Instituto
CAPITULO 3: ‘EL HIJO DEL PADRE ETERNO’


3

“EL HIJO DEL PADRE ETERNO”

Imagen
map

El Mar Grande

Galilea

Nazaret

Samaria

Jerusalén

Belén

Desierto de Judea

Judea

Mar de Galilea

Nisan

NACIMIENTO Y JUVENTUD DEL MESIAS

Mateo

Marcos

Lucas

Juan

Jerusalén, Judea

Revelación Zacarías acerca del nacimiento de Juan

1:5-25

Nazareth, Galilea

Gabriel revela a María que ella será la madre del Salvador

1:26–38

Judea

María visita a Elizabeth

1:39–56

Nacimiento de Juan

1:57–80

Nazareth, Galilea

Revelación José acerca del nacimiento de Jesús

1:18–25

Belem, Judea (Nizán 6 de abril)

Nacimiento de Jesús

2:1–20

La genealogía de Jesús

1:1–17

3:23–38

Jerusalén, Judea

Jesús es bendecido y circuncidado

2:21–38

Belem, Judea

Visita de los magos. Huída a Egipto

2:1–18

Regreso de Egipto a Nazaret

2:19–23

2:39, 40

Jerusalén, Judea (Nisán)

El jovencito Jesucristo en el Templo

2:41–50

Nazaret, Galilea

Juventud y madurez del Salvador

2:51, 52

COMENTARIO INTERPRETATIVO

(3-1) Lucas 2:1-20. Un decreto de Augusto César

Roma regía sobre gran parte del mundo Mediterráneo en la época del nacimiento de Cristo. Augusto, un gobernante capaz y enérgico, usó parte del tiempo de su reinado (años 31 a 14 A.C.) estableciendo cierta tradición de honestidad y legalidad en la burocracia romana, reorganizando los gobiernos provinciales y aplicando una reforma financiera. Su mandato se caracterizó por un pronunciado grado de orden.

Augusto ordenó que se aplicase un tributo en todo el imperio en el año 1 A.C. Este tributo o “impuesto” consistió realmente en un censo, tal como ha explicado el élder James E. Talmage:

“El mandato era de aplicación general, pues disponía ‘que todo el mundo fuese empadronado’. El empadronamiento de los súbditos romanos tenía por objeto formar una base, de acuerdo con la cual se podrían determinar las contribuciones de los distintos pueblos. Este censo particular fue el segundo de tres empadronamientos generales de la misma naturaleza, que, según los historiadores, ocurrieron en intervalos de aproximadamente veinte años. De haberse efectuado el censo en la manera romana acostumbrada, cada persona se había empadronado en el sitio donde residía; mas la costumbre judía, respetada por la ley romana, exigía el empadronamiento en las ciudades o pueblos que las familias respectivas declaraban como el lugar de su origen” (Talmage, Jesús el Cristo, pág. 96).

(3-2) Mateo 1:17; Lucas 3:23-28. Jesucristo descendía de reyes

En los cuatro Evangelios encontramos dos genealogías. El relato de Mateo hace una lista de los antepasados legales hasta el trono de David. No se trata necesariamente de una estricta genealogía de padre a hijo, pues, así como ha sido el caso con muchas historias de reyes, el heredero mayor sobreviviente pudo haber sido un nieto, un bisnieto o tal vez un sobrino u otro pariente del monarca reinante. La historia dada por Lucas, sin embargo, es una genealogía de padre a hijo y ella une a José con el rey David. Naturalmente, Jesús no era hijo de José, pero la genealogía de José es, en esencia, la genealogía de María ya que ellos eran primos; Jesús heredó de su madre, María, la sangre de David y por lo tanto el derecho al trono de David. Jesús nació por linaje real y como explicó el élder James E. Talmage “Si Judá hubiese sido una nación iibre e independiente, regida por su soberano legal, José el carpintero habría sido su rey; y el sucesor legal al trono, Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos” (Talmage, Jesús el Cristo, pág. 91; véase también págs. 87-90, 93-95).

