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CAPITULO 12: ‘YO SOY EL PAN DE VIDA’


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“YO SOY EL PAN DE VIDA”

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El Gran Mar

Galilea

Samaria

Mar de Galilea

Capernaum

Betsaida

Monte Hermón

Región de Cesarea Filipo

Caná

Gergesa

Tetrarquia de Filipo

Tisri

Nisán

Perea

Efraín

Jerusalén

Judea

TERCER AÑO DEL MINISTERIO PUBLICO DE JESUS

EL MINISTERIO GALILEO

Mateo

Marcos

Lucas

Juan

Cerca de Betsaida, Tetrarquía Mar de Galilea de Filipo

Alimentación de los cinco mil

14:14–21

6:33–44

9:11–17

6:1–14

Cerca del Mar de Galilea

Jesús impide que lo hagan rey

14:22, 23

6:45, 46

6:15

Mar de Galilea

Jesús camina sobre las aguas

14:24–33

6:47–52

6:16–21

Capernaum, Galilea

Discurso del Pan de Vida

6:22–71

COMENTARIO INTERPRETATIVO

(12-1) Marcos 6:37. ¿Qué quiere decir la frase “pan por doscientos denarios”?

Según el uso en el Nuevo Testamento, aprendemos que el denario era la principal moneda romana, hecha de plata. Valía más o menos unos quince o diecisiete centavos de dólar. Doscientos denarios de pan habría equivalido a un gasto de unos treinta y dos dólares. (Véase de Smith, A Dictionary of the Bible, ed. rev., pág. 497).

(12-2) Mateo 14:25. ¿Qué quiere decir “la cuarta vigilia de la noche”?

Probablemente por causa de la influencia de sus vecinos del Mediterráneo, —los griegos y los romanos,— los judíos dividían la noche en guardias militares en lugar de dividirla en horas. Cada guardia (o vigilia, o relevo) representaba la cantidad de tiempo dada a un centinela para que permaneciese en su puesto. La primera vigilia comenzaba a las 6 de la tarde y terminaba a las 9 de la noche; la segunda comenzaba a las 9 (21:00 hs.) y terminaba hasta las 24:00 o medianoche; la tercera desde las 24:00 a las 3:00 de la mañana; y la cuarta desde las 3:00 a.m. a las 6:00 a.m. (Véase de Smith, Dictionary, pág. 737 “Watches of night”).

(12-3) Mateo 14:30, 31. ¿En qué se asemeja la experiencia de Pedro de andar sobre el agua, a la nuestra propia cuando la fe se debilita?

“La comparación que el Señor hace entre el alma vacilante y la onda del mar que es movida por el viento y echada de un lado a otro, ha tocado la vida de muchos. La mayoría de nosotros ha visto mares en calma y en otros momentos ha visto el daño causado cuando los vientos se tornan intensos y las olas se levantan y se convierten en poderosa fuerza destructiva. Se puede trazar un paralelo entre esto y las bofetadas de Satanás. Cuando nosotros estamos serenos y del lado del Señor, no se siente la infuencia de Satanás; pero cuando estamos contrariados y somos engañados por los vientos de doctrinas falsas, por las olas de las filosofías y vanidades hechas por los hombres, podemos quedar empapados, sumergidos y llegar a ahogarnos en las profundidades de la incredulidad y el Espíritu del Señor se aparta completamente de nuestra vida. Estas almas engañadas y vacilantes no pueden, por causa de su incontinencia, esperar recibir cosa alguna del Señor” (Delbert L. Stapley en CR, abril de 1970, pág. 74).

(12-4) Juan 6:25. ¿Qué es un Rabí?

