Liahona
Preservar nuestra relación con el Padre Celestial y Jesucristo
Febrero de 2024


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Preservar nuestra relación con el Padre Celestial y Jesucristo

Podemos esforzarnos por preservar nuestra relación con Ellos a fin de permanecer firmes en este mundo.

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Mujer orando

No hace mucho, mientras leía las Escrituras, me encontré con la palabra preservar y me impactó de una manera que no había reconocido anteriormente. Una pequeña semilla quedó sembrada en mi mente. A partir de entonces, sentí que me encontraba con esta palabra en todas partes.

Sentí que el Espíritu me invitaba a reflexionar sobre tres preguntas:

  1. ¿Qué significa preservar algo?

  2. ¿Qué estoy tratando de preservar en mi vida?

  3. ¿Cuáles son los pasos visibles que estoy dando hacia esa preservación?

La primera pregunta me llevó, como era de esperarse, al diccionario para buscar preservar. Me encantan las palabras que encontré allí; me ayudaron a visualizar el propósito de la preservación. Aprendí, por ejemplo, que preservar significa:

  • Resguardar anticipadamente a alguien o algo, de algún daño o peligro

  • Proteger, cuidar, mantener

  • Conservar, asegurar, defender, resguardar, perpetuar, amparar

En definitiva, este ejercicio me puso claramente de relieve algunas cosas:

  1. Nuestro deseo de preservar algo indica su valor en nuestra vida.

  2. Queremos preservar estas cosas preciosas porque sabemos que son susceptibles de sufrir daños, deterioro, erosión o incluso destrucción.

  3. El solo deseo de preservar algo no es suficiente. Debemos tomar medidas perceptibles para proteger las cosas que valoramos y evitar cualquier corrupción perjudicial.

Con ese entendimiento, pude discernir lo que el Espíritu del Señor estaba tratando de decirme. Quería que evaluara, antes que nada, cómo puedo preservar mi fe en el Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo, así como mi relación con Ellos.

Esta pregunta singular me llevó a poner en práctica todo lo que estaba aprendiendo acerca de la preservación a mi relación con el Padre Celestial y Jesucristo y los convenios que he hecho con Ellos. Me llevó a determinar si los había situado a Ellos en la posición predominante de mi lista personal de valores, permitiendo que todo lo demás de mi vida fluyera de esa relación tan importante.

El lugar de Ellos en nuestra vida nos ayuda a preservar el resto de nuestras relaciones. Preservar nuestra relación con Jesucristo nos ayuda a saber cómo usar las virtudes rectas en nuestra búsqueda de la afinidad divina con todos los hijos de Dios, haciendo que esos valores se centren más en Cristo.

También he llegado a reconocer que así como Dios nos pide que lo pongamos a Él en primer lugar en nuestra vida, Él hace lo mismo por mí, por ustedes y por todos Sus hijos. En Su propia voz, Dios dijo: “Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).

En este y en otros pasajes de las Escrituras (véase 2 Nefi 29:9), Dios nos dice que Su máxima prioridad somos nosotros, Sus hijos. Él desea que participemos de Su gloria, que tengamos el gozo para el cual fuimos creados (véase 2 Nefi 2:25) y que obtengamos “la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios” (Doctrina y Convenios 14:7). En Su oración intercesora, Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Al considerar los pasos perceptibles que Dios da para preservar Su relación conmigo, puedo discernir un modelo que me enseña cómo puedo yo preservar mi relación, recíprocamente, con Él.

Cuatro maneras en las que Dios obra para preservar Su relación con nosotros

Dios envió a Su Hijo Jesucristo para expiar por nosotros

Un padre amoroso y sabio nos envió a Jesucristo para redimirnos de los efectos del pecado, asegurando así que no quedáramos en un estado perpetuo de separación de Dios. En cambio, mediante el don de la misericordia divina de nuestro Salvador, a todos se nos otorga de manera incondicional la inmortalidad y el regreso a la presencia de Dios para ser juzgados (véase 2 Nefi 2:5–10; Helamán 14:15–17). En el Jardín de Getsemaní y en el Calvario, Él utilizó Su poder, dado por el Padre (véase Helamán 5:11), para padecer por “todos, para que no padezca[mos], si [nos] arrep[entimos]” (Doctrina y Convenios 19:16). Luego, colgó de ese madero y entregó Su vida por nosotros (véase 1 Pedro 2:24).

¿Qué haríamos, entonces, para preservar una relación con Él, quien tan poderosamente demostró lo que estaba dispuesto a hacer por nosotros?

  • ¿Seremos más plenamente Sus discípulos devotos?

  • ¿Tomaremos más plenamente Su nombre sobre nosotros?

  • ¿Seremos más responsables y nos arrepentiremos cuando nos equivoquemos?

  • ¿Nutriremos nuestro testimonio?

Dios ha enviado Su palabra por medio de las Escrituras y de los profetas y apóstoles modernos

Otra señal clara de lo mucho que Dios nos valora es que Él nos da el poder preservador y protector de Su palabra. Como prometió Nefi:

“Quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones […] del adversario para […] llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:24).

