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CAPITULO 1: ‘YO SOY EL CAMINO’


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“YO SOY EL CAMINO”

(1-1) INTRODUCCION

Este curso les ayudará personalmente a acercarse al Salvador del mundo, el Señor Jesucristo. Se espera que obtengan un mayor testimonio y conciencia de El como un Redentor personal, viviente, y que se sientan más prestos a servirle y a participar de su gran expiación infinita. Aunque es una meta elevadísima, ciertamente está a su alcance. Pocran obtener ricas experiencia espirituales, si hacen de este curso una empresa tanto académica como espiritual.

(1-2) ¿En qué forma podemos alcanzar más eficazmente esta meta?

Primero, recuerden que los cuatro Evangelios son el texto básico del curso. Por lo tanto, será imprescindible que lean simultáneamente las Escrituras y el manual. Cada lección tiene una asignación o cuadro de lectura, tomada de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Estos cuatro libros constituyen el núcleo del curso.

Si leen todo el cuadro de lectura asignado para cada lección, habrán leído los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) para cuando finalicen el curso. Los pasajes designados están dispuestos en orden cronológico (hasta donde ha sido posible determinarlo), y no siempre siguen la secuencia que aparece en el Nuevo Testamento. El desarrollo de la vida terrenal del Maestro será más claro conforme lo lean en secuencia cronológica.

En segundo lugar, junto con la lectura de las Escrituras y el estudio del manual, recuerden la importancia de la oración personal y de vivir de tal forma que merezcan la inspiración del Señor a medida que estudian.

El élder Ezra Taft Benson ha dicho:

“Aprender de Cristo requiere el estudio de las Escrituras y de los testimonios de quienes lo conocieron. Nosotros llegamos a conocerlo mediante la oración, la inspiración y revelación que Dios ha prometido a quienes guardan sus mandamientos” (CR, oct. de 1972, pág. 53).

(1-3) Los evangelios sinópticos

En este curso estudiarán los Evangelios, o, según aparecen titulados en la Versión Inspirada (compárese con D y C. 88:141), los “Testimonios” de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. En lugar de leerlos uno por uno, encontrarán que las asignaciones de lectura intercalan a los cuatro en un arreglo cronológico, (a esto lo hemos llamado una “armonía del evangelio”) tomando algo de cada uno de los cuatro relatos.

Cada uno de estos escritores inspirados presenta su testimonio particular concerniente al evangelio de Jesucristo así como un testimonio del Maestro mismo, pero con el mismo propósito. Noten, por ejemplo, las palabras de Juan: “…éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre“ (Juan 20:31). Aunque hay mucho en común en los cuatro relatos del evangelio, cada escritor incluye material que no se encuentra en los demás y cada uno expresa su testimonio del Salvador en una forma ligeramente diferente. Mateo, Marcos y Lucas tienen muchas semejanzas, aunque cada uno parece haber escrito dirigiéndose a un grupo de personas en particular, por lo que sus escritos reciben el nombre de evangelios “sinópticos”. (El vocablo sinóptico viene del griego y en ese idioma la palabra significa “desde el mismo punto de vista”). El material y punto de vista de Juan difiere más notablemente, pero contiene mucho de la misma información histórica que contienen los otros tres.

(1-4) El Evangelio de San Mateo

El evangelio de Mateo se caracteriza por el gran énfasis en cuanto a cómo la vida de Jesús cumplió la profecía del Antiguo Testamento e incluye muchos discursos importantes del Maestro tales como el Sermón del Monte (Mateo 5-7), un discurso en cuanto a las parábolas del reino (Mateo 13), y un largo discurso criticando a los escribas y fariseos (Mateo 23). Mateo gráficamente describe a Jesucristo como el rey y juez de Israel que enseña con gran poder y autoridad. Su evangelio debe haber tenido mucho poder para los lectores judíos.