El vocablo rabí, que significa literalmente “mi grandísimo”, era un vocablo de sumo respeto entre los antiguos judíos. El rabí local en cualquier pueblo, era uno de los hombres más educados en la zona, generalmente un graduado de alguna escuela conocida y llamado para enseñar a la gente. Los discípulos de Jesucristo parecen haber sentido que El era graduado como los otros debido a que mostraba tanto conocimiento. Un rabí literalmente se dedicaba a servir al pueblo enseñando en las sinagogas, atendiendo las necesidades de la gente mediante actos de caridad y siguiendo adelante en el estudio y aplicación de la ley de Moisés (Tora) según la entendía.

(12-5) Juan 6:31, 32. ¿Qué es el maná?

Durante su viaje de cuarenta años por el desierto, Moisés y los hijos de Israel se alimentaron con pan del cielo. Un estudio de pasajes del Antiguo Testamento indica que el maná aparecía en la forma de pequeños depósitos que se encontraban diariamente en el suelo con excepción del día de reposo. De acuerdo a lo provisto por el Señor, tenía que ser recogido temprano en la mañana, antes de que el calor del sol lo derritiera y se debía tomar solamente lo suficiente para el día. El día anterior al día de reposo, se recogían porciones dobles de manera que la gente pudiera comer al día siguiente. El maná tenía un gusto como de aceite fresco o como barquillos (oblea u hostia) hechos con miel, y fue usado por los israelitas para sostener a una población de casi dos millones de personas durante cuarenta años. Era preparado para comerlo molido y para hornear y siempre se le consideró un don milagroso proveniente de Dios y no un producto de la naturaleza. (Véase Dictionary, de Smith, págs. 378-79.)

(12-6) Juan 6:14, 15. ¿Por qué tantos de los que seguían a Jesucristo intentaron hacerlo su rey?

Muchos de los judíos de la época de Jesús estaban sumamente ansiosos de que apareciese su Mesías tanto tiempo esperado. La mano opresora de la dominación romana se hacía más pesada cada día. Era natural, entonces, que pensasen que en Jesús habían visto el cumplimiento de sus esperanzas y sueños terrenales. ¿No poseía poderes milagrosos? ¿No había cambiado agua común en vino, no había levantado a los muertos, sanado a los enfermos y convertido unos cuantos panes y peces en suficiente alimento para satisfacer a más de cinco mil personas? ¿No podía usar esos mismos poderes contra Roma y liberar a los judíos del yugo extranjero?

“La multitud, habiéndose alimentado y saciado, ahora consideró el milagro. En Jesús, por medio de quien se había efectuado tan grande obra, reconocieron a Uno que poseía facultades sobrehumanas. ‘Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo’—comentaron, refiriéndose al Profeta cuya venida Moisés había predicho, diciendo que sería semejante a él. Así como Israel fue alimentado milagrosamente en los días de Moisés, en igual manera este nuevo Profeta había proveído pan en el desierto. En su entusiasmo, el pueblo se propuso proclamarlo rey y obligarlo por la fuerza a ser su director. Tal era el concepto equívoco que se habían formado de aquella supremacía mesiánica”(James E. Talmage, Jesús el Cristo, pág. 354).

(12-7) Juan 6:25-59, 66. ¿Por qué tantos de los discípulos de Jesucristo se apartaron de El después del Sermón del Pan de Vida?

Consideren estas palabras del presidente David O. McKay en la aplicación de ellas a todos los que querían ser discípulos de nuestro Salvador:

“[El sermón del Pan de Vida según nos es transmitido por Juan] es altamente espiritual y contiene referencias en cuanto a Cristo como el ‘Pan de Vida’ lo que sus discípulos no pudieron creer. No pudieron comprender lo que El estaba diciendo y muchos se apartaron…

“…los doce…levemente vislumbraron el significado espiritual de aquel sermón…

“…Aquellos apóstoles tuvieron entonces el poder y privilegio de escoger: seguir a los que se impresionaban solamente con los favores físicos y ventajas que la naturaleza podía dar, o si sus dones apuntaban hacia lo espiritual en el hombre

“…Tal decisión puede determinar si uno responde al llamamiento del alma para levantarse, o si se doblega ante la tendencia de envilecerse…

“…los discípulos de Jesús vislumbraron una luz que podía iluminar sus almas espiritualmente así como el sol reemplaza a la obscuridad con rayos de luz. Pero hay pocas personas que ven esa Luz o que siquiera creen en una vida más plena, y a menudo después de vislumbrarla, se apartan hacia las cosas más sórdidas y bajas“ (”Whither Shall We Go?” Speeches of the Year, 1961, págs. 2-4; Itálicas agregadas).