(3-3) Mateo 1:18-25. María estaba desposada con José

María estaba desposada con José. No estaban casados pero estaban comprometidos bajo los términos más estrictos. María era considerada virtualmente esposa de José y la infidelidad de su parte durante el período de desposorio era castigado con la muerte (véase Deuteronomio 22:23, 24). Durante ese período, la novia elegida vivía con su familia o con amistades, y toda comunicación entre ella y su futuro esposo era efectuada mediante un amigo. Cuando José supo de la futura maternidad de María y sabiendo que él no era el padre, tuvo dos alternativas: (1) podía demandar que María se sometiese a un juicio público, el cual aun a esa altura de la historia judía podía culminar con la muerte de María; o (2) podía deshacer el contrato establecido con ella, privadamente pero ante testigos. José obviamente escogió la más misericordiosa de las dos alternativas. Pudo haber reaccionado egoístamente y con amargura al enterarse de que María estaba encinta y es un testimonio profundo del carácter de José el hecho de que prefirió anular el desposorio en forma privada. De esto el élder James E. Talmage ha escrito:

“José era un hombre justo, cumplidor estricto de la ley, pero no extremista severo; además, amaba a María y le evitaría toda humillación innecesaria, pese a su propia tristeza y sufrimiento. La publicidad lo llenaba de horror al pensar en María, de manera que se resolvió a anular los esponsales con toda la discreción que la ley permitiera” (Talmage, Jesús el Cristo, pág. 88). Es posible que el Señor haya planeado tal experiencia para probar a José, y si ese fue el caso, José probó ser fiel. Después que José tomó su decisión, lo visitó el ángel y le dijo que debía seguir adelante y tomar a María como esposa. El elevado estado de María era conocido desde antes que ella naciese (Mosíah 3:8; Alma 7:10; 1 Nefi 11:15, 18-21; Isaías 7:14). Y José sin duda fue preordinado para el elevado lugar que él ocupó, pues el profeta José Smith enseñó que “todo hombre que recibe el llamamiento de ejercer su ministerio a favor de los habitantes del mundo, fue ordenado precisamente para ese propósito en el gran concilio celestial antes que este mundo fuese“ (Smith, Enseñanzas, págs. 453-54. Itálicas agregadas). Ciertamente José era un alma noble en la preexistencia y fue bendecido con el honor extraordinario de venir a la tierra como el tutor legal del Hijo del Padre Eterno en la carne.

(3-4) Lucas 2:1-20. Jesucristo nació en Belén el 6 de abril del año 1 A.C.

José y María no vivían en Belén cuando nació Cristo. Vivían en Nazaret (véase el mapa). Pero obedientes al dictado de la profecía, las circunstancias fueron tales que los llevaron a Belén para el nacimiento de Cristo. (Véase Miqueas 5:2).

Después de resumir las opiniones de varios estudiosos de este asunto de la fecha del nacimiento de Cristo, el élder James E. Talmage compara sus conclusiones con la revelación moderna y afirma: “Nosotros creemos que Jesucristo nació en Belén de Judea, el 6 de abril del año 1 antes de J.C” (Jesús el Cristo, pág. 109). De esto el presidente Harold B. Lee declaró:

“Esta es la conferencia anual de la Iglesia. Hoy 6 de abril de 1973 es una fecha particularmente significativa pues conmemora no sólo el aniversario de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días en esta dispensación, sino también el aniversario del nacimiento del Salvador, nuestro Señor y Maestro, Jesucristo” (Citó D. y C. 20:1) (DCG, 1973-1975, pág. 15).

El siguiente calendario, basado en el calendario que usamos actualmente, puede resultar útil para comprender la fecha de nacimiento del Señor.

6 de abril, año 1 A.C.

Nacimiento del Señor

Año 1 A.C.

Año 1 D.C.

E

F

M

A

M

J

J

A

S

O

N

D

(3-5) Mateo 2:13-23. Jesucristo y Juan escapan a la ira de Herodes

Los magos, familiarizados con las profecías que anunciaban el nacimiento de Cristo y reconociendo las señales que habían sido dadas, llegaron a Jerusalén diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:1,2). Herodes, pensando que el Mesías prometido sería una amenaza para su reino, envió soldados a matar a todo niño de dos años y menores de esa edad, en Belén. Pero un ángel había prevenido a José y él había llevado a María y al Niño a Egipto.