Dios nos comunica Sus palabras vivientes por medio de los testamentos de las Escrituras, pero también por boca de profetas y apóstoles vivientes. La Iglesia de Jesucristo tiene líderes escogidos por Él y a quienes se ha otorgado el poder y la autoridad para declarar Su voluntad a Su pueblo.

La palabra de Dios puede atravesar cualquier inclinación natural que tengamos hacia la “cultura, los hábitos, los prejuicios, las ideas preconcebidas y las dudas” del mundo1. Su palabra puede hablar directamente “a lo más profundo” de nuestro corazón, sin importar nuestro nivel de rectitud2. “La palabra de Dios puede separar la verdad del error” y ayudarnos a reconocer y eliminar de nuestro pensamiento cualquier enseñanza falsa que pudiera nublar nuestro razonamiento y entendimiento “contraponiéndola a las verdades claras y preciosas de Dios”3.

Entonces, ¿qué podemos hacer para preservar nuestra fe en las palabras de Dios, tal como las recibimos mediante las Escrituras y Sus profetas y apóstoles escogidos?

  • ¿Escucharemos con mayor intención sus enseñanzas?

  • ¿Nos “aferraremos” a la palabra de Dios cuando vengan las tentaciones, las pruebas o los desafíos, para que no seamos vencidos?

Dios nos ofrece una relación más profunda y la salvación por medio de convenios con Él

Las promesas más importantes que hacemos con Dios son las que hacemos mediante convenios. Estos acuerdos sagrados son la forma en que Dios ha obrado con Sus hijos desde el principio de los tiempos. Vemos cómo Dios muestra Su compromiso con Sus hijos del convenio desde muy temprano en las Escrituras, comenzando en el libro de Génesis (véase Génesis 6:18) y continuando a lo largo de la historia de las Escrituras. Hacer y guardar convenios puede ser una guía poderosa en las decisiones que tomamos.

Esas “preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4) están relacionadas con las ordenanzas y los convenios que hacemos con Dios el Padre por medio de Su Hijo Jesucristo y Dios nos pide que participemos en ellos para que Él pueda preservarnos de la corrupción del mundo.

Entonces, ¿qué podemos hacer para preservar nuestra relación con el Padre Celestial y Jesucristo conforme procuramos honrar nuestros convenios con Ellos?

  • ¿Buscaremos más gozo en el hecho de estar unidos con el Padre Celestial y Jesucristo por medio de los convenios?

  • ¿Participaremos de la Santa Cena del Señor para recordar y renovar nuestros convenios?

  • ¿Nos prepararemos para entrar en la Casa del Señor y disfrutar de los convenios que allí se ofrecen?

  • ¿Regresaremos al templo con regularidad?

Dios envió al Espíritu Santo para estar con nosotros

El Espíritu Santo es la fuente del testimonio y de la revelación personal. Puede guiarnos en nuestras decisiones y protegernos del peligro físico y espiritual. Por medio de Su poder, somos santificados —o apartados, o llegamos a ser santos— a medida que nos arrepentimos (véase 3 Nefi 27:20), recibimos las ordenanzas de salvación y guardamos nuestros convenios.

Durante la Última Cena del Salvador con Sus apóstoles, como se sentían preocupados por el camino a seguir (véase Juan 14:5), Jesús les hizo esta promesa:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).

Esa promesa también se extiende a ustedes y a mí.

Entonces, ¿qué podemos hacer para preservar la compañía constante del Espíritu Santo, el tercer miembro de la Trinidad, a fin de que podamos recibir la protección física y espiritual prometida?

  • ¿Oraremos pidiendo inspiración para saber lo que Dios quiere que hagamos y para obtener el poder y la capacidad para hacerlo?

  • ¿Seguiremos mejor las impresiones espirituales que recibamos de manera de permitir que la voz de Dios prevalezca en nuestra vida?

  • ¿Buscaremos, con mayor sinceridad e intención, el testimonio confirmador del Espíritu acerca de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, de las verdades del Evangelio y de las ordenanzas de salvación que solo se encuentran en la Iglesia del Salvador?

Mis amigos, les testifico que Dios siempre está tratando de hablar con ustedes, aun cuando no sean capaces de percibirlo. La mayoría de las veces, Él está tratando de decirles que los ama y que ustedes son Su prioridad. Él ha proporcionado y seguirá proporcionando innumerables maneras de demostrar nuestro valor y prioridad. Devolvámosle gozosamente Su amor al hacer de Él la prioridad prevalente en nuestra vida y preservemos esa relación siguiéndolo fielmente como Sus discípulos: aferrándonos a Su palabra, haciendo y guardando convenios con Él y procurando la compañía constante del Espíritu Santo.

Testifico que Jesucristo es el Hijo viviente de Dios y que voluntariamente entregó Su vida para salvar la nuestra y para ofrecernos el mayor de los dones de Dios: la vida eterna. Ustedes son Su obra y Su gloria.

Notas

  1. A Two-Edged Sword”, Ensign, febrero de 2017, pág. 72.

  2. A Two-Edged Sword”, pág. 72.

  3. A Two-Edged Sword”, pág. 73.