2023
Jim había sido nuestra Navidad
Diciembre de 2023


Solo para la versión digital

Jim había sido nuestra Navidad

La autora vive en Utah, EE. UU.

No veía el sentido de hacer esa visita navideña, ¡pero qué gran efecto tuvo!

Imagen
cantantes de villancicos sosteniendo partituras

Cuando las habituales fiestas familiares de Nochebuena llegaban a su fin, sentí la emoción de no poder esperar hasta la mañana.

Yo tenía ocho años y era la nieta mayor de mi numerosa familia. Cada pocos minutos, un padre, una tía o un tío abría la puerta y exclamaba que había oído un débil sonido de campanas. ¡No veía la hora de que llegara Papá Noel! Sin embargo, el abuelo seguía insistiendo en ir primero a cantar villancicos, una tradición familiar. “¡Papá Noel nunca vendrá!”, pensé yo.

Al subirnos a los autos cubiertos de escarcha, nos dimos cuenta de que era mucho más tarde de lo que normalmente salíamos. El pequeño pueblo donde vivíamos en Idaho era muy tranquilo y frío. A algunos familiares les preocupaba que fuéramos a cantar villancicos tan tarde, pero mi abuelo insistió en que visitáramos un par de casas.

Mientras avanzábamos por el angosto camino cubierto de árboles, no podíamos ver ni el menor atisbo de luz en la diminuta cabaña de troncos del “viejo Jim”. Él era un buen amigo y tenía un gran corazón. Era viudo desde que yo tenía uso de razón.

“¡Seguramente a Jim no le importará si no nos detenemos!”, murmuré yo. ¡Papá Noel de seguro no nos encontrará!

Pero mi buen abuelo insistió: “Solo reúnanse silenciosamente junto a la ventana del dormitorio y empiecen con ‘Oh, pueblecito de Belén’”.

Al principio nuestras voces eran vacilantes, pero la unión hace la fuerza, así que la música no tardó en convertirse en una hermosa y armoniosa melodía.

Mas en tus calles brilla

la luz de redención

que da a todo hombre

la eterna salvación.

Aún no había luz en la casa de Jim, pero seguimos cantando.

Alábenlo los astros;

las nuevas proclamad

que a los hombres dan la paz

y buena voluntad1.

La puerta de la cabaña se abrió.

A la luz de la luna, pudimos ver las lágrimas de Jim en sus mejillas. Mientras nos abrazaba a todos, lloraba, lloraba de verdad. Al cabo de un rato, se secó las lágrimas de alegría y nos dijo: “He esperado todo el año a que vinieran. Ustedes son mi Navidad. Cuando el reloj marcó las 21:30 h, pensé que me habían olvidado. Me sentí muy decepcionado. Me había ido a la cama porque ya no tenía una razón para permanecer despierto”.

Se nos llenó el corazón. Cuando Jim nos hizo pasar a su casa y encendió la luz, pudimos ver que, efectivamente, nos había estado esperando. La mesa de su cocina estaba magníficamente puesta, y había de todo, desde pastel y galletas de Navidad hasta fiambres cortados y dispuestos esperando a que comiéramos. Los vasos se habían contado con cuidado y se habían llenado cariñosamente con dulce sidra de manzana, para que “no le faltara a ninguno de ustedes”, añadió Jim.

¿Dijo Jim que habíamos sido su Navidad? No es así. Jim había sido la nuestra.

El regalo de amor que recibimos aquella fría Nochebuena fue más maravilloso que cualquier cosa que Papá Noel pudiera haber dejado bajo el árbol de Navidad. Y fue un recordatorio de que el Señor quiere que ministremos a Sus hijos como Él lo hace, uno por uno, llevando Su amor con nosotros (véase 3 Nefi 11:15–17; 17:21).