Los magos llegaron a Jerusalén cuando Jesucristo era todavía un pequeñito. La corte de Herodes los dirigía a Belén. “Y al entrar en la casa (Jesús ya no estaba en el establo), vieron al Niño (ya no era un bebito)…y postrándose, lo adoraron” (Mateo 2:11). Entonces los magos como el ángel les advirtió que no volviesen a Herodes, partieron a su propia tierra por otro camino. Cuando Herodes vio que los magos no regresaban, mandó a su soldados a matar a “todos los niños menores de dos años” (Mateo 2:7, 16).

Juan el Bautista era un niño pequeño, unos seis meses mayor que Jesucristo y también vivía con sus padres en las cercanías de Belén cuando Herodes dio la orden de asesinar a los niños pequeños. Juan escapó a la matanza gracias al valor de su padre, Zacarías. El profeta José Smith enseñó:

“Cuando se publicó el edicto de Herodes de matar a todos los niños, Juan era unos seis meses mayor que Jesús, y también estaba sujeto a aquel infernal decreto. Zacarías hizo que la madre lo llevara a las montañas donde se crió, alimentándose de langostas y miel silvestre. Cuando el padre de Juan no quiso divulgar su escondite como él era el sumo sacerdote a quien correspondía oficiar en el templo durante el año fue muerto, por mandato de Herodes, entre el patio y el altar, como dijo Jesús” (Smith, Enseñanzas, pág. 318. Compárese con Mateo 23:35).

Zacarías murió, entonces, para salvar a su hijo; murió como un mártir noble, posiblemente el primero de la era cristiana.

PUNTOS A CONSIDERAR

Ahora que han considerado las circunstancias que rodearon al nacimiento de Jesucristo, dediquen un momento a reflexionar profundamente en cuanto a estas preguntas que El mismo hizo a los fariseos: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” (Mateo 22:42); y al reflexionar sobre estas preguntas, recuerden el propio consejo de Cristo a aquellos que buscan una respuesta: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Y como declaró el profeta José Smith: “Si un hombre no conoce a Dios, y tiene que preguntar qué clase de ser El es si busca diligentemente en su propio corazón para saber si la declaración de Jesús y los apóstoles es cierta, comprenderá que no tiene la vida eterna; porque no puede haber vida eterna sino de acuerdo con este principio” (Enseñanzas, pág. 425).

JESUS ES, LITERALMENTE EL HIJO DEL PADRE ETERNO

(3-6) Debido a que Dios fue su padre, Jesucristo tenía poder sobre la vida y la muerte

Cuando Gabriel visitó a María con el anuncio de que ella sería la madre del Señor, se sintió turbada. Aún no había consumado su matrimonio con José. Estaba segura de su condición de virgen y su pregunta a Gabriel fue como si hubiera dicho: “¿Cómo puedo ser la madre de un hijo siendo todavía soltera?” La explicación del ángel a María es la más clara en cuanto a la paternidad de Dios y a la naturaleza divina de Cristo como hijo, la más clara que se encuentra en las Escrituras. Gabriel declara: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Esta declaración, suficientemente clara tal como aparece, no dice que Jesús era el hijo del Espíritu Santo, sino el Hijo de Dios el Padre. Como lo ha explicado el élder Bruce R. McConkie, Jesús era ‘el Hijo del Altísimo’ (Lucas 1:32), y el ‘Altísimo’ es el primer miembro de la Trinidad, no el tercero” (McConkie, DNTC 1:83).

