacer cualquier otra cosa menos eso.

Pasaron unos días y decidí ir al templo con una hermana del barrio. Busqué una oportunidad para estar a solas e hice una oración para preguntar si debía ir a una misión. Cuando terminé, tomé las Escrituras y las abrí al azar. Mis ojos se detuvieron en este versículo: “Porque de cierto, de cierto os digo, que sois llamados a alzar vuestras voces como con el son de trompeta, para declarar mi evangelio a una generación corrupta y perversa” (D. y C. 33:2).

Traté de negar la experiencia y le pregunté a la hermana que me acompañó si era necesario salir a una misión para compartir el Evangelio. Para mi sorpresa, ella coincidió conmigo en que no hacía falta salir a una misión para poder hacerlo. Así que por un tiempo esa respuesta me dejo tranquila. Pero la duda sobre si debía ir o no a una misión continuaba en mis pensamientos.

Fui dos veces más al templo e hice lo mismo; una oración, abrir las Escrituras aleatoriamente y siempre me tocaba la misma Escritura. Entonces sentí que tenía que dejar de preguntar. Recordé el relato de las 116 páginas perdidas del Libro de Mormón. José Smith había preguntado al Señor en oración si debía prestarle el manuscrito a Martin Harris y el Señor le prohibió que prestara el manuscrito. Después de que José insistiera, preguntándole por tercera vez, el Señor finalmente se lo permitió y todos sabemos lo que sucedió por su desobediencia.

En ese tiempo me había puesto la meta de leer La Biblia. En uno de mis estudios personales estaba leyendo el libro de Ezequiel y me encontré con esta Escritura: “Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas tú rebelde como esa casa rebelde; abre tu boca y come lo que yo te doy” (Ezequiel 2:8).

Al terminar de leer esas palabras empecé a llorar; me di cuenta de lo equivocada que estaba. Me arrodillé e hice una oración para pedirle perdón por todo lo que había hecho mal y le prometí hacer Su voluntad. Gracias a esta experiencia pude servir como misionera de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la Misión México, Ciudad de México Noroeste. Estoy tan agradecida a mi Padre Celestial por esta experiencia, por no darse por vencido conmigo y tener tanta fe en mí, más de la que yo podría tener.