PUNTOS A CONSIDERAR

JESUS PROCLAMO QUE EL ERA EL MESIAS EN EL SERMON DEL PAN DE VIDA

Al día siguiente del milagro de los cinco mil, el mismo grupo de judíos se presentó para otro “tanteo”. Aparentemente no estaban interesados en el mensaje de Jesús ni en su misión, a no ser que ella satisficiera sus, deseos físicos. El sermón del Pan de Vida es sumamente espiritual. Para entenderlo, debe ser estudiado y meditado su mensaje con atención. Dividámoslo en segmentos y consideremos sus implicaciones más profundas. A fin de hacer esto, será necesario leer otra vez varios pasajes importantes. Al hacerlo, subrayen aquellos versículos en los que Jesucristo habla directamente de su condición de Mesías. Lean y subrayen Juan 6:26, 27.

Cuando los judíos descubrieron que Cristo no iba a satisfacer sus necesidades físicas otra vez, ¿en qué forma reaccionaron? ¿Por qué demandaron una señal? ¿En qué forma respondió El? (Véase Juan 6:32-35).

Al considerar las palabras de Jesucristo y la respuesta a los judíos, ¿qué preguntas surgen en la mente de ustedes? ¿No entendieron los escuchas de nuestro Salvador o simularon no entender? El pan es el mismo sustento de la vida, tanto para los antiguos como para nosotros mismos. Además, los judíos eran expertos en alegorías e imaginación verbal. Cuando Jesús dijo “yo soy el pan de vida”, cualquier otra interpretación que aquella que El tenía en mente era sólo apartarse de sus palabras. Era como si los judíos estuvieran diciendo: “Nosotros lo conocemos. El es Jesús, el hijo de José el carpintero. ¿Cómo puede, entonces, decir que vino del cielo y que Dios es su padre?”

Jesucristo no quiso dejar el asunto ahí. A fin de sellar su testimonio en el corazón de sus incrédulos escuchas, lo repitió de nuevo, pero esta vez con más potencia. Cuando lean y subrayen, noten la fuerza de los versículos siguientes de Juan, capítulo 6:47-51.

Una vez más los judíos simularon no entender. “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” preguntaron. Pero Jesucristo no quiso decir que los hombres comerían literalmente su carne ni que beberían su sangre. En este punto su lenguaje, así como en el resto del sermón, era simbólico. Noten la explicación que da de sus propias palabras en Juan 6:63.

(12-8) Los judíos, como muchos hoy en día, carecían de entendimiento espiritual en cuanto a la misión de Cristo

“Esta actitud de querella e incredulidad de parte dé los judíos estaba, no solamente en el aire, sino que viniendo de labios de judíos, rayaba en lo absurdo. Probablemente ningún otro pueblo en toda la historia entendiera mejor o hubiera tenido uso más amplio del lenguaje simbólico y figurado que el que tenían los judíos. Además, Jesucristo acababa de enseñarles la doctrina del Pan de Vida. Que ellos aparentasen no saber que comer la carne de Jesús quería decir aceptarlo como el Hijo de Dios y obedecer sus palabras, solamente podía significar que voluntariamente estaban cerrando sus ojos ante la verdad” (McConkie, DNTC, 1:359).