Como Cristo era el hijo de un Padre inmortal y de una madre mortal, tenía la capacidad de vivir eternamente si así lo quería, pero también de morir. El élder James E. Talmage ha escrito:

“Ese Hijo que nació de María fue engendrado por Elohim, el Padre Eterno, no contraviniendo las leyes naturales, sino de acuerdo con una manifestación superior de las mismas; y el Hijo de esa asociación de santidad suprema —Paternidad celestial y maternidad pura, aunque terrenal— habría de llamarse con toda propiedad el ‘Hijo del Altísimo’. En su naturaleza habrían de combinarse las potencias de la Divinidad, y la capacidad y posibilidades del estado mortal; y esto de acuerdo con la operación normal de la ley fundamental de herencia —declarada por Dios, demostrada por la ciencia y admitida por la filosofía —de que los seres vivientes se han de propagar según su especie. El Niño Jesús habría de heredar los rasgos físicos, mentales y espirituales, las tendencias y poderes que distinguía a sus padres: uno inmortal y glorificado, a saber, Dios; ‘el otro humano, una mujer” (Jesús el Cristo, pág. 85).

Jesús, entonces, tenía los poderes de vida y la habilidad de morir. El tenía más poder que cualquier otro hombre. Para entender mejor el significado de la calidad divina como hijo, completen el ejercicio siguiente:

¿Quién era el Padre de Jesucristo?

Mencionen algunos de los testimonios que demuestran que Jesús es el Unigénito de Dios, el Padre, en la carne. Tengan presentes estos versículos:

Lucas 1:30-35; 1 Nefi 11:18-21 y Mosíah 3:8. ¿Quién era el Padre de Jesucristo? ¿Qué fue lo que El heredó de su Padre y que no pudo haber heredado de su tutor legal, José?

Tal vez hayan oído a algunos tratar de justificar sus propias debilidades diciendo: “Es natural que Jesucristo pudiera vivir una vida perfecta porque su Padre fue Dios. Miren las ventajas que tuvo y que yo no tengo”. Los que así se justifican parecen olvidar que allí donde hay una bendición mayor, hay también una prueba mayor. El más grande de los Espíritus en la preexistencia pudo ser probado solamente sometiéndose a una prueba mayor.

(3-7) Jesucristo tuvo que vencer el velo

Cuando nació Cristo “sobre su mente había descendido el velo del olvido que es común entre todos los que nacen en la tierra, velo por medio del cual se apaga el recuerdo de la existencia primordial” (Talmage, Jesús el Cristo, pág. 117). En el mundo preexistente Cristo había ocupado la posición de “uno semejante a Dios” (Abraham 3:24), “más inteligente que todos los demás” (Abraham 3:19), queriendo decir mejor que todos los demás espíritus creados. Pero aunque su capacidad era mayor que la de cualquier otro, y estaba señalado para llegar a ser el Unigénito, era manso y humilde; y consintió en que se le impusiese el velo y que se bloquease en su mente, al nacer, el conocimiento de su gloria y poder en la preexistencia.

El presidente Joseph Smith lo explicó así:

“No hay duda alguna respecto a que Jesús vino al mundo sujeto a las mismas condiciones requeridas de cada uno de nosotros. El olvidó todo y tuvo que crecer de gracia en gracia. El hecho de olvidar, o que le haya sido quitado su conocimiento anterior, tenía que ser uno de los requisitos así como lo es en el caso de cada uno de nosotros, a fin de culminar la presente existencia temporal” (Doctrinas de salvación 1:30-31. Itálicas agregadas).

¿Se dan cuenta de que a pesar de que Jesucristo era el mayor de los espíritus que vendrían a la tierra, también, tuvo mayores pruebas que cualquier otro?

Es incorrecto suponer que El no fue probado y tentado según su gran capacidad. El hecho de que fuese sin pecado y que resistiera toda tentación no desmerece al hecho de que estuvo sujeto a ellas. El sabe cuán difíciles son las tentaciones, porque estuvo sujeto a tentaciones amargas; sin embargo, las resistió todas. Lean lo que enseñó el rey Benjamín en Mosíah 3:7.

Jesucristo sufrió tentaciones más allá de lo que los hombres podrían soportar; El se enfrentó a los poderes del mal y venció. Pero como tuvo que resistir las tentaciones, entiende el esfuerzo que el hombre debe hacer para resistirlas. Además, como dijo Pablo: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18; 4:15).