(1-5) El Evangelio de San Marcos

El de Marcos es el evangelio más breve y presenta un cuadro de Jesús que es conmovedor, lleno de acción, y recalca el poder milagroso del Maestro. Por causa de esta descripción dinámica, muchos estudiosos han pensado que Marcos escribía pensando en lectores romanos. Marcos parece haber estado muy cerca de Pedro después de la muerte del Salvador y muchos ven influencia de las narraciones de Pedro en los escritos de Marcos.

(1-6) El Evangelio de San Lucas

Por causa del griego tan pulido usado por Lucas, y la descripción compasiva que hace del Salvador, muchos han pensado que él escribió para los griegos del mundo antiguo. Su evangelio se caracteriza por el énfasis sobre el perdón y el amor, indicando mediante parábolas únicas de su evangelio (tales como la del Hijo Pródigo) que el pecador puede encontrar descanso y paz en Jesús. Es el único que nos cuenta de la visita del ángel a Zacarías y Elizabet, la madre de Juan el Bautista; él es el único que nos cuenta del viaje de María y José a Belén y del lugar del nacimiento de Jesús.

(1-7) El Evangelio de Juan

Mientras que el evangelio de Juan nos da una descripción más íntima del Maestro, recalcando su relación con el Padre, su asociación con los Doce, ete., el propósito de Juan parece haber sido más bien testificar de Jesús como el Cristo en lugar de hacer una crónica detallada de lugares y acontecimientos de su ministerio. De sus escritos surge un testimonio poderoso de Jesús como Hijo de Dios, como Mesías, como el Buen Pastor, como el Camino, la Verdad y la Vida, y como la Resurrección y la Vida.

(1-8) Prefacio histórico para su estudio del Nuevo Testamento

Para que su estudio de la información histórica relacionada con la Palestina de los tiempos de Jesús sea más extenso, pueden encontrar buenos comentarios e historias en las bibliotecas públicas y algunos centros de estudio.

Para nuestro propósito daremos una breve visión general de las condiciones que abarcan cerca de cuatrocientos años entre la época de Malaquías y el ministerio del Maestro. La tierra de Palestina, a menudo llamada Tierra Santa, antiguamente le fue dada a Abraham por el Señor como herencia para él y su posteridad mediante Isaac y jacob a condición de que sirvieran fielmente al Señor como un pueblo peculiar y de convenio.

Sin embargo, la lucha y la apostasía trajeron un esparcimiento de la Casa de Israel y diez de las tribus fueron llevadas cautivas a los países del norte. (cerca del año 722 A.C.) Además los judíos fueron llevados a Babilonia en el año 587 A.C., Y algunos regresaron cerca del año 530 A.C. En la época de los escritos de Malaquías (aproximadamente en el año 400 A.C.), solamente un resto de la casa de Israel quedaba en la tierra de Canaán—principalmente de la tribu de juda, rodeado de tribus gentiles y de algunos hebreos apóstatas esparcidos. En este punto la historia encuentra al pueblo de la promesa viviendo bajo la tutela tolerante del imperio medo-persa.

Unos cien años más tarde surgió una nueva potencia: Alejandro, hijo y sucesor de Filipo, rey de Macedonia, continuó la obra iniciada por su padre, de unificar las ciudades-estado griegas y con sus ejércitos dominó a los persas, a los sirios, a los egipcios, a los b;:bilonios y a otros, creando un nuevo imperio en aquella parte del mundo donde se desarrolló la mayor parte de la acción del Nuevo Testamento. Los judíos ahora se encontraban bajo un nuevo amo. Los judíos más fieles generalmente se indignaban por la alteración de su estilo de vida por causa de una sociedad gentil intrusa.

Con la muerte de Alejandro, quien no dejó heredero, el imperio fue repartido entre sus generales, con Tolomeo como gobernante de Egipto y del sur de Siria, y Antígono reclamando la mayor porción del norte de Siria y el oeste de Babilonia. Seleuco I venció a Antígono y comenzó una lucha por el control de Palestina que estaba ubicada estratégicamente, colocando a los judíos en la difícil situación de ser dominada primero por uno de estos poderes y luego por el otro.

