2022
¿Cómo podía dar un discurso en un idioma que todavía estaba aprendiendo?
Septiembre de 2022


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¿Cómo podía dar un discurso en un idioma que todavía estaba aprendiendo?

Como líder de misión, aprendí a confiar en el Señor aun cuando me sentía incapaz.

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Un Libro de Mormón y un manual en español

Fotografía por Karel Denisse Calva Sanchez

Mientras servía en Santiago, Chile, como líder de misión con mi esposo, quien fue presidente de misión de 2012 a 2015, aprendí algunas lecciones que me cambiaron la vida acerca de la realidad de los milagros y cómo estos suceden. Aceptar ese llamamiento me puso en una situación algo incómoda debido a mi incapacidad para hablar el idioma de nuestra misión. Inicialmente, me sentí agobiada por mi ineptitud.

Una llamada telefónica de un familiar al principio de la misión me ayudó a darme cuenta de que me estaba centrando demasiado en mí misma y en mis dificultades. Recordé el consejo que el padre del presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) le dio y que este compartió en cuanto a “olv[idarse] de [uno] mismo y pon[erse] a trabajar”1 y decidí cambiar mi perspectiva. Cada vez que me sentía desanimada, me preguntaba: “¿En quién estás pensando?”. La respuesta era siempre en mí, así que me arrepentía y tornaba mis pensamientos hacia los demás. Decidí centrarme en los misioneros, en las personas a las que enseñaban o en mi familia.

También trataba de recordar lo que sí podía hacer en vez de centrarme en lo que no podía hacer. Podía sonreír, dar abrazos y esforzarme por aprender español, aunque aquello con frecuencia resultara en intentos fallidos. Salía con las misioneras a menudo (en vez de esconderme en la casa de la misión, donde estaba a salvo), aun cuando sentía que no había mucho que pudiera aportar.

Conforme estaba dispuesta a seguir dando pequeños pasos de fe, sentía el poder fortalecedor de Cristo mediante Su sacrificio expiatorio que me ayudaba a vencer mis debilidades (véase Jacob 4:7). Al meditar sobre las experiencias que tenía, reconocí un patrón similar en la vida de mis personajes preferidos de las Escrituras. La siguiente es una entrada de mi diario de octubre de 2014:

“Hay muchos ejemplos en las Escrituras de personas que eligieron dejar de lado la complacencia, tales como María, la madre de Jesús; Rut; Ester; Pablo; Enoc; Lehi y Nefi; Alma; Ammón y sus hermanos; Samuel; Abinadí; los 2000 jóvenes lamanitas; José Smith y muchos otros. Todos ellos aceptaron oportunidades que los tornaron vulnerables. No podían predecir ni controlar el resultado de sus circunstancias. Se encontraban en situaciones que distaban mucho de resultarles cómodas y el riesgo de peligros, dolores, sufrimientos, rechazo y fracaso era muy probable, lo que hacía necesario para ellos ser rescatados por el Espíritu y por los dones de Dios.

“El hombre natural [véase Mosíah 3:19] quiere certeza, seguridad y control, pero he aprendido que, por lo general, tales circunstancias no propician que Dios obre Sus milagros. La experiencia me ha enseñado que cuando las personas deciden limitar lo que pueden hacer y lo que harán, basándose en lo que les resulta cómodo o para evitar el fracaso, limitan lo que Dios puede hacer con ellas. Parece que Él obra Sus milagros para con nosotros con más frecuencia cuando nos volvemos vulnerables [a Su voluntad], cuando estamos dispuestos a dar un paso hacia lo desconocido… y apoyarnos más plenamente en nuestra fe en Él, y no en nuestras propias capacidades. He aprendido que si me preocupo más por el proceso de aprender, progresar y llegar a ser que por el riesgo de fracasar, abro la puerta al poder fortalecedor que me ofrece la expiación de Jesucristo”.

Una experiencia que me ayudó a aprender esta lección tuvo lugar cuando el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, visitó nuestra misión, además de las otras tres misiones de Santiago. Había más de mil misioneros reunidos en nuestra capilla, donde a mi esposo se le había pedido que dirigiera la reunión. El élder Holland entró en la capilla, se sentó junto a mi esposo, se inclinó hacia nosotros y dijo: “Bien, esto es lo que vamos a hacer. Hermana Wright, usted hablará primero y representará a todas las esposas de los presidentes de misión que se encuentran aquí. Luego será el turno del presidente Wright”.

