La falda del árbol de Navidad de Sharon

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Falda de árbol de Navidad

Ilustración por Anastasia Suvorova

Mientras mi esposo y yo asistíamos a la universidad y durante muchos años después, las cosas fueron económicamente difíciles para nosotros. En lugar de comprar regalos, yo los hacía. Un año, hice faldas para árboles de Navidad para regalar a mis hermanas y cuñadas.

Reuní restos de materiales que eran verdes, rojos, blancos o alguna combinación de esos colores. La mayoría de las telas no eran de estampado navideño. Las corté en cuadrados sencillos y las cosí para hacer las faldas para los árboles. Cada falda tenía diversos tipos de tela.

Ese año, durante la Navidad, viajamos a la casa de mis suegros. Sharon, mi cuñada, vivía cerca, así que fuimos a visitar a su familia y a entregar nuestros regalos.

Para mi consternación, debajo de su árbol vi una falda para árbol hermosamente cosida y en matelassé, hecha de materiales con diseños navideños y bordes festoneados. Sharon tenía talento para coser, hacer acolchados (edredones) , colocar apliques y encajes, y tejer y otras habilidades. Había confeccionado la falda tiempo atrás ese año.

No pude evitar comparar su hermosa falda de árbol con la mía sencilla. Me daba vergüenza dársela. Le dije que lo entendía si no quería usarla.

Cuando abrimos el presente de Sharon al año siguiente, nos sorprendió que nos hubiera regalado la falda del árbol que yo había admirado el año anterior. Ella había aceptado amablemente mi sencillo regalo y, a su vez, nos había dado un regalo mucho más bonito.

Después de luchar contra una enfermedad durante doce años, Sharon falleció cuando solo tenía treinta y ocho años. Hace unos años, al colocar esa falda de árbol de Navidad alrededor de nuestro árbol y pensar en ella, la falda del árbol se convirtió en un símbolo del don de la Expiación que el Salvador nos ofrece. No importa lo buenos que deseemos ser, todos somos mortales, con defectos y debilidades. Somos imperfectos, como la sencilla falda de árbol que yo le había regalado a Sharon.

En comparación con la belleza de la vida del Salvador, siempre nos quedamos cortos. Sin embargo, si hacemos todo lo posible por ofrecer al Salvador un corazón quebrantado y un espíritu contrito, Él a Su vez nos ofrece las bendiciones de Su hermosa expiación. Recibimos algo mucho mayor que nuestra dádiva para Él.

Estoy agradecida por el recordatorio especial de Su expiación que aquella falda de árbol ha llegado a ser para mí.