Los judíos no solamente sufrieron bajo esta condición semejante a un torbellino político, sino que entre ellos mismos había mucha desunión, algunos tratando de mitigar su posición incómoda tomando parte plenamente en la misma cultura popular griega, mientras que otro buscaron celosamente retener su peculiaridad y aislamiento a cualquier precio. El resultado fue un judaísmo dividido.

Un siglo después de la muerte de Alejandro (aprox. en el año 200 A.C.) Siria se apoderó del control de Palestina. Antíoco IV (Epifanes) posiblemente descontento por la imposibilidad de vencer a Egipto, regresó a Jerusalén con la determinación de someter a los judíos a las prácticas religiosas de su reino. El judaísmo fue terminantemente prohibido. La posesión o lectura de la Tora era castigada con la muerte; la observancia del día de reposo y de la circuncisión era igualmente prohibidas; los muros de Jerusalén fueron destruidos y miles de sus habitantes fueron muertos, mientras que otros miles fueron vendidos como esclavos. El templo fue despojado y convertido en un santuario olímpico con una imagen de Zeus puesta sobre el altar y un cerdo sacrificado en honor de aquel dios falso. Estas atrocidades junto con otras habían sido tramadas para avergonzar a los judíos, profanar su religión y desanimar su obediencia a la ley judía.

Sin embargo, el Señor no había olvidado a su pueblo del convenio. En una forma milagrosa los judíos y su religión sobrevivieron. Las aborrecibles circunstancias creadas por sus opresores fueron principalmente responsables del surgimiento de los Macabeos, una familia judía que guió al pueblo el cual finalmente expulsó a los sirios. Los judíos entonces gozaron de una apariencia de independencia aproximadamente durante unos cien años (166 A.C. al 63 A.C.). La presión helénica de los sirios parece haber consolidado a los judíos como un grupo resistente capaz de preservar su identidad entre las naciones en las cuales se encontraba esparcido.

Cuando el mandato de los Macabeos degeneró en una entidad política corrompida, Palestina, mediante la intriga política, nuevamente se vio sujeta a un imperio gentil —Roma— cuya tiranía pronto comenzó a establecerse sobre el estado judío a través del llamamiento de hombres ambiciosos y despiadados. Herodes el Grande, sucesor de su padre, Antípatro, era un idumeo de linaje gentil y ejerció fuerte mandato. En ocasiones preservó su trono a expensas de muchas vidas incluyendo la de una esposa y algunos de sus hijos. Fue él quien ordenó la masacre de los niños judíos en Belén poco después del nacimiento del Salvador.

Luego de la muerte de Herodes el Grande, su dominio palestino fue dividido en tres partes. En la época del ministerio de Jesús, estas zonas eran gobernadas por los siguientes personajes:

  1. Herodes Filipo (Iturea y las zonas norestes de Galilea). Era hijo de Herodes el Grande y fue un gobernante más bien tolerante.

  2. Poncio Pilato, procurador romano (Judea, Samaria e Idumea). Leemos de él en relación al juicio de Jesús.

  3. Herodes Antipas (Galilea y Perea). Era hijo de Herodes el Grande y es mencionado en el Nuevo Testamento en conexión con el juicio de Jesús. Antes de eso había sido responsable del encarcelamiento y ejecución de Juan el Bautista.

Los acontecimientos de este periodo son muy útiles para explicar la necesidad que sentían muchos judíos de que apareciera el anunciado Mesías. No podían vislumbrar esperanza de dignidad nacional que no fuera en forma de salvación política, espectacular, proveniente de las manos de un Salvador poderoso.

Como veremos en este curso, Jesús vino a ellos ofreciendo algo mucho más glorioso que la salvación nacional. Una felicidad indecible y la paz que pudo haber entrado en el corazón de todo judío. Entonces podrían haber participado y regocijado en el establecimiento del reino de Dios en la Tierra.