Sinceramente, no escuché el resto de la minuta. Nunca se me había ocurrido que el élder Holland me pediría que hablara, así que no había preparado nada. Prefiero tener tiempo a fin de prepararme para hablar, tiempo para, al menos, ordenar un poco las ideas, pero hablaría inmediatamente después del primer himno y de la oración.

Mientras las ideas se me agolpaban en la mente, sentí el deseo repentino de pronunciar el mensaje en español. Sin embargo, a pesar de que llevábamos un año en la misión y de que me había esforzado mucho para aprender español, seguía teniendo dificultades con el idioma y definitivamente no hablaba con fluidez. El traductor estaba a mi disposición si hablaba en inglés, pero era una misión de habla hispana, y tenía grandes deseos de hablar en español. Hablar en inglés me costaría mucho; pero hablar en español me parecía un salto enorme. Así que, en medio del son de mil misioneros cantando “Llamados a servir” (Himnos, nro. 161), respiré hondo, confesé mis ineptitudes a mi Padre Celestial y supliqué ayuda para que el Espíritu me rescatara.

Le dije al Padre Celestial que no tenía idea de qué decir ni de cómo decirlo en español, pero le prometí que abriría la boca y lo haría lo mejor posible, teniendo fe en que Él la llenaría (véase Moisés 6:32). En ese momento, sentí que me sobrevenía una seguridad apacible, y después de la oración, me levanté al púlpito y comencé a hablar. Algunas palabras en las que había meditado antes regresaron en ese momento de necesidad, incluso en el idioma extranjero en el que me costaba comunicarme. Me senté después de mi breve discurso de tres minutos, todavía sintiéndome en paz, pero sin saber cuán eficazmente me había comunicado.

Después de la reunión, el hermano que había actuado como traductor del élder Holland se me acercó y me dijo: “Hermana Wright, ¡no tenía idea de que hablara tan bien el español!”. Le contesté: “No lo hablo bien”, pero él me aseguró que no había cometido ningún error.

Estoy segura de que ninguno de esos misioneros recuerda nada de mi breve mensaje de aquel día, pero para mí fue una experiencia que me cambió la vida. Aprendí a poner mi confianza en el Padre Celestial y en el Salvador, y que Ellos podían fortalecerme y que lo harían pese a mis debilidades, si estaba dispuesta a dar un salto de fe. Si hubiera elegido la ruta segura y hubiera recurrido al traductor, tal vez nunca hubiera aprendido cómo Ellos nos rescatan cuando estamos dispuestos a dejar que Dios prevalezca2.

Siempre me ha gustado esta parte de la definición de “Gracia” del Bible Dictionary [Diccionario bíblico en inglés]: “Es […] mediante la gracia del Señor que las personas, por medio de la fe en la expiación de Jesucristo y el arrepentimiento de sus pecados, reciben fortaleza y ayuda para realizar buenas obras que de otro modo no podrían efectuar por sus propios medios”.

Aquel día sentí Su gracia. Dar ese salto de fe me dio el valor para dejar la complacencia muchas veces más en el futuro. El fracaso siempre será parte del proceso de aprendizaje; así lo experimenté en infinidad de ocasiones con el idioma durante el resto de la misión. Pero cuando más importaba, sentí que el sostén y la fortaleza de Jesucristo me elevaron por encima de mis capacidades naturales a fin de poder ser el instrumento en Sus manos que Él necesitaba que fuera para bendecir a los demás. Mi fe y confianza en Él han crecido exponencialmente, lo cual es el mayor don que me llevé a casa de nuestra misión. Cuando regresamos a casa, ya sabía hablar español con fluidez, y ahora puedo usarlo para servir a otras personas como voluntaria en mi comunidad y en la rama de habla hispana donde actualmente asistimos a la Iglesia.

Tengo un testimonio de que “si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).

Notas

  1. Sweet Is the Work: Gordon B. Hinckley, 15th President of the Church”, New Era, mayo de 1995, pág. 8.

  2. Véase Russell M. Nelson, “Que Dios prevalezca”, Liahona, noviembre de 2020, pág. 92.