JESUS VIENE A SER EL PAN DE VIDA PARA TODOS LOS QUE LO ACEPTAN COMO SU REDENTOR

¿Cuántas veces han oído preguntar a la gente por qué participamos tan a menudo de la Santa Cena y cuál es el propósito de la misma? Las respuestas a estas preguntas y a otras que se relacionan no son difíciles de encontrar. Participamos de la Santa Cena en memoria de Jesucristo, como símbolo de nuestra promesa de recordarlo siempre y de guardar sus mandamientos y tomar sobre nosotros su santo nombre. Para muchos la experiencia es solamente un ejercicio superficial, un ritual al cual es requerido someterse por ser miembro de la Iglesia. Para otros es una oportunidad de comunión con Jesucristo, una oportunidad de participar de su espíritu. El relato siguiente ilustrará lo que se quiere decir. Esto fue contado por una jovencita que llegó a darse cuenta en qué forma Jesús es el pan de vida:

EL PAN DE VIDA

Yo nunca me había puesto a reflexionar verdaderamente en cuanto a las reuniones sacramentales antes de ingresar a la Universidad. Para mí eran una oportunidad de reunirme con mis amigos y comentar en cuanto a nuestros planes para la semana. No sentía ninguna elevación espiritual en las reuniones.

Cuando comencé mis estudios, me inscribí en un curso sobre el Nuevo Testamento. Un día en clase estábamos comentando el gran sermón dado por Jesucristo y conocido con el nombre de Pan de Vida, y me encontré conque era incapaz de entender lo que el maestro estaba diciendo, así que después de la clase fui a su oficina y pedí una entrevista. Dije que esperaba que él pudiera aclararme algo. Específicamente, yo quería saber cómo Cristo llegaba a ser el pan de vida para mí.

Mi maestro comenzó pacientemente. Dijo que había muchas maneras de participar del pan de vida. Se refirió a la gran misión de nuestro Salvador y habló del maravilloso don que el Padre nos ofreció en la persona del Hijo y en la ofrenda del mismo al dar su vida por los pecados de los hombres. Todo eso yo lo había oído antes y no me conmovió para nada.

Finalmente el maestro preguntó: “¿Entiendes la expiación de Cristo?” Respondí que sabía que El había tomado sobre sí los pecados del mundo y que había muerto por nosotros. “¿Sabes lo que le costó tal expiación?” Respondí que no. Entonces comenzó a repetirme el relato del terrible sufrimiento de nuestro Salvador, el sufrimiento del cuerpo y del espíritu al grado que hizo que El, aun Dios, sangrase por cada poro —un sufrimiento que voluntariamente tomó sobre sí, un sufrimiento tan intenso que cubrió al castigo debido a los pecados de todos los hombres. Y pensar que en cualquier momento nuestro Salvador pudo haber renunciado siendo que tenía el poder de hacerlo. En cualquier momento pudo decir “Basta” y todos sus acusadores y atormentadores se habrían desvanecido como hojas secas. El pudo haberse salvado, pero no lo hizo.

Me sentí impresionada; ¿quién no lo estaría? Pero cuando el maestro dijo que mis propios pecados y los suyos estaban entre los que causaron dolor al Salvador, miré hacia mi interior y no me gustó lo que vi. Y comencé a llorar: por mis pensamientos de enojo, por mis pensamientos impuros, por mis críticas, por mi orgullo…Lloré por causa de ellos, no solamente porque lo lamentaba, pues lo había lamentado antes, sino porque supe por primera vez que había sido culpable parcialmente de los terribles sufrimientos del Salvador. Antes de este momento yo había echado la culpa a los inicuos judíos de aquel tiempo. “¿Cómo podían haber sido tan ciegos?” me había preguntado. ¿No podían ver que era el Hijo de Dios? Ahora por vez primera vi los sufrimientos del Salvador en relación a mí misma. Los judíos no eran los únicos responsables de los sufrimientos del Salvador. Yo también tenía la culpa. Había sido yo, y todos nosotros, los responsables de su muerte.