Jesucristo fue perfectamente obediente y por serlo “recibió todo poder, tanto en el cielo como en la tierra” (D. y C. 93:17;). Pero El no recibió este gran poder y gloria súbitamente, lo recibió poco a poco, paso a paso; grado por grado, “Línea tras línea, precepto tras precepto” (D. y C. 128:21), hasta que recibió la plenitud de la gloria del Padre.

(3-8) Siendo niño, Jesucristo buscó aprender de su Padre

En la Versión Inspirada el Profeta añadió los versículos siguientes al relato de la juventud del Salvador:

“Y aconteció que Jesús crecía junto a sus hermanos, y se fortalecía y servía al Señor esperando la llegada de su ministerio.

“Y sirvió bajo su padre, y no hablaba como los otros hombres, ni se le podía enseñar; pues no necesitaba que ningún hombre le enseñase.

“Y después de muchos años, se acercó la hora de su ministerio” (Mateo 3:24-26, Versión Inspirada).

Aunque la palabra padre de este pasaje se refiere a José, el contenido del pasaje ciertamente muestra que Jesús aprendía de su verdadero padre, Dios el Padre.

Sin embargo, es posible que haya concurrido a las sinagogas judías y que aprendiese la sabiduría de los judíos mediante los rabinos. Si fue así, mucho de lo que Jesucristo oyó debe haber sido una perversión de la verdad, pues el judaísmo estaba en estado de apostasía. Su aprendizaje más significativo, por lo tanto, vino mediante el Espíritu y de su Padre Celestial. Cristo testificó de sí mismo: “nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (Juan 8:28). Y además, “el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49). ¿Quién le enseñó a Jesús lo que sabía? Su Padre, Dios el Padre fue quien le enseñó. Es evidente que fue enseñado por alguien más sabio que los hombres y que aprendió bien sus lecciones, pues el profeta José Smith dijo de El:

“Aun desde niño, El ya tenía toda la inteligencia necesaria para permitirle reinar y gobernar el reino de los judíos, y podía razonar con los más sabios y profundos doctores de la ley y de la teología; y comparadas con la sabiduría que El poseía, las teorías y prácticas de aquellos hombres instruidos parecían insensateces; pero todavía era niño y le faltaba la fuerza física aun para defender su propia persona; y estaba sujeto al frío, al hambre y la muerte” (Smith, Enseñanzas, pág. 489).

¿Qué se debe hacer para adquirir poder y gloria? El profeta José Smith explicó: “Vosotros mismos tenéis que aprender a ser Dioses, y a ser reyes y sacerdotes de Dios, como lo han hecho todos los Dioses antes de vosotros, es decir, por avanzar de un grado pequeño a otro, y de una capacidad pequeña a una mayor; yendo de gracia en gracia…hasta que…podáis morar en fulgor eterno y sentaros en gloria como aquellos que se sientan sobre tronos de poder infinito…” (Smith, Enseñanzas, págs. 428-29).

A fin de obtener un grado o nivel de gloria, o de gracia, el hombre debe obedecer las leyes sobre las cuales se basa ese grado o nivel particular, y si es más diligente u obediente que otro, tanta más ventaja tendrá en el mundo venidero. (Véase D. y C. 130:18-21). El presidente Harold B. Lee explicó:

“El más importante de todos los mandamientos de Dios es aquel que más se os dificulta guardar. Si es de deshonestidad, falta de castidad; si es de falsedad, de mentir, hoyes el día para que trabajéis en él hasta ser capaces de conquistar esa debilidad. Luego continuad con el que le sigue en dificultad…” (Church News, 5 de mayo de 1973, pág. 3).

De este modo el hombre debe tomar sus tentaciones, por turno, y conquistarlas. Eso es lo que hizo Jesús, paso a paso, de un grado menor a grado mayor, gracia por gracia yeso es lo que Cristo quisiera que ustedes también hicieran.

Y bien, ¿qué diferencia sería eso para ustedes? ¿Si fuesen llamados a pararse delante de El ahora, podrían testificar como Pedro lo hizo en la antigüedad: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”? (Mateo 16:16). Pueden saber que El es el Hijo de Dios si es que hacen su voluntad. (Véase Juan 7:17). Como Jesús mismo dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna…” (Juan 10:27-28).