Mi corazón se conmovió sinceramente. Dentro de mi nueva comprensión, lloré. Me encontré deseando que algún gran sufrimiento viniese sobre mí para que yo pudiera, en alguna forma, librarme del tormento y de la culpa. Me sentía culpable, culpable de la sangre de El que había muerto. Yo había sido mala en algunas ocasiones…me había sentido feliz de hacer el mal; si, a veces llegaba al grado de sentirme casi “glorificada” por mi iniquidad. Después había sentido un pequeño remordimiento de conciencia y había prometido obrar mejor y luego había empujado la mala acción a un rincón de mi mente. En ningún momento comprendí que estaba añadiendo más dolor al incomprensible sufrimiento de mi Salvador.

Al pensar en estas cosas, un alud de recuerdos vino rápidamente a mí y recordé muchas cosas mal hechas. No que yo fuera mala en relación a nuestras leyes civiles y morales, pues en esto sabía que no había errado. Pero a la luz de esto, dolorosamente adquirí conciencia de mis pecados más graves: mi falta de interés, sí, aun mi blasfemia. Ahora comprendí cuán irreverente había sido al recordar los emblemas de su muerte. Yo había andado mi camino despreocupada, cobijada en su amor; yo había pecado y lo lamentaba apenas y luego pecaba otra vez. Y en ninguna de aquellas ocasiones comprendí que yo, aun en los males más pequeños, estaba ayudando a crucificar a mi Señor. ¿Cuántas veces había imaginado el cuadro del sacrificio durante la Santa Cena, y había dicho “Sí, Señor, te amo”? Luego había participado de los emblemas sagrados e inmediatamente había comenzado a desear tener un sombrero nuevo como el que veía en el banco de adelante. ¿Cuántas veces había orado durante la Santa Cena y había dicho: “Señor amado, te agradezco por todo lo que tengo y ahora por favor dame esto y aquello”? Y ni siquiera una vez le había agradecido por este don ni había pedido perdón de mis pecados. ¿O cuántas veces había venido a la reunión sacramental habiendo pedido perdón por mis transgresiones, y sin embargo manteniendo un mal sentimiento hacia aquellos que habían transgredido en contra de mí?

Todas estas cosas y muchas, muchas otras ahora eran claras delante de mí, y yo me sentía débil y enferma de vergüenza. ¡Cuán triste debe estar El por mi hipocresía! Pero aun en mi momento más negro, yo sabía que El me amaba. Aun entonces, de hecho entonces más que nunca, yo podía sentir la calidez y la paz de su amor. Súbitamente la luz se encendió brillante, perfecta y clara como el cristal. “Esto es!” grité jubilosa. “Este es el amor de Dios: el amor de Dios que se abriga en los corazones de los hijos de los hombres. Este es el pan de vida, el agua viva de la cual el que beba o coma no volverá a tener sed ni hambre nunca más”.

Mi corazón saltó de gozo y lloré de nuevo. Esta vez no era con pena o vergüenza, sino con gozo, pues había probado de su amor y perdón y sabía qué era. Era lo mismo que había sentido antes en muchas ocasiones pero que no podía reconocer. Esta vez sí podía saberlo con seguridad. Ciertamente había sentido de su Espíritu y de la fuerza que viene cuando se busca una relación personal con El.

(12-9) Participamos de la Santa Cena para satisfacer nuestra hambre espiritual

“Siempre he considerado a este bendito privilegio como el medio de crecimiento espiritual y no hay ninguno tan fructífero en el logro de ese fin como el hecho de participar, dignamente, del sacramento de la Cena del Señor. Ingerimos alimento para estimular al cuerpo físico. Sín alimento nos convertiríamos en seres débiles y enfermos y físicamente fracasaríamos. Es muy necesario para nuestro cuerpo espiritual, que participemos de este sacramento y obtengamos alimento espiritual para nuestra alma.

“Debemos venir a la mesa sacramental sintiendo hambre. Si aderezamos un banquete en el que lo mejor de la tierra puede estar presente, sin hambre, sin apetito, la comida no sería tentadora, ni nos haría bien alguno. Si aderezamos la mesa sacramental, debemos venir con hambre y sed de rectitud, para bien del crecimiento espiritual.

“¿En qué forma podemos tener hambre espiritual? ¿Quién hay entre nosotros que no hiere a su espíritu mediante palabra, pensamiento o hecho, de un día de reposo al otro? Hacemos cosas que lamentamos y deseamos ser perdonados de ellas, o hemos errado contra alguien y hemos herido. Si hay un sentimiento en nuestro corazón de que lamentamos lo hecho, si hay un sentimiento en nuestra alma de que nos gustaría ser perdonados, entonces el método de obtener perdón no es volviendo a bautizarnos; no es hacer confesión al hombre; sino que es arrepentirnos de nuestros pecados, ir a aquellos contra quienes hemos pecado o transgredido y obtener el perdón y luego reparar lo hecho ante la mesa sacramental donde, si sinceramente nos hemos arrepentido y nos hemos puesto en condición adecuada, seremos perdonados y la sanidad espiritual vendrá a nuestra alma. Realmente entrará en nuestro ser. Vosotros lo habéis experimentado.

“Soy testigo de que hay un espíritu concurrente en la administración de la Santa Cena que da calidez al alma desde la cabeza a los pies; uno siente que las heridas del espíritu van siendo curadas y que la carga es quitada. El consuelo y la felicidad vienen al alma que es digna y está verdaderamente deseosa de participar de este alimento espiritual” (Ballard, Melvin J. Ballard…Crusader for Righteousness, págs. 132-133).

¿EN QUE FORMA PUEDE LA SANTA CENA AYUDARLES A ACEPTAR MAS PLENAMENTE AL SEÑOR COMO SU SALVADOR?

¿Qué puedes hacer personalmente para asegurarte de que esta acción no proviene de una fe superficial, para ver que en realidad ésta literalmente se convierte en una bendición, santificando tu alma ¿Cómo puedes hacer de esta acción una experiencia realmente espiritual?

Lee 3 Nefi 18:28-32 y hazte esta pregunta: ¿Qué pasa con mi vida si no participo de la Santa Cena con la preparación y reverencia apropiada?

Consideren con mucho cuidado las siguientes palabras del élder Bruce R. McConkie. El escribió esto en relación al significado de la frase “Pan de Vida”, y en cuanto a cómo la Santa Cena se relaciona a él.

Comer la carne y beber la sangre del hijo de Dios es, primero, aceptarlo en el sentido más pleno y literal, sin reserva alguna, como el fruto personal del Padre Eterno en la carne; y, segundo, es obedecer los mandamientos del Hijo aceptando su evangelio, uniéndose a su Iglesia y perseverando en obediencia y rectitud hasta el fin. Aquellos que así comen su carne y beben su sangre tendrán vida eterna, queriendo decir exaltación en el grado más alto del mundo celestial. Hablando del antiguo Israel, por ejemplo, Pablo dice: “todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:3-4).

En las aguas del bautismo los santos toman sobre sí mismos el nombre de Cristo (esto es, lo aceptan plena y completamente como el Hijo de Dios y Salvador de los hombres), y entonces hacen convenio de guardar sus mandamientos y de obedecer sus leyes. (Mosíah 18:7-10). Para mantener a sus santos en constante recuerdo de su obligación de aceptarlo y obedecerle —en otras palabras, para comer su carne y beber su sangre— el Señor ha dado la ordenanza de la Santa Cena. Esta ordenanza, efectuada en memoria de su carne desgarrada y de su sangre derramada, es el medio provisto para los hombres, formal y repetidamente, de confirmar su creencia en la divinidad de Cristo y de afinar su determinación de servirle y guardar sus mandamientos; o, en otras palabras, en esta ordenanza —en un sentido espiritual y no literal— los hombres comen su carne y beben su sangre. (DNTC, 1:358).